Este Viernes Santo no puedo ver a Jesucristo crucificado y no recordar a tantos que sufren por las múltiples crisis que enfrenta el Perú. Están los miles de afectados por la emergencia climática en las regiones del norte. 67 personas han perdido la vida como consecuencia de la protesta social contra el gobierno de Dina Boluarte. Se trata de 49 civiles víctimas de la represión policial, 6 militares, 1 policía y 11 civiles por hechos relacionados a los bloqueos de carreteras. Y si sumamos las víctimas por accidentes de tránsito, crimen organizado, feminicidios y enfermedades tratables sumamos miles de vidas que se pierden.
Pareciera que en el Perú reina una
cultura donde la vida de todos no tiene el mismo valor. Muchos mueren y no pasa
nada. Muchos ven sus derechos fundamentales recortados y las autoridades no se
sienten responsables de hacer algo para que las cosas sean diferentes. Tantas
vidas inocentes perdidas deben dolernos a todos los peruanos y, sin embargo, lo
que vemos es gente trabajando para enterrar estos casos en el morbo, la
mentira, el olvido y la impunidad. Incluso, algunos culpan a las víctimas de su
propia muerte en un acto de indolencia que es inhumano y anticristiano.
Este Viernes Santo es un momento
para en nuestros corazones decirle basta a esta cultura de la muerte. La
liturgia de este día ofrece dos signos que pueden sacarnos de la resignación y
convencernos que podemos aspirar a un Perú distinto.
Primero, la lectura de la Pasión
según el Evangelio de Juan expresa una historia que no es tan ajena a la
nuestra. Si la escuchamos pensando en la crisis que enfrentamos, encontraremos
varios paralelos que nos llaman a tomar postura por Jesús y las víctimas.
Están las autoridades judías que
complotan contra Jesús y lo arrestan y enjuician sobre la base de calumnias. No
les interesa que Jesús ha despertado la fe y la esperanza del pueblo, mucho
menos la verdad y la justicia. Tan solo quieren silenciarlo porque ese Jesús es
una amenaza a su poder. Está Pilato el gobernador romano, quien sabiendo que
Jesús es inocente prefiere ceder al juego de poder por conveniencia y
autoprotección. Están los soldados romanos que sacan provecho mezquino de la
desgracia ajena, sorteándose entre ellos la ropa del condenado a muerte. ¿Acaso
no somos testigos en el Perú de estos vicios que denuncia la Pasión según Juan?
La política irresponsable, movida por intereses sectarios y el deseo de
destruir al adversario, el desconocimiento de los derechos fundamentales, el
desprecio a la verdad, la indiferencia frente a la injusticia y el dolor de las
víctimas, o la corrupción generalizada que saca provecho incluso de las
tragedias, son manifestaciones de esta cultura de la muerte que quiere
imponerse en el Perú. Proclamar la Pasión de Cristo hoy es una oportunidad para
afirmar que no queremos estos vicios en nuestra sociedad.
A la vez, el texto de la Pasión
nos ofrece modelos de que se puede resistir caer en la resignación o la
complicidad ante una situación corrompida. María, madre de Jesús, y otras
mujeres discípulas acompañan a su maestro, no le dejan solo en este momento tan
horrendo. Se responsabilizan del dolor ajeno y, al menos con su presencia,
quieren ofrecerle consuelo. José de Arimatea se asegura que el cadáver de Jesús
no termine en una fosa común, olvidado para siempre. Gestiona ante el
gobernador el permiso para reclamar los restos de Jesús y darle una sepultura
digna. Y el mismo Jesús no se amilana ante sus jueces. Sabiéndose inocente,
defiende su dignidad y la autenticidad de su misión y muestra que ni la
crueldad de sus verdugos es capaz de quitarle su humanidad. En medio de la más
honda oscuridad, siempre tenemos la opción de actuar según la voluntad de Dios,
que es hacer el bien y enfrentar el mal. Estos gestos, en apariencia ínfimos,
brotan de la fe cristiana de que el mal, el odio y la muerte jamás tendrán la
última palabra. Siempre podemos rebelarnos contra la mentalidad que normaliza
la cultura de la muerte, porque sabemos que el misterio de Dios está de nuestro
lado, actuando para que, al final, triunfe el bien, la vida y la justicia. El
Crucificado será resucitado por Dios y quienes hoy son víctimas, por su propia
lucha y la solidaridad de gente como María, las mujeres, José de Arimatea y del
Dios revelado en Jesús, recibirán justicia.
Segundo, está la veneración de Cristo
crucificado, que no es una glorificación del sufrimiento en sí mismo. En la
cruz, los cristianos reconocemos el amor tan grande que movió a Jesús para
anunciar el reinado de Dios en medio nuestro, para hacer el bien y liberar a
los oprimidos por el mal, hasta las últimas consecuencias, hasta poner su vida
en riesgo.
En este día santo es costumbre
acercarse y besar a la imagen del Crucificado, como gesto de que le
acompañamos, de que no le dejamos solo, de que no nos olvidamos de que lo dio
todo por el proyecto de Dios y por nuestra salvación. Muchos ven a Jesús en la
cruz y se identifican con él, sea porque su rostro sufriente nos despierta
compasión o porque ven en la cruz sus propios sufrimientos. Hoy, cuando hagamos
eso, tengamos en nuestro corazón a quienes han muerto durante la protesta
social, a quienes sufren por la emergencia climática y tantos otros males
sociales. Cuando besemos la cruz, sintamos que estamos abrazando a las familias
que han perdido seres queridos o cuyas vidas están amenazadas. Reconozcamos en
Cristo crucificado a los crucificados de estos días y hagamos la promesa de no
olvidarlos. Puede ayudar a nuestra imaginación la imagen difundida por el
artista Fernando Valencia Saire, donde la representación del Crucificado se entrecruza
con la placa de Rosalino Flores, joven cusqueño muerto por el impacto de 36
perdigones en su cuerpo.
“Sus heridas nos han curado”
proclama el cántico del siervo sufriente del profeta Isaías (52,13-53,12) que
es parte de la liturgia del Viernes Santo. Los cristianos reconocemos que Jesús
es aquel siervo que entrega su vida para curar nuestras heridas y redimir el
pecado de la humanidad. Es paradójico que las heridas de alguien sean el medio
de curación para otros. Hay mucho para decir y aclarar sobre esta idea del
sufrimiento redentor, pero baste decir que este mensaje tiene mucha actualidad
para pensar la precariedad política, institucional y moral de la sociedad
peruana. Al meditar la pasión y muerte de Jesús constatamos que la muerte de
inocentes y el abuso del poder son constantes en la historia humana, pero que
siempre hay posibilidad de resistir desde el amor a la vida, el encuentro
solidario con las víctimas y la esperanza de que hemos sido creados para gozar
de vida en abundancia. Que contemplar las heridas del Crucificado sea ocasión
para sentir los sufrimientos de tantos compatriotas. Y esa actitud nos mueva a
prolongar el ministerio de Jesús, quien vino a curar nuestras heridas, y hoy
nos llama a curar las heridas de tantos crucificados en el Perú de hoy.
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