Fuente: vocero7.org
En la última semana, la expansión global del
coronavirus ha trastocado la vida de millones de personas. A lo largo del
mundo, muchos comparten la experiencia del distanciamiento social y el
aislamiento domiciliario, la imposibilidad de transitar con libertad y la
cancelación de actividades públicas, el fallecimiento de seres queridos y un
largo etc. Las circunstancias nos obligan a adaptarnos rápidamente ante un
evento sin precedentes y para el que nadie estaba preparado.
El miedo se propaga a mayor velocidad que la
epidemia. Las cifras de contagios se disparan en varios países y las regulaciones
sanitarias se van tornando más estrictas. Pareciera que el mundo está por
desplomarse. Por si todo esto no fuera ya bastante, quienes somos creyentes
estamos privados de la posibilidad de celebrar comunitariamente nuestra fe. En
este escenario, ¿es posible hallar alguna fuente de esperanza?
La crisis del coronavirus coincide con la
Cuaresma. Quizás este dato no
sea una mera coincidencia y sea posible darle a la crisis un sentido cristiano.
Eso sí, debemos evitar caer en fundamentalismos, que interpretan este mal como
un "castigo divino" o niegan la gravedad del problema. Entonces, ¿cómo
hablar de esto desde los ojos de la fe?
Ante todo, el coronavirus nos confronta con
nuestra fragilidad. Somos barro, tal y como nos recuerda el tiempo cuaresmal,
pero que la gracia de Dios puede transformar en una obra de arte o en un objeto
que haga la vida más vivible. Si Dios nos está queriendo hablar en medio de
esta difícil realidad, es para decirnos que estamos ante un desafío que exige
que saquemos lo mejor de nosotros mismos.
Las experiencias dolorosas, aunque totalmente
indeseables, a veces se convierten en ocasión para volver a lo fundamental. Hoy
descubrimos, con más claridad que nunca, la urgencia de afirmar el valor
de la vida por encima del dinero y los poderes de este mundo. Frente a la globalización
de la indiferencia y el descarte, hoy muchos redescubren cuan interdependientes
somos de los demás seres humanos. Somos la única especie del planeta capaz de
darle significado a las peores desgracias y orientar su acción para darles solución.
Pero solo somos capaces de lograrlo si es que cooperamos unos con los otros.
En estos días, los cristianos reconocemos cuanto
necesitamos del amor de Dios y de los hermanos para que nuestra vida tenga
sentido. Las peripecias de estos días nos hacen atesorar aquello que damos
por obvio. Pero, sobre todo, nos alientan a ser creativos para encontrar
nuevas maneras de amar y ser amados. En el fondo de esto trata la Cuaresma:
cómo hacemos para crecer en el amor, de tal manera que vivamos más unidos con la
fuente de nuestra esperanza, Jesús, aquel que amó a los suyos “hasta el extremo”
(Juan 13:1).
Es tiempo para ser testigos de fraternidad y solidaridad.
Solo así la esperanza se abrirá camino. Personalmente, estoy profundamente conmovido, porque en medio de las
terribles noticias en torno a la epidemia, voy recibiendo numerosas buenas
noticias. Personal de salud ofreciendo su vida para salvar la de otros,
familias compartiendo juntos en casa, personas preocupadas por cuidar de los vecinos
adultos mayores, comerciantes manteniendo sus negocios sin especular con los
precios, empresarios arriesgando su capital para asegurar la subsistencia a sus
empleados, amigos reuniéndose por medios virtuales para acompañarse, profesores
“reinventándose” para que la educación de los niños y jóvenes no se estanque, sacerdotes
y laicos/laicas desplegando creatividad para que sus comunidades permanezcan unidas por
medio de la oración comunitaria. Cada uno de los que actúa así está siendo un
motivo de esperanza en medio de la desolación del coronavirus.
La Cuaresma es camino de preparación para celebrar
la Pascua. Es la Pascua el motivo central de la esperanza que proclama la
Iglesia: Cristo vence a la muerte y vive para siempre, porque el amor es más
fuerte que el mal que habita nuestro mundo. Si enfrentamos la adversidad
siguiendo el ejemplo de Cristo, aquel que amó hasta las últimas consecuencias, compartiremos
su victoria y lograremos que la vida se abra camino en medio de la muerte.
Como cristianos pasando por los tiempos del coronavirus,
estamos llamados a renovar nuestra adhesión al credo de la Iglesia y a encarnarlo
en medio de esta penumbra. Allí está nuestra esperanza: en que la acción de
Dios salva a través de cada uno de aquellos que vence al miedo para convertirse
en un testimonio concreto de fraternidad y solidaridad. Por más difíciles
que se vuelvan las cosas, es reconfortante saber que Dios siempre permanece con
nosotros inspirándonos a cuidar la vida de los demás.
Definitivamente, esta cuaresma no será una más.
Peregrinemos por este camino con valentía, aunque confiados en que, si vivimos
como Jesús, nos tocará celebrar el don de la Resurrección, el triunfo de la
vida por encima de la muerte.
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