James Jacques Joseph Tissot, "The Flight of the Prisoners"
Como cristianos, hemos de reconocer en la pandemia un “signo de los
tiempos” que nos desafía a recrear las formas en que vivimos nuestra fe. Esto
se dice fácil, pero la verdad estamos ante una cuestión donde no existen
recetas predeterminadas. Al estar ante circunstancias inéditas en nuestra
historia, estamos exigidos de responder con fidelidad creativa y audacia
pastoral. Sin embargo, debemos ser precavidos de no caer en la actitud de
quienes creen estar “inventando la pólvora”. Nuestra tradición, como
cuerpo vivo fundado en Cristo y enriquecido por las generaciones de cristianos que
nos precedieron, cuenta con recursos para orientarnos en la difícil tarea de
navegar por esta crisis, sin por ello ser ciegos a la radical novedad que
emerge ante nuestros ojos.
En esta perspectiva, la tradición del Antiguo Testamento leída desde
el momento presente puede darnos pistas sobre cómo ser cristiano en tiempos de
pandemia. Para el pueblo de Israel, su experiencia “fundante” fue el
exilio en Babilonia durante el siglo VI a.C. La ciudad santa de Jerusalén
fue saqueada, el templo de YHWH destruido y las élites del reino de Judá
deportadas a la capital del enemigo. Los nobles, los sacerdotes, los
intelectuales y los artesanos de Jerusalén fueron despojados de sus posiciones
de poder y forzados a reinsertarse en una sociedad extranjera como ciudadanos
de segunda clase. Aquellos que eran gente importante en su nación, tuvieron que
experimentar la humillación.
El tocar fondo hizo que los
exiliados, provenientes de los círculos de poder, se dieran cuenta de
que su confianza estaba puesta en “falsas seguridades”. Por décadas habían cerrado
sus oídos a las denuncias de los profetas, que denunciaban una práctica
religiosa llena de hipocresía y una vida institucional repleta de abusos de
poder contra los insignificantes. Pensaron que eran omnipotentes y no tenían
por qué dar cuenta de sus actos a nadie, ni siquiera a Dios mismo. Al tocarles
estar en el lado de los oprimidos, recordaron su vulnerabilidad y su
interdependencia de Dios y de los otros miembros del pueblo. Fue entonces que volvieron
a lo esencial: recordaron que eran una nación elegida por YHWH para
anunciar la salvación a todas las demás naciones. Dios los había liberado de la
esclavitud en Egipto y se había comprometido a amarlos incondicionalmente en el
marco de una relación inquebrantable.
Así como los judíos en el exilio, los cristianos en el siglo XXI estamos
llamados a examinar nuestras propias “falsas seguridades” y comprometernos a
sanar nuestra relación con Dios, los demás y la creacion. Por citar un ejemplo, la crisis de los abusos
sexuales en la Iglesia católica reveló que, para muchos, el resguardo de la
institución estaba por encima de la vida de los creyentes, varios de ellos
niños y niñas, adolescentes y personas vulnerables. Los expertos en el tema
insisten que las estructuras organizativas y las relaciones de poder en la
Iglesia, sostenidas sobre una sacralización del sacerdocio ministerial y una
mentalidad clericalista, constituyen “caldo de cultivo” para más abusos. Hoy
la imagen de sacerdotes celebrando la Eucaristía en templos vacíos es un
símbolo potente que nos demanda repensar un modelo de Iglesia excesivamente centrado
en el sacerdote. Más bien, hemos de revalorar la igualdad en dignidad de todos los bautizados y su participación plena
en la misión profética de Jesucristo.
En esa perspectiva, ante la suspensión de las liturgias presenciales, el
grueso del pueblo de Dios está obligado a ayunar del culto y la comunión
eucarística. Retomando el símil con el exilio judío en Babilonia, esta
comunidad también se vio impedida de dar culto a YHWH de la manera tradicional.
El Templo de Jerusalén fue destruido y, por tanto, esa dimensión de la vida
religiosa judía fue bloqueada. Sin embargo, ante la ausencia del culto,
redescubrieron el mensaje revelado por Dios y la historia de su relación con
Él. Más aún, decidieron ponerlo por escrito para que los ayudase a sanar sus
heridas, reconciliarse con su pasado y convertir el desarraigo en esperanza. El
corazón de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) adquirió forma durante este
tiempo de prueba. Ante la imposibilidad de ir al Templo, estos creyentes
recentraron su experiencia de fe en torno a la Palabra de Dios.
En el fondo, el ayuno del culto es invitación para volver sobre la
Palabra de Dios, pero no para solo conocerla intelectualmente. Recentrar la
vida de fe en la Palabra es reconocer que nuestras experiencias también son
lugar donde Dios se nos da a conocer y nos llama a colaborar en su misión.
Pero hemos de estar atentos para abrazar su presencia salvífica en lugares
inesperados. Le pasó al profeta Ezequiel, uno de los judíos cautivos en
Babilonia. Acostumbrado a restringir la presencia divina al Templo de
Jerusalén, la gloria de YHWH se le apareció en el país de Babilonia,
concretamente en el barrio donde vivía con otros exiliados junto al río Quebar
(Ez. 1: 1-28). Dios se desplazó hacia los márgenes, abandonando la ciudad santa
de Jerusalén, para acompañar a su pueblo sufriente.
Sin duda, el testimonio de Ezequiel nos marca dónde debemos situarnos
como cristianos ante la pandemia. Es admirable la creatividad pastoral
desplegada para sostener el culto y la oración comunitaria por medio de
plataformas virtuales. Sin embargo, estoy convencido que la realidad que
vivimos nos interpela a proclamar la presencia viva de Dios en todos aquellos
que están arriesgando sus vidas para proteger a los vulnerables. Como
Iglesia, en varias partes del mundo, estamos sumando a estos esfuerzos. Varios
hermanos nuestros están en la primera fila de la batalla contra el coronavirus
y las oficinas de Cáritas están contribuyendo a mitigar los efectos de la
crisis entre los más pobres.
También, quienes están recluidos en sus casas, pueden participar de
este testimonio de una “Iglesia servidora”, expresando solidaridad en gestos
cotidianos como dar de comer al hambriento, estar en contacto (virtual) con
quienes están solos, auxiliando al vecino adulto mayor y solidarizándose con las historias de aquellos que tienen necesidades tan apremiantes y básicas, por lo que atender la misa es lo último en lo que están pensando. El arzobispo de
Lima Carlos Castillo ha dicho que, en medio de la pandemia, Dios nos está
convocando a “pasar de un
cristianismo de costumbres a uno de testigos”. Pues, en efecto, de eso se trata.
Una versión abreviada de este texto apareció en la edición especial de la revista Signos del mes de abril.
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