martes, 6 de octubre de 2020

ERRADICAR EL HOSTIGAMIENTO SEXUAL EN LA PUCP: UNA RESPONSABILIDAD COLECTIVA

Protesta contra el hostigamiento sexual en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile

Con mucha vergüenza y dolor, durante los últimos meses, he seguido la aparición de denuncias de hostigamiento sexual y abuso de poder contra docentes de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Como egresado y profesor en dicha casa de estudios, me interpela hondamente reconocer que en nuestras aulas se producen situaciones que ponen en riesgo específicamente la integridad de nuestras estudiantes. El fin de nuestra institución es brindar condiciones para el crecimiento académico, ciudadano y humano de quienes apuestan por nuestro proyecto educativo. Es una perversión de la misión de cualquier universidad que algunos usen sistemáticamente el poder asociado al rol docente como un instrumento para involucrar a estudiantes en relaciones tóxicas y abusivas, dañándoles en su desempeño universitario, su proyecto personal y su dignidad en formas que son irreparables. Pero es aún más inadmisible en la PUCP, donde nos enorgullecemos de brindar una educación humanista inspirada en los valores cristianos.

El sentir general es que estas denuncias deben canalizarse por los vehículos institucionales, investigarse a profundidad, aplicarse sanciones a los perpetradores y reparaciones integrales a las víctimas. Estoy de acuerdo que eso es fundamental. Sin embargo, me parece que este tema requiere una respuesta que trasciende los procedimientos legales y disciplinares. La respuesta debe articularse desde una perspectiva integral y participativa, no solo centrada en lo punitivo, aun cuando esta sea una variable ineludible. Y es que las sanciones, aunque legítimas y necesarias, no bastan para resolver el problema. Estos abusos no conciernen solamente a unos pocos. Al contrario, involucran a toda la comunidad universitaria, empezando por quienes ejercemos el rol docente. El daño a un miembro de nuestra comunidad es algo que afecta al conjunto y debe despertar nuestra solidaridad. Si aspiramos erradicar prácticas de hostigamiento sexual y abuso de poder de nuestras aulas, necesitamos que todos quienes convivimos en la PUCP nos asumamos como parte de la solución.

En mi opinión, que la universidad cuente con una Comisión de Intervención contra el Hostigamiento Sexual es valioso, aun a pesar de las limitaciones que pueda tener, porque ha permitido recoger denuncias y generar protocolos de atención de estos casos. Por su parte, las denuncias en redes sociales, aunque sea materia de controversia si es el mecanismo más adecuado, han contribuido a generar conciencia sobre la gravedad del problema. No obstante, pienso que toca dar un paso adicional: interrogarnos sobre qué pasa en la PUCP que no hemos logrado practicar una cultura del cuidado integral de nuestras y nuestros estudiantes.

Toca empezar por escuchar a las víctimas y dejar que su experiencia nos revele cuan serio es el mal que enfrentamos. El reconocimiento es el primer paso que debe animarnos a comprender la complejidad de las dinámicas de abuso y las condiciones que lo permiten, apreciando que se da en distintos niveles. El hostigamiento y el abuso sexual es la manifestación más perversa, pero hay otras formas más sutiles y cotidianas en que las mujeres de la PUCP ven su dignidad dañada. El problema es complejo y multidimensional, por lo que el entendimiento de qué pasa, en qué espacios y escalas, y por qué pasa es fundamental. Escuchar a las afectadas y examinarnos críticamente como comunidad nos permitirá romper prejuicios implícitos que solo profundizan las heridas de las víctimas al estigmatizarlas como si fuesen responsables de lo sufrido y, más grave aún, que avalan que estas situaciones continúen. Reconocimiento, empatía y entendimiento son las bases para avanzar hacia compromisos concretos y eficaces dirigidos a construir relaciones, mentalidades y estructuras que garanticen un campus libre de violencia.

En la lucha contra el hostigamiento sexual y otras formas de violencia contra las mujeres, todos tenemos algo que aportar. Es crucial que asumamos esa porción de responsabilidad que nos toca. La solución empieza por cada uno y cada una de quienes integramos la comunidad universitaria. De lo contrario, nuestro silencio o indiferencia se vuelve complicidad con estas prácticas. Más aún, avanzar en este propósito implica que estudiantes, docentes, administrativos y autoridades nos examinemos como sujetos que cargamos prejuicios y costumbres que avalan el abuso en las aulas y aseguran su impunidad. No es un secreto que, ante la aparición de las denuncias, muchos hemos agachado la cabeza y admitido que sabíamos que esto pasaba, pero no hicimos nada. Para dar un giro que marque una diferencia, necesitamos una conversación que involucre a toda la comunidad universitaria, la cual sea facilitada por los especialistas y que coloque el cuidado y reparación de las víctimas en el centro. Necesitamos asumir nuestra responsabilidad colectiva ante la denigración de la dignidad de nuestras estudiantes y la distorsión de la misión de la PUCP.

Quiero reiterar que sin la participación de la comunidad universitaria la batalla no será ganada plenamente. Los modelos más efectivos de prevención de hostigamiento y abuso sexual se basan en que los miembros de la institución desarrollen habilidades para reconocer y alertar sobre comportamientos potencialmente riesgosos. Todos tenemos una responsabilidad moral en el cuidado de nuestras estudiantes y para ejercerla necesitamos educarnos. Ese es el horizonte hacia donde debemos apuntar en la PUCP: una formación que nos capacite para no quedarnos callados ante un comentario sexista, ser reflexivos sobre cómo arrastramos prejuicios implícitos de género en nuestra convivencia cotidiana, o saber cómo proceder ante un comportamiento inapropiado.

Todas y todos somos PUCP. Algunas de esa colectividad han sido dañadas en su integridad. Nuestro espíritu de comunidad nos exige que ese dolor lo hagamos nuestro. No podemos ser indiferentes. Es un asunto de coherencia y solidaridad. El rectorado ha expresado su compromiso en luchar contra este cáncer del hostigamiento sexual. Pero para el éxito de esta campaña se necesita de la colaboración de cada uno de quienes hacemos de la PUCP una institución viva al servicio de nuestros estudiantes. Y, por tanto, cada quien debe preguntarse qué le toca hacer, qué necesita aprender, qué necesita cambiar para sumar en esta meta colectiva.

Por mi parte, me he trazado el compromiso de hacer seguimiento a los casos e informarme sobre cómo otras universidades enfrentan este problema. Hoy que ando estudiando por Boston College, he descubierto que tienen un programa muy efectivo de prevención de violencia sexual basado en el empoderamiento de los estudiantes para identificar y alertar conductas de riesgo. Pero quizás lo más desafiante es que he estado reflexionando mucho en las maneras cómo siendo docente hombre gozo de privilegios y reproduzco discursos sexistas. Tener conversaciones con mis colegas mujeres me va ayudando a descubrir cómo aquella fuerza invisible del patriarcado es una realidad que condiciona mis maneras de pensar e interactuar. Así, creciendo en consciencia y empatía, espero encontrar estrategias para liberarme de estas taras y ser un agente de cambio para construir una PUCP sin ninguna forma de violencia contra las mujeres. Quizás más adelante me animo a compartir ese examen de conciencia, pero por el momento uso este espacio para invitarnos a caminar en esta senda y plantearnos la pregunta: ¿Cuál es mi responsabilidad ante estos casos y qué puedo hacer para aportar a la solución?


1 comentario:

  1. Comparto algunas reacciones de Carla Sagástegui, quien desde la Dirección de Asuntos Estudiantiles, está encargada de promover una política contra el hostigamiento sexual en la PUCP. Coloca información relevante sobre el estado actual del problema y criterios para seguir la conversación.

    "Buen texto, Juan Miguel. Qué bueno que como docente tengas una postura éticamente clara respecto de las violencias de género. El tema es complejo, y mucho porque no solo afecta a las personas que vivieron el episodio de violencia, sino que las vicitimiza y las revictimiza cada vez que se pide que nos repitan su testimonio, más aún cuando hay un público que cierra filas con los agresores o con la "naturalidad" de lo ocurrido, generando culpas y vergüenzas que debilitan a las denunciantes. Afecta también a las compañeras y compañeros, a colegas de todo género, se crean bandos a favor y en contra, se expanden las frustraciones y en ese marco crece la desconfianza y se empieza a dudar de cualquier docente, compañero, de cualquier autoridad. Desde que te fuiste ya algo de agua ha pasado bajo el puente. Se creó una Mesa de Diálogo y un servicio de Atención a Víctimas de violencias que trascienden el hostigamiento, ya se capacita a todas y todos los cachimbos y este año estamos en los pilotos de capacitación a docentes, predocentes y personal administrativo. Pronto se presentará a Consejo Universitario el protocolo y ya tenemos un trabajo en red establecido que va de prevención a protección. Y aquí entonces, sumemos que cuando se sabe que tienes alguien en quien confiar, cuentas con soporte, es más fácil denunciar. La ventaja de las denuncias públicas permiten congregar más testimonios y testigos y de ahí que se haya institucionalizado empezar por ahí antes que por la vía de investigación y sanción. En ninguna facultad debiera haber un solo docente así, pero la universidad queda en Perú, un país con altísimos índices de violencias de género que terminan llegando hasta la universidad. Y sí, el enfoque actual quiere promover una participación activa de todas las persona que integramos la comunidad universitaria para que no guarden silencio, no se rían de bromas sexistas, que no acepten malos tratos, tocamientos indebidos, desprecio por la identidad de género y una larga lista de acciones negativas que simple y llanamente van contra respetos elementales que parece algunas personas no han desarrollado o que tienen extrañas prioridades en su imaginación que nadie más comprende y que ya nadie puede permitir. En medio de la pandemia, nos toca ahora crear nuevos lazos de confianza, de respeto y de escucha, y aunque en ciertas ocasiones el marco legal ayude poco, pues nos hemos comprometido a dar lo más que se pueda, hasta los bordes de la ley, con tal de prevenir y acabar con tan egoísta y abusiva relación de poder que alguna vez pensaron que les correspondía."

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