sábado, 25 de abril de 2020

SER CRISTIANO EN TIEMPOS DE PANDEMIA: QUÉ NOS ENSEÑA EL EXILIO JUDÍO EN BABILONIA




James Jacques Joseph Tissot, "The Flight of the Prisoners"

Como cristianos, hemos de reconocer en la pandemia un “signo de los tiempos” que nos desafía a recrear las formas en que vivimos nuestra fe. Esto se dice fácil, pero la verdad estamos ante una cuestión donde no existen recetas predeterminadas. Al estar ante circunstancias inéditas en nuestra historia, estamos exigidos de responder con fidelidad creativa y audacia pastoral. Sin embargo, debemos ser precavidos de no caer en la actitud de quienes creen estar “inventando la pólvora”. Nuestra tradición, como cuerpo vivo fundado en Cristo y enriquecido por las generaciones de cristianos que nos precedieron, cuenta con recursos para orientarnos en la difícil tarea de navegar por esta crisis, sin por ello ser ciegos a la radical novedad que emerge ante nuestros ojos.

En esta perspectiva, la tradición del Antiguo Testamento leída desde el momento presente puede darnos pistas sobre cómo ser cristiano en tiempos de pandemia. Para el pueblo de Israel, su experiencia “fundante” fue el exilio en Babilonia durante el siglo VI a.C. La ciudad santa de Jerusalén fue saqueada, el templo de YHWH destruido y las élites del reino de Judá deportadas a la capital del enemigo. Los nobles, los sacerdotes, los intelectuales y los artesanos de Jerusalén fueron despojados de sus posiciones de poder y forzados a reinsertarse en una sociedad extranjera como ciudadanos de segunda clase. Aquellos que eran gente importante en su nación, tuvieron que experimentar la humillación.

El tocar fondo hizo que los exiliados, provenientes de los círculos de poder, se dieran cuenta de que su confianza estaba puesta en “falsas seguridades”. Por décadas habían cerrado sus oídos a las denuncias de los profetas, que denunciaban una práctica religiosa llena de hipocresía y una vida institucional repleta de abusos de poder contra los insignificantes. Pensaron que eran omnipotentes y no tenían por qué dar cuenta de sus actos a nadie, ni siquiera a Dios mismo. Al tocarles estar en el lado de los oprimidos, recordaron su vulnerabilidad y su interdependencia de Dios y de los otros miembros del pueblo. Fue entonces que volvieron a lo esencial: recordaron que eran una nación elegida por YHWH para anunciar la salvación a todas las demás naciones. Dios los había liberado de la esclavitud en Egipto y se había comprometido a amarlos incondicionalmente en el marco de una relación inquebrantable.

Así como los judíos en el exilio, los cristianos en el siglo XXI estamos llamados a examinar nuestras propias “falsas seguridades” y comprometernos a sanar nuestra relación con Dios, los demás y la creacion. Por citar un ejemplo, la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia católica reveló que, para muchos, el resguardo de la institución estaba por encima de la vida de los creyentes, varios de ellos niños y niñas, adolescentes y personas vulnerables. Los expertos en el tema insisten que las estructuras organizativas y las relaciones de poder en la Iglesia, sostenidas sobre una sacralización del sacerdocio ministerial y una mentalidad clericalista, constituyen “caldo de cultivo” para más abusos. Hoy la imagen de sacerdotes celebrando la Eucaristía en templos vacíos es un símbolo potente que nos demanda repensar un modelo de Iglesia excesivamente centrado en el sacerdote. Más bien, hemos de revalorar la igualdad en dignidad de todos los bautizados y su participación plena en la misión profética de Jesucristo.

En esa perspectiva, ante la suspensión de las liturgias presenciales, el grueso del pueblo de Dios está obligado a ayunar del culto y la comunión eucarística. Retomando el símil con el exilio judío en Babilonia, esta comunidad también se vio impedida de dar culto a YHWH de la manera tradicional. El Templo de Jerusalén fue destruido y, por tanto, esa dimensión de la vida religiosa judía fue bloqueada. Sin embargo, ante la ausencia del culto, redescubrieron el mensaje revelado por Dios y la historia de su relación con Él. Más aún, decidieron ponerlo por escrito para que los ayudase a sanar sus heridas, reconciliarse con su pasado y convertir el desarraigo en esperanza. El corazón de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) adquirió forma durante este tiempo de prueba. Ante la imposibilidad de ir al Templo, estos creyentes recentraron su experiencia de fe en torno a la Palabra de Dios.

En el fondo, el ayuno del culto es invitación para volver sobre la Palabra de Dios, pero no para solo conocerla intelectualmente. Recentrar la vida de fe en la Palabra es reconocer que nuestras experiencias también son lugar donde Dios se nos da a conocer y nos llama a colaborar en su misión. Pero hemos de estar atentos para abrazar su presencia salvífica en lugares inesperados. Le pasó al profeta Ezequiel, uno de los judíos cautivos en Babilonia. Acostumbrado a restringir la presencia divina al Templo de Jerusalén, la gloria de YHWH se le apareció en el país de Babilonia, concretamente en el barrio donde vivía con otros exiliados junto al río Quebar (Ez. 1: 1-28). Dios se desplazó hacia los márgenes, abandonando la ciudad santa de Jerusalén, para acompañar a su pueblo sufriente.

Sin duda, el testimonio de Ezequiel nos marca dónde debemos situarnos como cristianos ante la pandemia. Es admirable la creatividad pastoral desplegada para sostener el culto y la oración comunitaria por medio de plataformas virtuales. Sin embargo, estoy convencido que la realidad que vivimos nos interpela a proclamar la presencia viva de Dios en todos aquellos que están arriesgando sus vidas para proteger a los vulnerables. Como Iglesia, en varias partes del mundo, estamos sumando a estos esfuerzos. Varios hermanos nuestros están en la primera fila de la batalla contra el coronavirus y las oficinas de Cáritas están contribuyendo a mitigar los efectos de la crisis entre los más pobres.

También, quienes están recluidos en sus casas, pueden participar de este testimonio de una “Iglesia servidora”, expresando solidaridad en gestos cotidianos como dar de comer al hambriento, estar en contacto (virtual) con quienes están solos, auxiliando al vecino adulto mayor y solidarizándose con las historias de aquellos que tienen necesidades tan apremiantes y básicas, por lo que atender la misa es lo último en lo que están pensando. El arzobispo de Lima Carlos Castillo ha dicho que, en medio de la pandemia, Dios nos está convocando a “pasar de un cristianismo de costumbres a uno de testigos”. Pues, en efecto, de eso se trata.

Una versión abreviada de este texto apareció en la edición especial de la revista Signos del mes de abril.

sábado, 11 de abril de 2020

VIVIR MÁS ALLÁ DE LA MUERTE




Escrito con Amirah Orozco

El domingo posterior a la muerte de Jesús un grupo de mujeres que habían acompañado al maestro desde Galilea se acercaron al sepulcro donde sus restos descansaban. Cargaban el dolor de haber sido testigas de la crueldad con que lo habían ejecutado. Teniendo todos los motivos para aislarse por su tristeza o por miedo a posibles represalias, se atrevieron a salir hacia la tumba de Jesús para embalsamar su cuerpo. Era una manera de convertir su desolación en motivo de esperanza, de testimoniar que su amor era más fuerte que el mal. Estas mujeres fueron capaces de no sucumbir al miedo y la desolación. Con este gesto sencillo e inadvertido, afirmaron que podemos vivir más allá del poder de la muerte.

Como tantas mujeres en nuestro mundo, estas amigas del Señor eran un signo de vida en medio del horror del sufrimiento injusto. Pensando encontrarse con un cadáver, hallaron la tumba vacía y la confirmación de que su esperanza no había sido defraudada por Dios: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lucas 24: 5b). De inmediato, regresaron a compartir esta noticia para renovar la esperanza de toda la comunidad de Jesús.

En estos días de Semana Santa, estamos convocados a recordar tantas realidades donde la amenaza de la muerte pretende dominar la vida de las personas. El paisaje de Ciudad Juárez, en la frontera México-Estados Unidos, está impregnado por cruces rosadas que llevan los nombres de tantísimas mujeres víctimas de feminicidio. Estos símbolos son una denuncia contra tantas formas de violencia que impiden vivir con dignidad a las mujeres de Latinoamérica y del mundo.

Las palabras no alcanzan para describir el sufrimiento que el coronavirus está ocasionando. Esta pandemia ha confrontado a la humanidad con el hecho de que, sin importar nuestras diferencias, nuestras vidas son frágiles. Hoy más que nunca la humanidad entera se puede identificar con el misterio de la Pasión de Jesús. Somos testigos de cómo los cadáveres de las víctimas del COVID-19 se amontonan en los hospitales y las morgues, porque la velocidad con que avanza esta enfermedad desborda a los sistemas de salud pública. Los familiares ni siquiera tienen la oportunidad de despedirse de sus seres queridos fallecidos.

Sin embargo, la Resurrección de Jesús nos invita a reconocer las Buenas Noticias que surgen en medio de la desolación: las madres que colocaron esas cruces en memorias de sus hijas, el personal de salud en todo el mundo que arriesga sus vidas, y las mujeres del Evangelio que fueron a la tumba. Todos ellos y todas ellas son testigos de que Cristo vive entre nosotros.

Al celebrar la Pascua, traigamos a nuestro corazón, los nombres de quienes sabemos son rostro concreto de esperanza en medio de la pandemia y de tantas otras realidades de muerte. Como comunidad cristiana, reconozcamos en los hermanos que hoy ofrecen su vida por cuidar la vida de los demás, la presencia viva de Jesús, el Resucitado. Demos gracias porque podemos contemplar que este misterio no es una idea abstracta. Al contrario, en verdad, Cristo ha resucitado y nos transforma en hombres y mujeres nuevos capaces de vivir más allá de la muerte para ser motivo de esperanza para nuestro mundo atemorizado y herido.


Una versión abreviada de este texto apareció en “The Way of the Cross during COVID-19”, iniciativa de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College