Cuando hablamos de Cuaresma, probablemente la primera palabra que venga
a nuestra cabeza es penitencia. Tenemos que confesarnos, no comer carne los
viernes, ayunar, dar limosna, asistir al vía crucis, etc. Sin embargo, es una tentación perderse en estos gestos externos y no captar el sentido de este camino de preparación para la Pascua.
“Desgarren su corazón, no sus vestiduras” dice el profeta Joel (2: 13).
Sus palabras son un buen primer paso para entrar en el modo cuaresmal. No en
vano la Iglesia nos propone este texto como la primera lectura de la liturgia
de Miércoles de Ceniza. Para Joel, lo central no son los signos externos.
Estos son expresión de una actitud más profunda. La Cuaresma es una
invitación a “desgarrar” nuestro corazón y reconocer que muchas veces no
somos coherentes en vivir al estilo de Jesús. Y, por tanto, necesitamos volver
a Dios, recentrar nuestra vida en Él.
Pero el reconocer nuestro pecado no debería conducirnos a asfixiarnos en
escrúpulos. La culpa por la culpa no nos conduce a nada. Al contrario, para
los cristianos, sabernos pecadores frágiles es ocasión para experimentar el
amor de Dios como aquella fuerza que nos alienta a convertirnos en la mejor
versión de nosotros mismos. Quien confía en el Señor, reconoce que su amor
es capaz de hacernos renacer de las cenizas cual ave fénix. Su acción en nuestra
vida transforma nuestro barro en una obra de arte.
¿Cómo saber si estoy enrumbado en la voluntad de Dios, es decir, ser la
mejor versión de mí mismo? Dios nos ha creado para ser imagen viva de su amor
incondicional por la humanidad y la creación. ¿Estamos conscientes de ello? ¿Nuestros
pensamientos, afectos, acciones están orientadas a ser imagen de Dios en mi
entorno? La Cuaresma es oportunidad para examinar si estamos encaminados a
vivir esa vocación o, más bien, necesitamos ajustar nuestro estilo de
vivir para responder mejor al llamado de Dios.
En ese espíritu, muchos cristianos hacen promesas cuaresmales. Así expresan
su compromiso de crecer en la relación con Dios y en su vocación. No obstante, hay que estar alertas de que estas promesas no escondan
intenciones desordenadas. No se trata de hacer “intercambios” con Dios para
conseguir beneficios. Menos aún, se trata de un entrenamiento para ser el gurú
del ayuno, la meditación o la limosna. Todo lo que vivimos en la Cuaresma ha de
estar dirigido a crecer en nuestra relación con Dios para ser fieles a la
misión que Él nos ha encomendado. En el fondo, en esto consiste el auténtico sentido de este tiempo litúrgico.
Que esta Cuaresma sea un tiempo para abandonar tanta superficialidad que a veces domina nuestras vidas. Que sea oportunidad para ir a lo profundo, reconocer nuestras contradicciones, sanar nuestras heridas, renovar nuestra búsqueda de sentido para la vida. Que sea ocasión para volver a Jesús y renovar nuestro deseo de vivir como él, con autenticidad y esperanza.
Que esta Cuaresma sea un tiempo para abandonar tanta superficialidad que a veces domina nuestras vidas. Que sea oportunidad para ir a lo profundo, reconocer nuestras contradicciones, sanar nuestras heridas, renovar nuestra búsqueda de sentido para la vida. Que sea ocasión para volver a Jesús y renovar nuestro deseo de vivir como él, con autenticidad y esperanza.
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