Fuente: Agencia Andina
Tras más de 100 días de medidas estrictas de
confinamiento, el Perú empieza a flexibilizar su cuarentena. Y tal escenario abre
varias preguntas sobre cómo avanzar hacia una “nueva normalidad” que permita la
reapertura de las actividades regulares, pero sin bajar la guardia ante el
COVID-19 que sigue siendo una amenaza latente.
Sin embargo, entrar en modo “reapertura” puede llevarnos
a la tentación de pensar que ya todo pasó. La mente humana tiene facilidad para
bloquear recuerdos incómodos y hacernos creer que todo está bajo control. Si
como sociedad caemos en ese juego, rápidamente olvidaremos que la pandemia nos
ha confrontado con el hecho que somos una sociedad enferma necesitada de
atender profundos males estructurales.
No es mi intención entrar a plantear cuáles son
esos problemas. Más bien, lo que quiero apuntar es que necesitamos examinar nuestras
actitudes ante la “nueva normalidad”. Como individuos, familias o comunidades, no
podemos pretender que nada ha pasado y volver a nuestros estilos de vida previos
a la cuarentena. Si somos de carne y hueso, este tiempo duro nos debe haber
dejado lecciones. Reconocerlas es una obligación moral.
Si examinamos el impacto de la pandemia en
nosotros, nuestras familias y el país no solamente es por saber más. Lo hemos
de hacer porque esta realidad nos ha afectado. Aunque en distinta magnitud,
según el lugar donde nos ha tocado estar, algo ha provocado en nosotros. Escuchar
esos ecos dentro de nosotros y en nuestros seres queridos es un paso necesario.
En estos días, ¿qué hemos descubierto como lo auténticamente valioso? ¿qué da
la verdadera felicidad? ¿y qué es superficialidad que nos engaña?
Pero también pasa por escuchar cómo ha
impactado nuestros vecindarios, la ciudad donde vivimos, el Perú, el mundo. En
tanto nuestra experiencia no es la única existente, es saludable conectarse a
lo que otros han vivido para identificar aspectos comunes, así como descubrir
dimensiones desconocidas para nosotros.
Este ejercicio de escucha atenta de uno mismo y
del entorno -si se hace con profundidad y sinceridad- nos conducirá a reconocer
cuánto dolor ha provocado la pandemia, así como cuanta solidaridad ha despertado.
Si nuestro corazón no es de piedra experimentará compasión, que para los
cristianos es esa emoción que nos hace conmovernos, identificarnos y comprometernos
con la vida del otro.
Sentir compasión es un movimiento interior que
no solo nos concientiza de los problemas, sino nos involucra en ellos. Nos mueve
a la acción desde un genuino deseo de querer aportar al bien común. Por eso, esta reflexión nos
confrontará con nuevas preguntas: ¿qué papel juego yo en todo esto? ¿cómo lo
que veo me invita a crecer como persona? ¿qué puedo hacer mejor para sanar
tanto sufrimiento?
En medio de todo el horror que hemos vivido, la
pandemia es una oportunidad para que crezcamos en humanidad. No pasemos
indiferentes ante sus consecuencias, habiendo solo acumulado anécdotas. Tenemos
la alternativa de que el fin del confinamiento no solo sea una reapertura
económica. Que sea también un tiempo para forjar juntos un Perú y un mundo más
justo y fraterno.
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