martes, 3 de marzo de 2020

CUARESMA: TIEMPO DE VOLVER A JESÚS


Cuando hablamos de Cuaresma, probablemente la primera palabra que venga a nuestra cabeza es penitencia. Tenemos que confesarnos, no comer carne los viernes, ayunar, dar limosna, asistir al vía crucis, etc. Sin embargo, es una tentación perderse en estos gestos externos y no captar el sentido de este camino de preparación para la Pascua.

“Desgarren su corazón, no sus vestiduras” dice el profeta Joel (2: 13). Sus palabras son un buen primer paso para entrar en el modo cuaresmal. No en vano la Iglesia nos propone este texto como la primera lectura de la liturgia de Miércoles de Ceniza. Para Joel, lo central no son los signos externos. Estos son expresión de una actitud más profunda. La Cuaresma es una invitación a “desgarrar” nuestro corazón y reconocer que muchas veces no somos coherentes en vivir al estilo de Jesús. Y, por tanto, necesitamos volver a Dios, recentrar nuestra vida en Él.

Pero el reconocer nuestro pecado no debería conducirnos a asfixiarnos en escrúpulos. La culpa por la culpa no nos conduce a nada. Al contrario, para los cristianos, sabernos pecadores frágiles es ocasión para experimentar el amor de Dios como aquella fuerza que nos alienta a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Quien confía en el Señor, reconoce que su amor es capaz de hacernos renacer de las cenizas cual ave fénix. Su acción en nuestra vida transforma nuestro barro en una obra de arte.



¿Cómo saber si estoy enrumbado en la voluntad de Dios, es decir, ser la mejor versión de mí mismo? Dios nos ha creado para ser imagen viva de su amor incondicional por la humanidad y la creación. ¿Estamos conscientes de ello? ¿Nuestros pensamientos, afectos, acciones están orientadas a ser imagen de Dios en mi entorno? La Cuaresma es oportunidad para examinar si estamos encaminados a vivir esa vocación o, más bien, necesitamos ajustar nuestro estilo de vivir para responder mejor al llamado de Dios.

En ese espíritu, muchos cristianos hacen promesas cuaresmales. Así expresan su compromiso de crecer en la relación con Dios y en su vocación. No obstante, hay que estar alertas de que estas promesas no escondan intenciones desordenadas. No se trata de hacer “intercambios” con Dios para conseguir beneficios. Menos aún, se trata de un entrenamiento para ser el gurú del ayuno, la meditación o la limosna. Todo lo que vivimos en la Cuaresma ha de estar dirigido a crecer en nuestra relación con Dios para ser fieles a la misión que Él nos ha encomendado. En el fondo, en esto consiste el auténtico sentido de este tiempo litúrgico.

Que esta Cuaresma sea un tiempo para abandonar tanta superficialidad que a veces domina nuestras vidas. Que sea oportunidad para ir a lo profundo, reconocer nuestras contradicciones, sanar nuestras heridas, renovar nuestra búsqueda de sentido para la vida. Que sea ocasión para volver a Jesús y renovar nuestro deseo de vivir como él, con autenticidad y esperanza.

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