martes, 25 de agosto de 2020

DUELO Y ESPERANZA

Fuente: New York Times 


La imposibilidad de acompañar a nuestros seres queridos en su lecho de muerte debe ser una de las experiencias más dolorosas que ha traído la pandemia. No hay palabras suficientes para consolar a quienes ven partir a familiares y amigos (muchas veces de manera prematura). Y, por lo mismo, es admirable ser testigo de cómo las personas van creando sus maneras para expresar su inmenso amor en estas circunstancias. Hoy muchas historias nos invitan a redescubrir que un duelo vivido con esperanza nos sostiene en medio de la tragedia de perder a alguien en tiempos de distanciamiento social. Comparto algunas reflexiones que brotan de escuchar el testimonio valiente de quienes les ha tocado vivir esta penosa experiencia.

El duelo es amigo de la gratitud. Si la muerte de alguien nos afecta, es porque esa persona significa algo en nuestra vida. Despedir a un ser querido es oportunidad para hacer memoria de eso y traer al corazón aquellas experiencias que nos unen a quien ha partido. Es ponerse un tanto nostálgico, pero como camino para expresar nuestra gratitud por cuanto amor y bien hemos recibido de quien nos ha dejado. Pero para que sea un ejercicio sanador hay que encontrar formas personales de expresarlo. Escribir una carta, preparar una oración comunitaria o una reunión familiar virtual, escuchar o bailar música que nos evoca a esa persona, mirar fotografías, organizar sus pertenencias, etc. Aquellas alternativas (y muchas otras que broten en el corazón de los deudos) pueden ayudar a despedirse simbólicamente y expresar aquello que no se pudo decir en el momento oportuno. Sin duda, será doloroso, pero nos ayudará expresar esos sentimientos contenidos en el corazón.

Está bien sentirse triste. Hemos perdido a alguien que amamos. Que no nos afectase sería lo preocupante. Pero no tenemos que vivir esto solos. Al contrario, hemos de tener cuidado de no encerrarnos en nuestro dolor. Y es más fácil no caer en ello si recordamos que el duelo nos une a otros, quienes también extrañarán la presencia física del ser querido. Busquemos a familiares y amigos para compartir la tristeza y consolarnos. Dolor que es compartido es más llevadero. Sin duda, será motivo para fortalecer nuestros vínculos con quienes siguen caminando entre nosotros y reconocer que hay motivos para seguir adelante a pesar de la pérdida. En caso sintamos que la situación nos desborda podemos recurrir a acompañamiento profesional, sea psicológico o espiritual (o ambos). Hay instituciones que vienen brindando el servicio de escucha de manera gratuita. Lo importante es saber que no tenemos que pasar por esto solos.

Tener paciencia con uno mismo y con los demás. Hay días donde todo se revuelve y hay otros donde es posible cierta serenidad. Que nuestras emociones fluctúen de manera radical es parte del camino del duelo. Pero también hay que recordar que no todos vivimos la pérdida de la misma manera. Podemos caer en la tentación de querer que todos hagan luto según nuestro modo. Y así terminamos arrojando juicios contra quienes pensamos no les importa. Pero, en el fondo, sí les afecta, y al igual que nosotros les cuesta enfrentar la situación. Toca ser respetuoso y paciente del proceso de los demás, de la misma manera como deseamos que los demás sean respetuosos con nuestro proceso. Aprender que, ante un duelo, en vez de juicios y reclamos, lo único que funciona realmente es la compasión y la disposición de estar allí para el otro y de la manera en que ese otro quiera que estemos. Y, eso sí, no solamente ofrecer acompañamiento, sino dejarse acompañar, porque uno mismo también lo necesita.

El reto más grande es vivir el duelo con esperanza. Siempre me conmueve las palabras que las personas formulan para consolarse y confiar que el ser amado no se ha ido para siempre. En la cultura cristiana, la fe en la resurrección alimenta una mirada a la muerte sin desesperación. Usualmente decimos: “Ya descansa en paz”. Esa expresión es mucho más que resignación. Es signo de que la vida de nuestro ser querido no ha concluido con la muerte. Vive para siempre en la presencia de Dios y la muerte ya no tiene poder alguno sobre él o ella (Rom. 6:9). Allí donde ha ido ya no habrá sufrimiento ni dolor (Ap. 21:4). Cuando he perdido familiares o mentores, me da mucho consuelo imaginarme a esa persona encontrándose con Dios y dándose un abrazo larguísimo. Y repetirme y compartir con otros mi fe en que quien se ha ido ahora vive gozando eternamente del abrazo eterno de aquel Dios que es amor infinito e incondicional.

“Sigue viviendo en nuestros corazones” es otra frase que mucha gente dice para consolarse. Pienso que, desde una perspectiva cristiana, contiene mucha sabiduría. Nos confirma en que la muerte física no es el final del camino, pues creemos en la resurrección de los muertos y en la vida eterna. Pero además nos transmite la serenidad que esa persona sigue acompañándonos de alguna manera misteriosa. No como un fantasma que se asoma de vez en cuando, que termina siendo una ilusión. Más bien, habita en nuestro corazón, aquel órgano de nuestro cuerpo que en el pensamiento bíblico alberga la integralidad del ser humano. Quien nos deja nos ha marcado de maneras que son inolvidables y, por eso, sigue estando en nosotros a través de nuestros pensamientos, memoria, sentimientos, voluntad, acciones. Nuestra manera de hablar o de hacer, nuestros gustos o intereses, nuestros valores y sueños, entre tantas otras dimensiones de nuestra identidad nos conectan con el ser amado

“La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, sino se transforma”, reza el prefacio de la misa de difuntos. Es una buena manera de sintetizar la fe en que el duelo puede abrirnos a la esperanza. Es la confianza en que la muerte nunca tiene la última palabra. Que aquellos quienes la muerte física nos arrebata parten a un lugar donde gozarán de una vida plena. Y, lo más importante, que el amor no termina con la muerte física; al contrario, permanece nutriendo un vínculo que nunca se irá por completo. Por eso, quienes nos dejan físicamente siguen caminando con nosotros dentro del corazón, pero como una nueva presencia. La memoria agradecida del amor que nos dieron -signo real del amor de Dios en nuestra vida- es aliento para testimoniar que siempre es el amor el que vence a la muerte. Honremos la memoria de nuestros difuntos amando tal y como hemos sido amados.  Eso es vivir el duelo con esperanza.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias Juan Miguel por esta reflexión tan sentida. Me la has compartido en el momento perfecto. Cinco días antes de que tu publicaras esto, se conmemoraban ocho años del sensible fallecimiento de Christians Edward Vilchez Rios. Me has dado un rayo de luz más en este día. Un gran abrazo y beso, Novak

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    1. Me alegro que la reflexión haya sido significativa para ti, querida Novak. Perdona que recién te contesto. No había visto tu comentario. Te deseo un feliz y esperanzador año nuevo

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