Escrito con Amirah Orozco
El domingo posterior a la muerte de Jesús un
grupo de mujeres que habían acompañado al maestro desde Galilea se acercaron al
sepulcro donde sus restos descansaban. Cargaban el dolor de haber sido testigas
de la crueldad con que lo habían ejecutado. Teniendo todos los motivos para
aislarse por su tristeza o por miedo a posibles represalias, se atrevieron a
salir hacia la tumba de Jesús para embalsamar su cuerpo. Era una manera de convertir
su desolación en motivo de esperanza, de testimoniar que su amor era más
fuerte que el mal. Estas mujeres fueron capaces de no sucumbir al miedo y la desolación. Con este gesto sencillo e inadvertido, afirmaron que podemos vivir más allá del poder de la muerte.
Como tantas mujeres en nuestro mundo, estas
amigas del Señor eran un signo de vida en medio del horror del sufrimiento injusto.
Pensando encontrarse con un cadáver, hallaron la tumba vacía y la confirmación
de que su esperanza no había sido defraudada por Dios: “¿Por qué buscan entre
los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lucas 24: 5b). De
inmediato, regresaron a compartir esta noticia para renovar la esperanza de
toda la comunidad de Jesús.
En estos días de Semana Santa, estamos
convocados a recordar tantas realidades donde la amenaza de la muerte
pretende dominar la vida de las personas. El paisaje de Ciudad Juárez, en
la frontera México-Estados Unidos, está impregnado por cruces rosadas que
llevan los nombres de tantísimas mujeres víctimas de feminicidio. Estos símbolos
son una denuncia contra tantas formas de violencia que impiden vivir con
dignidad a las mujeres de Latinoamérica y del mundo.
Las palabras no alcanzan para describir
el sufrimiento que el coronavirus está ocasionando. Esta pandemia ha
confrontado a la humanidad con el hecho de que, sin importar nuestras
diferencias, nuestras vidas son frágiles. Hoy más que nunca la humanidad entera
se puede identificar con el misterio de la Pasión de Jesús. Somos testigos de
cómo los cadáveres de las víctimas del COVID-19 se amontonan en los hospitales
y las morgues, porque la velocidad con que avanza esta enfermedad desborda a
los sistemas de salud pública. Los familiares ni siquiera tienen la oportunidad
de despedirse de sus seres queridos fallecidos.
Sin embargo, la Resurrección de Jesús
nos invita a reconocer las Buenas Noticias que surgen en medio de la desolación:
las madres que colocaron esas cruces en memorias de sus hijas, el personal de
salud en todo el mundo que arriesga sus vidas, y las mujeres del Evangelio que
fueron a la tumba. Todos ellos y todas ellas son testigos de que Cristo vive
entre nosotros.
Al celebrar la Pascua, traigamos a nuestro corazón, los nombres de
quienes sabemos son rostro concreto de esperanza en medio de la pandemia y de
tantas otras realidades de muerte. Como comunidad cristiana, reconozcamos en
los hermanos que hoy ofrecen su vida por cuidar la vida de los demás, la
presencia viva de Jesús, el Resucitado. Demos gracias porque podemos
contemplar que este misterio no es una idea abstracta. Al contrario, en
verdad, Cristo ha resucitado y nos transforma en hombres y mujeres nuevos
capaces de vivir más allá de la muerte para ser motivo de esperanza para
nuestro mundo atemorizado y herido.
Una versión abreviada
de este texto apareció en “The Way of the Cross during COVID-19”, iniciativa de
la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College
Gracias Juanmi por traer espacios de reflexión en momentos así.
ResponderEliminarMuy Buena reflexión. Realmente la necesitábamos Juan Miguel. Cuidate mucho
ResponderEliminar