Fuente: Punto Edu, PUCP
Gonzalo
Portocarrero partió hace un año. El 21 de marzo de 2019 se apagó una de las voces más
lúcidas del Perú contemporáneo. Cuánto se le extraña en estos tiempos críticos
que vivimos. Los escritos de Gonzalo tenían el don de integrar claridad de
ideas y rigor analítico. Sin dejar de ser crítico, era capaz de proyectar
horizontes. Eran una confrontación con las profundas heridas de la sociedad
peruana que dificultaban la construcción de una comunidad de ciudadanos con
igual dignidad y derechos. A la vez, eran un canto de esperanza que invitaba a
los peruanos a ser agentes de su destino y constructores de una sociedad fundada
en el amor, la justicia y la fraternidad.
Mucho se podría decir de sus aportes a las
Ciencias Sociales en el Perú. Pero prefiero dejar esos balances a quienes son
más competentes. Confío en que, luego de la pandemia, haya tiempo de rendirle los
homenajes que merece. Más bien, al recordar a Gonzalo, quisiera destacar otro
de sus rostros menos conocidos: su profundo calor humano. Lo conocí en 2007, cuando me matriculé en su
curso de Sociología en Estudios Generales Letras de la PUCP. Para entonces ya
sabía que era un intelectual renombrado y un maestro brillante. Sin embargo, lo
que más recuerdo de su curso no son solamente sus clases magistrales, sino su capacidad de inspirar a las personas. Al menos así fue para mí.
Una clase se
me acercó en el receso. Yo era de esos alumnos que se sentaban
en las últimas filas, así que literal abandonó su cátedra para acercarse al
margen del aula. Me preguntó si yo era el Juan Miguel Espinoza que había ganado
un concurso de ensayos. Le dije que sí. Me felicitó porque había leído mi
trabajo y lo había encontrado interesante. Me animó a seguir escribiendo. Para
un chico de 18 años con inquietudes intelectuales, ese gesto fue un hito que me
marcó la vida para siempre.
Luego de eso
seguimos conversando sobre mis dudas vocacionales y proyectos. Siempre
cercano, me escribía invitándome a eventos. Cuando nos cruzábamos me obsequiaba
alguno de sus libros. Encontrarlo por el
campus de la PUCP era un motivo para disfrutar de su amistad, renovar mi vocación por las letras y una
invitación a pensar el país con los pies puestos en la tierra.
Gonzalo es uno
de los intelectuales peruanos más destacados de las últimas décadas, pero sobre
todo un ser humano ejemplar, un hombre sabio y bondadoso. La
manera cómo encaró el cáncer para mí retrata su plena humanidad. A pesar de atravesar
mucho sufrimiento, alcanzó encontrar alegría y esperanza en medio de la
penumbra, y articular palabras para testimoniar esto a otros. “Conviviendo con el cáncer”, artículo
aparecido en El Comercio en marzo de 2017, es lo más bello y verdadero que le
leí.
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