Captura de pantalla del Facebook de UNPRG Lovers |
El Perú está siendo duramente golpeado por la
segunda ola de la COVID-19. El último mes nos ha traído a la memoria los peores
momentos del año 2020. Escenas de familias desesperadas buscando oxígeno o cama
UCI, así como avisos de nuevos decesos cada día, vuelven a ser el pan de cada
día. A esto se suman los temas irresueltos del estallido social de noviembre
pasado y el panorama penumbroso de las elecciones del próximo abril. En el año
del Bicentenario de nuestra Independencia, todo pareciera pintar mal.
Considerando ese escenario sombrío, no es de
extrañar que la llegada del primer lote de vacunas al Perú ha sido una fiesta
nacional. La cobertura de los medios de comunicación fue a todo dar. Pero
quienes realmente se robaron las cámaras fueron los amigos de UNPRG Lovers, un
grupo de chiclayanos a quienes se les ocurrió transmitir vía Facebook Live el
vuelo de la vacuna hacia el Perú. Desde China hasta su desembarque en El Callao,
cientos de miles de peruanos siguieron el acontecimiento acompañados de cumbia,
nuestras canciones patrióticas y la chacota típica del humor nacional. Aunque
algunos lo consideren una excentricidad, la verdad es que terminó alcanzando
913 mil reproducciones.
Muchos verán en esto una anécdota más del genio
creativo peruano, capaz de reírse de las desgracias para encontrar motivos para
seguir adelante. Honestamente, creo que hay algo más. Al conectarme, lo que mis
ojos vieron fue un espacio de encuentro entre personas diversas, que no nos
conocemos cara a cara, pero que compartimos un amor por el Perú y un deseo
hondo de que las cosas se hagan bien para que el sufrimiento acabe. Allí se
respiraba fraternidad y esperanza. Éramos testigos de una hermandad espontánea
que celebraba que la muerte y el llanto no serán para siempre, y que la vida,
al final, triunfará.
El espíritu reinante en ese espacio virtual me
llenó de esperanza. Y no me refiero solo a las vidas que serán protegidas
gracias a esas vacunas. En ese momento, sentí que los peruanos tenemos ganas de
“querer ser pueblo”, como dice el papa Francisco; es decir, de entendernos como
un nosotros que es más que una suma de individualidades (1). Un pueblo se construye
a través de experiencias que hermanan, donde se forjan vínculos de amistad
social, se descubren las cosas en común y se aprende a soñar juntos. Ser pueblo
“es formar parte de una identidad común hecha de lazos sociales y culturales”, lo
que constituye la base para pensar en un proyecto colectivo, que promueva la
dignidad de todos y todas, y que se haga realidad gracias al compromiso
colectivo (2). En la fiesta por la vacuna, reconocí un potencial para caminar
hacia ese horizonte.
No quiero pecar de excesivo optimismo, pues
admito que son muchas las limitaciones para constituirnos en pueblo. El Perú es
de los países con más alto índice de desconfianza entre ciudadanos, donde la
precariedad de la vida y la violación de derechos fundamentales se trata con
normalidad, donde prima una cultura que privilegia la acción individual por
encima de la colectiva, y donde la clase política decepciona cada día más. Basta
ver las voces mezquinas de quienes se andan quejando que 300 mil vacunas no son
suficientes para que la esperanza se desinfle un poco. Sin embargo, el domingo
pasado sentí que no éramos causa perdida, tal y como los profetas de
calamidades nos quieren vender siempre. Cuando nos lo proponemos, podemos
aspirar a ser un Perú nuevo, regenerado desde el encuentro jovial y el trabajo
duro de quienes formamos parte de esta nación.
Quizás mi esperanza no es tan infundada. “Poner el hombro” es uno de los lemas que han acompañado la algarabía por la llegada de la vacuna. Es un llamado a que cada uno asuma su responsabilidad en esta lucha que es de todos, y en la que solo nos salvaremos trabajando juntos. En el fondo, la pandemia es una oportunidad de aprendizaje. Ojalá sepamos mirar más lejos y hacer de esa alegría por las vacunas un motivo para hacernos más hermanos, soñar juntos el Perú que queremos y poner el hombro para hacerlo realidad.
(2) Papa Francisco, carta encíclica Fratelli Tutti, n. 157-158