sábado, 10 de abril de 2021

ANTE LA DESESPERANZA ELECTORAL

Mañana iremos a votar en un momento donde el Perú se asfixia por la COVID-19 y sus efectos. Cuando más necesitábamos de diálogo y propuestas responsables, la campaña electoral ha polarizado y nos ha impedido hablar de lo que realmente importa para resucitar al país. Con una que otra excepción, los candidatos han usado la frustración acumulada para formar sectas, irradiar mentiras, insultar a los adversarios y reforzar las ideologías que nos impiden reconocer la agudeza de nuestros problemas. Lo que menos hemos escuchado es discursos donde el cuidado de las personas esté al centro, que lloren con las familias de los más de 100 mil fallecidos por la pandemia, que se solidaricen con quienes hacen colas interminables por oxígeno medicinal, los desempleados y todos quienes sufren las consecuencias de la tragedia que vivimos.

Cuando más necesitábamos candidatos afirmando la vida y los derechos fundamentales, lo que hemos visto es el reino de discursos de muerte, miedo y odio, presentes en más de una propuesta política. El fundamentalismo "pro-vida", que camufla como defensa de la familia y la religión una ideología autoritaria aferrada a una tradición sin importarle los problemas reales de las personas. El fundamentalismo neoliberal, que vocifera por la defensa de un modelo económico que ha mantenido las desigualdades, privilegiando a unos pocos y descartando a muchos. Los mesianismos populistas de derechas e izquierdas, que dicen actuar por el pueblo, pero solo esconden autoritarismo y ambición de poder sin interés alguno por construir vínculo real con las personas y elaborar planes concretos y viables. Las pocas alternativas democráticas con proyectos políticos, aun cuando han recibido ataques desproporcionados, es cierto que han tenido una gran dificultad para conectar con la gente y transmitir esperanza.

Los peruanos no nos merecemos esta clase política. Pero es cierto también que la polarización y el deterioro institucional solo son reflejo de un tejido social herido y dividido, que la pandemia ha visibilizado y recrudecido. Somos una sociedad donde día a día todos no nos reconocemos como ciudadanos y muchos son tratados como sujetos descartados. Pensando en el futuro, que honestamente no se ve muy prometedor, las elecciones confirman que es desde la base social donde hay que empezar a resucitar al Perú. Quizás la esperanza que anhelamos por un Perú resucitado hoy no encontrará su respuesta en el resultado electoral. Toca empezar a construirlo desde lo cotidiano y lo local, generando espacios para encontrarnos, mirarnos a la cara, reconocernos como iguales, abrirnos a la realidad y pensar juntos cómo responder ante los agobiantes problemas nacionales.

El cambio empieza con una semilla que si se cuida da fruto abundante. Cual sea el gobierno que salga elegido, lo que viene es un tiempo para sembrar, cuidar y sanar la vida que tanto se ha descuidado en nuestro país. Y, en esto, todos, seamos de izquierdas o derechas, tenemos algo que aportar y algo de lo cual convertirnos. La esperanza que anhelamos no caerá del cielo, como dice Gustavo Gutiérrez, somos nosotros los llamados a construirla. Y la esperanza verdadera, aquella que construye y no destruye, implica poner a las personas y sus necesidades al centro, poniéndolas por encima de nuestras ideas y creencias. El servicio nunca es ideológico, como dice el papa Francisco, porque servimos a personas y no a ideas. Recordar eso es una urgencia ante la crisis que vive el Perú. Quien tenga oídos que oiga.