Fuente: Archivo de Servicios Educativos El Agustino
La partida del jesuita Luis Bambarén Gastelumendi enluta a la Iglesia peruana y latinoamericana. Bambarén era de los últimos obispos que quedaban vivos de esa primera generación que vivió el Concilio Vaticano II y Medellín. Su vida grafica la terca apuesta de muchos cristianos en Latinoamérica por edificar una Iglesia pobre y al lado de los pobres, coherente con el Evangelio de Jesucristo, recinto de justicia, paz y reconciliación, comprometida con la vida plena para nuestros pueblos.
Nacido en Yungay (Ancash) en 1928, Bambarén tempranamente se trasladó a
Lima, donde realizó sus estudios escolares en el colegio de la Inmaculada. Allí
conoció a la Compañía de Jesús, a la que ingresó un 20 de abril de 1944 para
iniciar el noviciado. El resto de su formación la hizo entre España y el Perú, siendo
ordenado sacerdote en 1958. Sus primeros encargos pastorales fueron como
profesor del Colegio de la Inmaculada en Lima y, luego, en el Colegio San
Ignacio de Piura.
Por los años 1960, entre los jesuitas ya florecía una consciencia social
y Bambarén se formó en este ambiente. Por eso, tanto en la Inmaculada como en
el San Ignacio -ambos colegios de élite-, promovió que los estudiantes tuvieran
experiencias de cercanía con el mundo de los pobres. Además, en 1964, creó el
Instituto de Mecánica Agrícola en Piura como un centro de educación técnica para hombres del campo.
En 1968, el cardenal Juan Landázuri lo convocó para que fuera su obispo
auxiliar en una Lima que crecía rápidamente. En signo de su opción por los
pobres, pidió ser ordenado obispo en la parroquia San Martín de Porres, ubicada
en uno de los nuevos barrios populares de la capital. Este evento marcó su
misión, pues estuvo encargado de coordinar el trabajo pastoral en las zonas
periféricas de Lima, donde los pobres levantaban sus viviendas en medio del
desierto o los cerros. Al recorrer este camino, sumó esfuerzos con sus hermanos
obispos auxiliares Germán Schmitz M.S.C. y Augusto Beuzeville, así como
numerosas congregaciones religiosas, movimientos laicales y comunidades
cristianas de base.
Las precarias condiciones de vida y el origen informal de estos
asentamientos hicieron que en la opinión pública limeña fueran llamados despectivamente
“barriadas” o “invasiones”. A Bambarén le pareció que esta manera de hablar
deshumanizaba a hombres y mujeres que con mucho esfuerzo sacaban adelante a sus
familias y buscaban forjarse un futuro mejor. Por eso, popularizó hablar de
estos espacios como “pueblos jóvenes”, resaltando que eran comunidades que
estaban luchando por ser agentes de su destino y construir una nueva ciudad.
Pero su apoyo no se quedó en el plano retórico. Su contacto directo con
los “pueblos jóvenes” lo convirtió en aliado de las organizaciones vecinales en
sus luchas por una vivienda digna. Esto se hizo visible cuando en 1971 fue
arrestado por orden del ministro del Interior, el general Guillermo Artola, por
solidarizarse con un grupo que había ocupado terrenos en Pamplona Alta. El
intento de la Policía por desalojarlos había dejado como saldo un muerto, y
Bambarén se hizo presente y celebró una misa por el fallecido. El incidente
derivó no solo en la rápida liberación de Bambarén, sino en la reubicación de
estas familias en lo que hoy es Villa El Salvador, distrito reconocido por su
fuerte organización vecinal y autogestión popular, en donde se forjó la
lideresa María Elena Moyano. Por gestos como este fue bautizado como el “obispo
de los pueblos jóvenes”.
Otro de sus grandes aportes fue constituir la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS), apoyado inicialmente por Ricardo Antoncich S.J. y luego por Ernesto Alayza Mujica. Durante las décadas de 1970 y 1980, CEAS fue una plataforma desde donde la Iglesia católica se conectó con los movimientos sociales y colaboró en afirmar una cultura democrática y de defensa de los derechos fundamentales de los pobres. Sus equipos de profesionales laicos contribuyeron a articular el trabajo social de la Iglesia, fortalecer a diversas organizaciones sociales y generar reflexión teológica y ética sobre la realidad nacional.
En 1978, fue transferido para dirigir la entonces Prelatura de Chimbote, que se convirtió en diócesis en 1983. Allí le tocó vivir los años de la violencia política y resistir la acción asesina de Sendero Luminoso del lado de jóvenes y asociaciones vecinales. Como en otras partes del Perú, las parroquias de la diócesis de Chimbote fueron espacios comunitarios que trabajaron para resguardar a la población, defender los derechos humanos y detener el avance de Sendero. Como consecuencia de esta apuesta diocesana fueron asesinados tres sacerdotes de la diócesis, los franciscanos polacos Miguel Tomaszek y Zbiniew Strzalkowski, y el diocesano italiano Sandro Dordi. Ellos son hoy beatos mártires reconocidos por la Iglesia universal.
Entre 1998 y 2002, fue presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, teniendo un rol destacado en la caída del régimen fujimorista y la transición democrática. Tras la crisis política generada por el fraude electoral del año 2000, participó en la mesa de diálogo convocada por la OEA para intentar encontrar una salida democrática entre el gobierno de Alberto Fujimori y las fuerzas de oposición. Asimismo, fue observador en la Comisión de la Verdad y Reconciliación y participante en la firma del Acuerdo Nacional de 2002. Como obispo emérito, de vuelta en Lima, asumió la causa de preservar el Puericultorio Pérez Araníbar para los niños huérfanos.
En esos procesos y en muchos otros conflictos sociales, puso al servicio del Perú sus habilidades para facilitar el diálogo y la concertación, como lo ha destacado Víctor Caballero en su nota de remembranza. No obstante, ese talante concertador no le impidió expresar sus posiciones firmes a favor de las causas justas, la defensa de los pobres, la Comisión de la Verdad o la teología de la liberación. Pero quizás su apuesta más terca fue ser un pastor cercano a su pueblo y comprometido con formar ciudadanos libres y servidores de la nación. Por donde fuera que pasó, es así como se le recuerda.
Demos gracias a Dios por tanto bien sembrado por el ministerio pastoral y el compromiso ciudadano de monseñor Bambarén. Pero, sobre todo, dejémonos inspirar por su testimonio profético. Su vida tiene mucho que enseñarnos a quienes hoy seguimos soñando con un Perú más justo y fraterno y una Iglesia empapada de Evangelio y solidaria con los últimos.
Para conocer a Mons. Bambarén, puede consultarse esta entrevista publicada por DESCO.