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Llegamos a la Semana Santa en
medio de un momento lleno de oscuridad, donde la prepotencia del más fuerte y
el menosprecio a la dignidad de las personas parecen convertirse en costumbre
por todo el mundo. ¿Cómo no sentirse desesperanzado en medio de tantas malas
noticias?
Quiero compartir que tuve otra
mirada ante la crisis que enfrentamos gracias al comentario de mi amigo teólogo
Alex Gruber para este Domingo de Ramos y el compartir con mis amigos de Rabbuní,
una comunidad de jóvenes profesionales.
Alex ponía la atención en una parte
de la narración de la Pasión del evangelista Lucas —la lectura del Evangelio del
Domingo de Ramos este año— que pasa un tanto desapercibida. Ocurre en el contexto de
aquella última cena, en que Jesús se despide de sus apóstoles, renovando la promesa
del reino de Dios y ofreciendo su Cuerpo y Sangre como ofrenda para una nueva
Alianza entre Dios y la humanidad, aunque admitiendo con dolor que eso pasaría
por la traición de un amigo. Dice el evangelio de Lucas que, tras estas
palabras de Jesús, entre los discípulos se produjo un altercado sobre “quién de
ellos parecía ser el mayor” (Lc 22,23).
¿Acaso no resulta frívolo
preocuparse por esto ante el desconcertante anuncio que Jesús ha hecho? Si nos
ponemos en los zapatos del grupo de la última cena quizás no resulta tan
descabellado. Jesús les está anunciando que ya no va a estar con ellos, una
noticia que es difícil de procesar. ¿Acaso preguntarse por quién era el mayor
entre los discípulos era una manera de plantearse quién los iba a liderar de
aquí en adelante?
Sin embargo, Jesús interviene para
invitarles a no caer en la desesperación y perderse en lo que no es
fundamental. Él les dice:
“Los reyes de las naciones las
dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen
llamar Bienhechores; pero no sea así entre ustedes, sino que el mayor entre ustedes
sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es
mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues
yo estoy en medio de ustedes como el que sirve.” (Lc 22, 24-27)
Ante una crisis que amenaza todo
lo que ha construido, Jesús tiene claro que no hay futuro para su comunidad si
se olvida que la conquista del poder y la realización de ideales —por
más justos que estos sean— no es el corazón de su vida, mensaje y práctica. Jesús ha
venido a comunicar el amor infinito y universal de Dios, que transforma a quienes
lo conocen en portadores de esperanza y servidores del prójimo sin fronteras ni
exclusiones. El corazón de su misión es que el amor divino sea materializado
por una comunidad comprometida con cuidar de la vida por encima de todo. En aquella
última cena, Jesús les recuerda a sus discípulos la más fundamental de sus
enseñanzas y la manera en que ha vivido su liderazgo y su estilo de estar para
los demás.
Ante un mundo donde se expanden
liderazgos, valores y estilos autoritarios, cuya ambición de poder y prepotencia
no aceptan ni los límites básicos del respeto al otro, esta Semana Santa el
testimonio de Jesús nos devuelve al corazón de lo que significa ser humanos. Somos
grandes no por estar sentados a la mesa para ser servidos, sino por
convertirnos en servidores de los demás. Cada uno a su manera, según sus dones
y circunstancias, pero cada uno contribuyendo a globalizar el amor que se hace
cuidado y servicio.
En medio de un mundo de sombras, la
memoria de la vida, muerte y resurrección de Jesús nos invita a trabajar para
que nuestras comunidades estén centradas en practicar el amor que cuida la vida
y se preocupa por tratar bien a los demás, especialmente con quienes piensan diferente
o quienes están en condiciones de penuria. Esta Semana Santa, no cedamos ante
la tentación de la desesperanza y la indiferencia. Al contrario, reavivemos la
esperanza en un mundo más fraterno y justo de la mano de Cristo crucificado y
resucitado. Unidos a Él y a su amor hecho compromiso con el cuidado de la vida forjemos
caminos de luz en medio de las tinieblas.
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