domingo, 9 de febrero de 2020

LA CONVERSIÓN DE BERGOGLIO


En “Two Popes”, Jonathan Pryce personifica de manera formidable a un Jorge Mario Bergoglio que es retratado como el abanderado de la reforma en la Iglesia católica. La figura de Bergoglio se contrapone a la de un Benedicto XVI (Anthony Hopkins) que representa el afán por preservar la milenaria tradición del catolicismo.

Sin embargo, el diálogo que se da entre ambos revela mucho más que sus visiones sobre el presente y el futuro de la Iglesia. La película expresa las alegrías y las esperanzas tanto como los miedos y las angustias de Bergoglio y Benedicto. Al mostrar la fragilidad de los dos hombres más importantes de la historia del catolicismo reciente, Pryce y Hopkins logran que cualquier persona (sin importar su creencia religiosa) sea capaz de identificar en ellos algo del drama de ser humano.

Un buen ejemplo de ello es la manera como el director Fernando Meirelles narra la “historia oscura” de Bergoglio como provincial de los jesuitas argentinos durante la dictadura militar. Ante la confesión de Benedicto sobre sus planes de renuncia y su intención de ser sucedido por el cardenal argentino, Bergoglio se resiste porque reconoce en su pasado una mancha, que puede dañar la institución del papado. En la Argentina, muchos lo etiquetan como uno de los tantos curas que guardó silencio cómplice ante los crímenes contra los Derechos Humanos.

La manera en que Bergoglio recuerda ese tiempo manifiesta una experiencia de conversión auténtica. No intenta justificar su proceder, escudándose en su juventud o en la difícil situación en que le tocó gobernar. No se exculpa, sino que acepta sus responsabilidades con vergüenza y “dolor de corazón”. El “castigo” impuesto por sus compañeros jesuitas -vivir “exiliado” en una ciudad periférica y ejerciendo un ministerio “indigno” para un ex provincial- es descrito por Bergoglio como un tiempo que lo confrontó con la aridez espiritual de no ser capaz de encontrar a Dios en su vida. Pero, en vez de conducirlo al resentimiento, fue una oportunidad para aprender a escuchar al pueblo y a la realidad. Y lo más importante, fue un tiempo para encontrarse con la misericordia de Dios que perdona, sana las heridas y transforma el mal en bien.

Años más tarde, cuando fue convocado al servicio como obispo, Bergoglio estaba dispuesto a ejercer el rol de autoridad desde una actitud muy distinta a la que tuvo como provincial: escuchar antes que decir, servir antes que mandar, “misericordiar” antes que adoctrinar. No podía borrar el pasado, pero sí había aprendido de él para hacer las cosas mejor. Su pecado se convirtió en oportunidad de arrepentimiento sincero, conversión y crecimiento.

La conversión de Bergoglio, bellamente narrada en “Two Popes”, es un testimonio potente en un tiempo en que el cinismo reina. No pocas veces, las autoridades y las personas de a pie se niegan a reconocer sus errores y, más aún, sus delitos. Son pocos los que tienen las agallas de pedir disculpas, aceptar las consecuencias de sus actos o reparar lo dañado. Por otro lado, en un mundo tan polarizado, es una invitación a no sepultar a las personas, sino estar dispuestos a dar segundas oportunidades a aquellos que se manifiestan sinceramente arrepentidos.


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