domingo, 30 de agosto de 2020

SANTA ROSA DE LIMA, UN MODELO DE VIDA CRISTIANA

Escena de la película “Rosa mística” de Augusto Tamayo (2018)

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Santa Rosa de Lima (1586-1617) es una de las mujeres más famosas de la historia latinoamericana, debido a que, en 1671, se convirtió en la primera persona nacida en las Américas en ser canonizada por la Iglesia Católica. Por ello, su figura es bastante conocida y venerada en nuestro continente desde los tiempos coloniales. A pesar de haber vivido en un mundo muy distinto al nuestro, pienso que los creyentes de hoy podemos redescubrir en Rosa un testimonio actual para inspirar nuestro camino de seguir a Jesús.

Nacida en Lima, durante el surgimiento del Virreinato del Perú, fue bautizada con el nombre de Isabel Flores de Oliva. Creció en una familia blanca que luchaba por ganarse su sustento en una sociedad impregnada de colonialismo, inequidad y racismo. Su padre, Gaspar Flores, era originario de San Juan de Puerto Rico. Fue militar y funcionario público al servicio del virrey del Perú. La madre de Isabel fue María de Oliva, quien era originaria de Lima y tuvo la tarea de criar diez hijos. Como pasaba con todas las mujeres de su época, a sus padres les preocupaba que Isabel se casara para aumentar el prestigio y los ingresos de la familia. Sin embargo, Isabel estaba más interesada en seguir una vida religiosa, por lo que se negó a cumplir con las expectativas familiares.

Las biografías sobre Rosa de Lima destacan que su vida espiritual y prácticas penitenciales comenzaron en su niñez. A una edad temprana, hizo un voto perpetuo de virginidad, practicó el ayuno y rechazó toda forma de vanidad. Cuando tenía alrededor de 12 años, construyó una diadema de espinas para emular la Pasión de Cristo. Siguiendo el modelo de santa Catalina de Siena, en 1606, Rosa se convirtió en terciaria dominica. Así, construyó una ermita en el jardín familiar, donde llevó una vida intensa de oración contemplativa, ascetismo y austeridad. Durante esos años, decidió cambiar su nombre al de Rosa de Santa María. Su experiencia mística alcanzó su punto más alto cuando, durante la Semana Santa de 1617, Rosa experimentó un “desposorio místico”. El Niño Jesús se le apareció y le pidió que fuera su esposa. Este vínculo espiritual tuvo lugar el domingo de Pascua. Meses después, falleció porque sus prácticas penitenciales habían debilitado su cuerpo.

A pesar de su renombre, a primera impresión, la vida virtuosa de santa Rosa parece estar desconectada de las preocupaciones de los católicos del siglo XXI. ¿Cómo es posible identificarse con su modelo de santidad propio de la época del Barroco? Es retador comprender su espiritualidad que, aparentemente, la aislaba del mundo. Además, podría decirse que sus prácticas penitenciales extremas eran propias de una persona que padecía una enfermedad mental que no debería ser imitada. Estas, sin duda, son interpretaciones simplistas que reducen a Rosa a una beata encerrada en su ermita viviendo una espiritualidad perdida en gestos exteriores vacíos, fantasías y milagros vanos. Aquella Rosa que, según Ricardo Palma, hablaba y jugaba con los mosquitos. Y, en cuanto a supuestos desórdenes psiquiátricos, ese juicio cae en anacronismos que juzgan la experiencia mística barroca desde las categorías psicológicas del presente.

Sin embargo, la brecha entre la vida de Rosa y la de los católicos de hoy existe. Reconocerla es un primer paso para enganchar con esta santa. En el fondo, el problema se debe a que sus biógrafos y los difusores de su culto han subrayado que la espiritualidad de Rosa la separaba del mundo en el que vivía. Por ello, para poder presentarla como un modelo significativo es necesario tomar distancia de estas lecturas tradicionales. Más bien, debemos enfocarnos en rescatar que ella era, ante todo y sobre todo, una fiel discípula de Jesús y una misionera. En esa perspectiva, propongo tres rasgos en los que esta santa mujer puede enseñarnos cómo llevar una vida cristiana.

Primero, es importante comprender integralmente su misticismo. La práctica contemplativa de Rosa tiende a describirse simplemente enfatizando sus duras penitencias y el sufrimiento que infligió a su cuerpo. No obstante, cuando se ve con más profundidad, su motivación fundamental en la vida fue cultivar una relación profunda con Jesucristo. Quería identificarse con el Señor de todas las formas posibles, incluso recreando el misterio de su Pasión. Pero su práctica mística no era un sufrir por sufrir, sino una búsqueda de conocer mejor a Jesús para más amarle y seguirle. En ese sentido, el misticismo de Rosa es relevante, porque nos recuerda que toda experiencia cristiana debe basarse en un encuentro íntimo con el Dios revelado en Jesús. Nuestro objetivo es alimentar ese vínculo amoroso, como lo hizo Rosa, para que podamos convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

En segundo lugar, Rosa de Lima no era una mujer aislada del mundo. Historiadores, como Ramón Mujica o Luis Millones, han demostrado que tenía conocimiento de la teología espiritual y del contexto cultural de la Hispanoamérica colonial. Además, Rosa disfrutaba de la música, compuso versos y escribió algunos textos espirituales. Sus intereses revelan que nuestra santa tenía un alma alegre y una capacidad de reflexionar desde el contexto en el que le tocó vivir. En definitiva, para Rosa, comunicar la alegría del Evangelio implicaba conectarse con la sociedad y la cultura local, y amar su tierra natal.

Finalmente, Rosa se dedicó a los enfermos y hambrientos de su ciudad. Esta laica a menudo los llevaba a su casa para cuidarlos. En otras palabras, era una mujer activa cuya vida no solo se gastaba en ejercicios contemplativos. Ella caminó por las calles de Lima encontrándose con los necesitados y viviendo la caridad cristiana. Su caridad estaba más allá de las jerarquías raciales y étnicas de la sociedad colonial peruana. Como escribió su biógrafo Leonard Hansen, Rosa "sirve sin hacer distinciones entre mujeres españolas, indias, africanas; con la misma compasión, cuidó a las empleadas domésticas, a los extranjeros e incluso a los que no ha visto en toda su vida" (1). Esta santa abrazó a los pobres como un signo real de su amor por Jesucristo.

Entre santa Rosa de Lima y nosotros, hay una distancia temporal de cuatro siglos y concepciones distintas del mundo y la fe. Sin embargo, los católicos peruanos de hoy pueden descubrir en ella un modelo para crecer en la fe. La vida de Rosa nos enseña que ser cristiano es estar enamorado de Jesucristo, encarnar su Evangelio en un escenario histórico y colaborar en la construcción de una sociedad en la que se respete la dignidad de todos, especialmente de los pobres.

 (1)    Citado por Noé Zevallos, Rosa de Lima: compromiso y contemplación. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones, 1988, p. 78.


1 comentario:

  1. Santa Rosa nos enseña a dejarse seducir por Jesús, a seguirle de forma radical,no seamos tibios, amemos como el mandamiento del amor nos pide, que esta mujer de fe nos inspire hoy.

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