Fuente: Punto Edu
Querido Felipe, hoy se cumple un mes de tu partida y, aunque sabemos que estás en modo pascual, se te extraña muchísimo. Me he puesto a leer escritos tuyos como una manera de navegar por tu ausencia. En ese camino, recuperé un breve documento de 2018 o 2019, que presentaste en una reunión de los profesores de teología para, en tus palabras, “promover la reflexión sobre nuestro accionar en la relación con los estudiantes PUCP y otros…”.
Allí nos
invitabas a “formar personas íntegras, capaces de un desarrollo humano cada vez
más pleno, en los que los conocimientos científicos y humanistas tiendan al ‘saber
vivir’, a una cultura sapiencial”. Para ello, proponías desarrollar progresivamente
una pastoral universitaria con fundamentos teológicos, que aprenda a acompañar los
procesos de maduración integral (afectiva, racional, relacional, psicológica,
sexual, etc.) de los jóvenes, para ayudarlos a “dar razón de su esperanza” (1
Pe 3,15) y suscitar en ellas y ellos un compromiso con los otros y con la
realidad del Perú. Tal opción exigía “salir a su encuentro, pasar el tiempo con
ellos, escuchar, acompañar, interpelar, intercambiar, favoreciendo experiencias
de Dios”.
Desde tu
experiencia, alertabas de no optar por modelos y recetas simplonas, tomando distancia
de la “pastoral del engreimiento” que evita la confrontación seria de los
jóvenes con sus procesos de maduración y compromiso, así como de la “pastoral
de manual, moralista y autorreferencial”, que se pierde en la lógica del mérito
y del autoperfeccionamiento alienante, que huye del encuentro con el otro y el
mundo.
Estas
palabras eran de advertencia, pero también en ellas afloraba tu fe profunda y sencilla
en el Evangelio de la gratuidad, donde la experiencia de descubrirse amado
incondicionalmente moviliza a asumir la libertad personal y el autoconocimiento
como proyecto de autorrealización en comunión con los otros y al servicio de la
justicia, la fraternidad y el bienestar de todos. Querido Felipe, siempre viviste
enraizado en lo fundamental del discipulado cristiano y es lo que te esforzaste
por transmitir a tus colegas, a tus estudiantes, a tus amigos, a todo el que
pasó por tu camino. Es, también, lo que quisiste subrayar como central para la
pastoral universitaria y la labor docente.
Gracias, querido
Felipe, “amigo de los caballos”, amigo de la PUCP, “amigo de medio mundo”,
porque aún desde lejos, tu palabra y tu vida seguirá inspirándonos a quienes
habitamos la universidad como hombres y mujeres de fe para responder a Aquel
quien nos amó primero (1 Jn 4,19) en el servicio y el acompañamiento a los
jóvenes universitarios.
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