domingo, 10 de enero de 2021

LÁMPARAS Y NO ESTRELLAS

Fuente: Frame Pool

“Si cada uno hiciera bien lo que le toca hacer, tendríamos un mundo más justo y fraterno”. Aunque para muchos esa sea una frase cliché, encuentro en ella una profunda sabiduría. A fines de noviembre, se la volví a escuchar a un joven profesional del Cusco durante un encuentro virtual de voluntariados universitarios. En ese momento, resonaba fuerte los ecos del estallido social en el Perú y la esperanza en la “generación del Bicentenario”. Sus palabras no eran vacías, sino estaban llenas de convicción y ejemplo. Nos contó que era parte de un equipo de jóvenes que había creado una consultora. Su granito de arena para construir un Perú mejor era realizar sus contratos con eficiencia, compromiso y transparencia, y negándose a ceder ante los mecanismos tan naturalizados de corrupción en el sector público.

Al escucharlo, me quedé pensando qué pasa que se hace tan difícil poner en práctica ese mínimo indispensable de hacer bien lo que le toca a cada uno. Aunque claramente hay varias formas de entrar a esa pregunta, me animo a lanzar una idea para alentar una conversación al respecto. Para mí, tiene que ver con que la cultura hoy nos orienta a ser estrellas, que destaquen por encima de los demás y que acumulen poder, dinero, fama, experiencias memorables y un largo etc. Si bien hay algo de legítimo en esta aspiración a ser más, también se corre algunos riesgos cuando solo nos mueve el deseo de ser visto. Las estrellas usan su luz interior para captar la atención de los demás y ser alabados por todos. El mundo virtual es un buen ejemplo de esta mentalidad. La meta es ser un influencer que acumula contactos, likes y comentarios.

¿Dónde está el peligro? En un mundo de estrellas, se contagia la tendencia a colocarse en un pedestal por encima de los otros y a creer que el prestigio personal obliga a los demás a girar a nuestro alrededor. Nos concebimos como objetos de culto y, por tanto, todo se orienta a alimentar nuestro ego. La consecuencia es el narcisismo, la incapacidad de mirar más allá de uno mismo. Y en el reino del egocentrismo abunda la indiferencia y el abuso. Es el triunfo de la lógica del sacar provecho del otro para favorecer los propios intereses. Es una mentalidad que termina dejando personas heridas por doquier, muchas veces paralizadas e indefensas, o resentidas y buscando revancha.

El planteamiento de aquel joven cusqueño, más bien, implica que nos concibamos como lámparas, que comparten su luz para que otros puedan ver. Es vivir enraizado en la convicción que la misión -esa razón por la cual estamos en el mundo y que orienta la vida personal- es estar al servicio de los demás. No se trata de brillar para el goce individual, sino de ser medio para el crecimiento de los demás. En pocas palabras, usar el propio talento para que otros talentos brillen. En oposición al egocentrismo de las estrellas, el ser lámpara es practicar la humildad que nos libera de las ambiciones mundanas y la falsa seguridad que da acumular prestigio, poder o tantas otras cosas. Es convencerse de que es mejor comprometerse fielmente en lo poco y en lo cotidiano, en lo que uno tiene delante y que puede hacer bien.

Si aspiramos a marcar una diferencia en el mundo, el camino no es buscar reflectores para que todos nos miren, escuchen o toquen. Más bien, lo que nos conduce a ese horizonte es asumirnos como obreros comprometidos con la labor cotidiana de cuidar a las personas que nos rodean y asumir con seriedad y dedicación nuestras tareas como miembros de las comunidades e instituciones a las que pertenecemos. El servicio nunca es ideológico, como enseña el papa Francisco, porque se sirve a personas, no a ideas o a nuestro propio ego. Vivir como lámparas nos abre a la “verdadera sabiduría” que supera el narcisismo para abrirse al encuentro con la realidad, a sentarse a escuchar al otro y acogerlo como nuestro  hermano (1).

Qué duda cabe, necesitamos crecer en una mentalidad donde seamos más lámparas que estrellas. Solo así el mundo podrá ser lo que debe ser. En esta tarea, los cristianos tenemos una responsabilidad. Jesús nos enseña que aquel que quiera llegar a ser grande no debe dominar ni oprimir, sino ser servidor de todos (Mateo 20, 25-27). Al mirar la vida de Jesús descubrimos que estas no fueron palabras vacías, sino que, como el joven cusqueño y tantos otros héroes cotidianos, se la jugó en ser lámpara y no estrella. Aquel a quien los cristianos confesamos como “el nombre que está sobre todo nombre”, lo es porque “se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo y se hizo semejante a los seres humanos” (Filipenses 2, 7.8). Que nuestra fe en Jesús, el servidor de todos y todas, nos inspire a encarnar una espiritualidad de lámparas en un mundo sombrío y cerrado, tan necesitado de luz y encuentros.  

(1) Papa Francisco, carta encíclica Fratelli Tutti, n. 47-48.


1 comentario:

  1. Leerte ha sido un placer Juan Miguel. En estos días andaba un poco ansiosa porque ya acabé la carrera y la incertidumbre del mundo laboral genera tensión. Sin embargo, leerte me ha regresado a mi centro, aquel donde radica mi vocación y la ilusión por enseñar y aprender. Me quedo con la palabra "servicio" pero uno auténtico, dirigido al prójimo, como mencionaste: compartir mi talento para que otros talentos brillen. Servir de corazón ❤️, con entusiasmo y vocación. No por el dinero o el ego sino porque contribuyo con mi granito de arena a formar personitas más sensibles y más humanas, además de que me hace feliz. Necesitaba leer algo así como para recordar de que todo estará bien si respondemos al llamado del servicio. Un abrazo y muchas gracias ❤️✨.

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