Jorge nació en 1930, en el seno de una familia
influyente, adinerada y devotamente católica. Sin embargo, tempranamente
descubrió que el mundo de la oligarquía no lo llenaba. Entre la catequesis para
niños de la parroquia de Miraflores, la Juventud Estudiantil Católica (JEC) y
la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC), descubrió que el Perú era
mucho más que su reducido círculo social. Su participación en esos espacios
significó una toma de consciencia sobre la responsabilidad de los laicos en el
anuncio del Evangelio y en la construcción de la justicia. Para Jorge, era
memorable el día en que, junto a un grupo de Unecos, se plegaron a las
protestas contra el golpe de estado del general Manuel Odría. Profundizar en su
fe como cristiano lo llevó progresivamente a reconocer su compromiso como ciudadano.
Ingresó a la Universidad Nacional Agraria para
complacer a su padre, quien deseaba que Jorge se hiciera cargo de las haciendas
de la familia. Sin embargo, guardaba en su corazón el deseo de ser sacerdote.
Por influencia de su hermano mayor Carlos, quien estudiaba Letras en la Universidad
Católica, se vinculó con el padre Gerardo Alarco. En las conversaciones con
este mentor, confirmó su vocación de pastor. No obstante, tuvo que esperar un
tiempo para comunicarle a sus padres la decisión, pues su hermano Carlos había
decidido optar por el sacerdocio también. Temía que su padre fuera a oponerse, considerando
que los dos únicos hijos varones se metían de curas. Pero no fue así, sino que
recibió el apoyo familiar a su decisión.
Por intercesión de Alarco, el arzobispo de Lima
Juan Landázuri envío a Jorge y Carlos, junto al joven Gustavo Gutiérrez, a
realizar los estudios eclesiásticos en Europa. Hicieron la filosofía en Lovaina
(Bélgica) y la teología en Lyon (Francia), siendo testigos de las innovaciones
teológicas y pastorales que se planteaban por esos lares. En 1959, ya de vuelta
al Perú, Jorge fue ordenado sacerdote de la arquidiócesis de Lima en la misma
ceremonia que Gustavo.
El primer encargo pastoral que recibió Jorge
fue como párroco de San Juan de Lurigancho, donde por entonces empezaban a
formarse las primeras barriadas en medio de lo que tradicionalmente eran
haciendas. Como signo de autenticidad, decidió fijar su residencia en un cuarto
de la barriada de Tres Compuertas. Allí se encontró por primera vez con el mundo
de los pobres, sus sufrimientos y sus luchas por alcanzar una vida digna. Al
conocer el trabajo de las Hermanitas de Jesús en la periferia de Lima y la
espiritualidad del francés Charles de Foucald, reconoció el llamado de Dios a
colocar el servicio a los pobres como el corazón de su ministerio sacerdotal. Jorge
siempre contaba que fue en San Juan de Lurigancho donde comprendió cabalmente las
contradicciones del Perú y qué tipo de presencia eclesial era necesaria. En esa
tierra tan insignificante para los hombres pero bendita a los ojos de Dios, descubrió
la plenitud de su vocación en tanto se dejó evangelizar por los pobres.
Jorge fue una pieza clave en el proyecto del
cardenal Landázuri de poner a la Iglesia al servicio de las barriadas de Lima.
Desde su nombramiento en 1955, Landázuri había logrado comprometer a congregaciones
religiosas misioneras y sacerdotes Fidei donum (todos ellos extranjeros)
para encargarse de la Lima que surgía en los arenales sobre la base de
invasiones y en medio de la más inhumana miseria. Por ser el único sacerdote
diocesano peruano asignado a la atención de barriadas, Landázuri le solicitó
ser la bisagra con los curas extranjeros y colaborar en su adaptación a una
realidad social que les resultaba ajena. En esta tarea hizo equipo con su
hermano Carlos y Gustavo Gutiérrez, quienes fueron los “maestros” de los
“gringos”, ayudándoles a entender el Perú en ebullición de los años sesenta.
La visión del Concilio Vaticano II marcó a
Jorge y a toda su generación. El anhelo de edificar una Iglesia con rostro
humano en el Perú despertó una inquietud: cómo implementar la renovación eclesial
en un territorio tan distinto del contexto europeo que permeaba los textos
conciliares. La conferencia del CELAM en Medellín (1968) brindó una brújula
para recibir el Concilio en América Latina. Los obispos del continente
escucharon el clamor de los pobres y comprometieron a la Iglesia en la lucha
por la liberación de toda injusticia como signo palpable de la salvación en
Jesucristo. El grupo de sacerdotes
formado en torno a las figuras de Jorge, Carlos y Gustavo fueron sensibles a
esta nueva sensibilidad pastoral latinoamericana cristalizada a la luz de
Vaticano II y la escucha de la realidad local. Por ello, un par de meses antes
de Medellín, se involucraron en la creación de la Oficina Nacional de
Información Social (ONIS), movimiento de sacerdotes que buscaba concretizar la
renovación conciliar por medio del compromiso con el cambio social en curso en
el Perú.
Al calor de las reformas del gobierno militar
de Juan Velasco Alvarado, ONIS se desarrolló como una voz crítica de las insuficiencias
de la respuesta estatal y, simultáneamente, labró caminos para encarnar una
evangelización liberadora de los pobres. Jorge fue designado secretario general
de ONIS, contribuyendo al tejido de una red nacional de sacerdotes proclives a
una nueva pastoral comprometida. En 1971, la realización de un encuentro
organizado por la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) dio origen al
Movimiento Fe y Acción Solidaria (FAS), que, bajo las mismas preocupaciones de
ONIS, incorporó movimientos laicales y parroquias populares. Fue en estos
espacios donde se forjó la Teología de la Liberación, al calor de la praxis de
cristianos luchando contra la injusticia y la deshumanización imperante en el
país.
Si bien Gustavo Gutiérrez fue la gran figura
intelectual de este movimiento en el Perú, es indiscutible que Jorge fue uno de
sus más destacados constructores. Como secretario general de ONIS y activo
líder de FAS, aportó en el tejido de una red de relaciones a nivel nacional.
Era el responsable de sostener las comunicaciones y de realizar visitas para
cohesionar al movimiento. Asimismo, fue el autor de un libro breve donde
reflexionaba sobre su experiencia pastoral en San Juan de Lurigancho
incorporando las voces de los pobladores. Así comenzamos fue la primera
sistematización de evangelización liberadora como una pedagogía y un método,
que sirvió de referencia para los agentes pastorales que intentaban entrar en
esta perspectiva.
Ante la efervescencia de los gremios de
trabajadores durante el velasquismo, consideró necesario involucrarse en el
mundo obrero como terreno de evangelización. Por ello, fundó el Movimiento de
Trabajadores Cristianos (MTC) al cual dedicó largos años de su vida. Su
inserción al mundo obrero lo condujo a seguir de cerca los paros generales del
segundo quinquenio de la década de 1970 y denunciar los abusos del gobierno del
general Morales Bermúdez contra los sindicatos.
En paralelo, estuvo activamente involucrado con
el Instituto Bartolomé de las Casas, fundado en 1974 para promover iniciativas
de formación, reflexión y práctica en la perspectiva de la opción preferencial
por los pobres y la teología de la liberación. Jorge era un asiduo colaborador
de los “cursos de teología” del Bartolo, que cada verano congregaron miles de
asistentes entre 1971 y 2000. Allí siempre se le encontraba deseoso de aprender
de la experiencia de los agentes pastorales de tantas diversas regiones del
Perú y Latinoamérica.
Al dividirse la arquidiócesis de Lima en 1996,
Jorge pasó a ser sacerdote de la diócesis de Chosica (Lima Este) en cuya
jurisdicción está San Juan de Lurigancho. Allí fue párroco hasta su jubilación
al cumplir 75 años. Asimismo, promovió el Programa Jóvenes, Discípulos y
Ciudadanos que, hasta la actualidad, es una escuela de líderes cristianos
comprometidos con el desarrollo integral de Lima Este.
Jorge fue un sacerdote diocesano. Fue parte de
su itinerario reflexionar sobre qué era lo distintivo de esta forma de vida
eclesial. Hacia el final de su vida descubrió a Antonio Chevrier y a la
Asociación de Sacerdotes del Prado. En ellos descubrió una espiritualidad
fecunda para dinamizar la vocación del sacerdote diocesano. Por ello, animó a
jóvenes sacerdotes cercanos a los pobres a forjar una comunidad del Prado en el
Perú. Más recientemente estuvo volcado a consolidar una rama laical del
movimiento, que fue posiblemente su último sueño pastoral. Desde ese lugar, fue
un promotor de la Mesa de Movimientos Laicales que integra a los diversos
grupos de apostolado seglar adheridos a la Iglesia del Vaticano II y la opción
preferencial por los pobres.
Sus últimos años los pasó en el Asilo de las
Hermanas de los Ancianos Desamparados de la Av. Brasil. Era bastante conocido
por ser el “padrecito” que más paraba en la calle que en el asilo. Incluso, en
su retiro, no perdió ese dinamismo pastoral que lo acompañó toda su vida. Un
cáncer al páncreas lo deterioró hasta producir su deceso el 10 de julio de
2020.
Pero quien ha dado la vida como Jorge la dio
nunca muere. Los frutos de su ministerio son carne en personas concretas a
quienes él acompañó en su proceso de hacerse cristianos adultos para el
servicio del Reino de Dios y de los pobres. Sus amigos, al organizar la misa
por sus 90 años, escogieron como lema esa bella imagen de Mateo: “sal de la
tierra y luz del mundo” (5: 13-16). Que duda cabe que el testimonio cristiano
de Jorge encarna esas palabras de Jesús. Que su memoria nos siga inspirando en
el camino de dar razón de nuestra esperanza en el Perú de nuestros días, tan
herido y a la vez tan lleno de esperanzas.
Palabras exactas. Un ejemplo a imitar, para que sigan dando frutos, su palabras y enseñanzas.
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