La arquidiócesis de Lima celebrará
una asamblea pastoral del 6 al 8 de enero. El anuncio ha despertado el
escepticismo y la resistencia de varias personas en redes sociales. En sus
comentarios, expresan preocupación por que el resultado de la reunión traicione
las verdades de fe que han acompañado a la Iglesia en sus dos mil años de
peregrinación en la historia.
En el fondo, estos mensajes son
solo una vitrina que expresa una incomprensión más amplia dentro de la Iglesia.
A muchos católicos les cuesta procesar que las cosas cambian. Encuentran cómodo
pensar la fe como una sustancia inmutable, que permanece tal cual y que debe
ser transmitida tal y como la recibimos. En nuestro “mundo líquido”, donde nada
parece ser permanente, para muchos la idea de una “fe de innegociables” es una
defensa ante lo que no se entiende y un “salvavidas” al riesgo del desarraigo. Desde
esta mirada, aquellos creyentes que, como Mons. Carlos Castillo, arzobispo de
Lima, plantean la necesidad de reformas para transmitir la fe desde lenguajes
nuevos son percibidos como “peligrosos” para la conservación de la Iglesia.
Esta mentalidad eclesial tiene
serias limitaciones, pues reduce la fe a costumbres o doctrinas que se repiten de
una generación a otra, así como a una guerra entre los “puros” y los “impuros”.
El riesgo de este estilo pastoral es que la fe y la Iglesia dejen de tener
significado para la vida real de las personas. En su introducción al Instrumentum
laboris para la asamblea arquidiocesana, el arzobispo Castillo acierta en
que la tarea fundamental para la Iglesia de Lima es salir de la “rigidez” de
pensar que en la Iglesia las cosas deben seguir haciéndose como siempre se han
hecho.
En sus palabras, Castillo afirma
que “la fe no puede ser sólo una costumbre que se repite ritualmente, sino de
inserción del alegre anuncio (“kerigmática”), en la trama concreta y
experiencial de vidas personales y sociales que cambian en una historia
compleja y sinuosa, y que requieren de respuestas oportunas y adecuadas donde
brille la luz y se esclarezca la oscuridad”.
Yendo más allá, la mentalidad de “rigidez”
que se resiste al cambio se sostiene en una verdad a medias. Es indiscutible
que le debemos fidelidad al depósito de la fe revelado por Dios a través de Jesucristo.
Este permanece como fundamento y brújula para todas las generaciones de
cristianos. Sin embargo, esto no niega que nuestras maneras de comprender las
verdades reveladas por Dios cambian, porque la humanidad ha cambiado a lo largo
del tiempo. No es lo mismo ser cristiano en la Palestina del siglo I y en la
Europa medieval, que en las periferias o en las grandes urbes del siglo XXI. Cada
tiempo y espacio plantea sus propios desafíos a la comunidad de cristianos, que
no constituyen una amenaza, sino una invitación a comprender nuevas situaciones
desde los ojos de la fe.
Asimismo, la mirada a nuestra
realidad nos permite comprender dimensiones del depósito de la fe que no
habíamos prestado atención antes. A veces tendemos a olvidar que el misterio de
Dios sobrepasa nuestra razón y nuestra experiencia, por lo cual es inagotable y
siempre abierto a nuevas maneras de acercársele. Por tanto, anunciar la fe es fidelidad
a nuestra tradición y, simultáneamente, apertura a las novedades que Dios nos
comunica en nuestra existencia como seres humanos.
La única manera que tenemos para conocer
a este Dios infinito es a través de nuestra vivencia humana, la cual siempre
estará condicionada por la historia, la cultura, las relaciones sociales. Si
los cristianos deseamos ser fieles a nuestra fe, no podemos escapar al hecho
concreto que, en la escucha de nuestra realidad, descubrimos qué nos está
pidiendo Dios en el momento concreto en el que vivimos. Este discernimiento no
pone en riesgo el depósito de la fe; al contrario, lo enriquece. Nuestra
tradición orienta estos procesos de búsqueda, y a la vez, se va nutriendo de lo
que cada generación cristiana va reflexionando sobre cómo Dios les habla desde su
experiencia humana y los desafía a actualizar el anuncio de la buena noticia de
Jesús.
La asamblea de la arquidiócesis de
Lima es una buena ocasión para ponernos a la escucha del Dios que se revela en
la vida de nuestra ciudad y nos llama a colaborar con su misión. El Instrumentum
laboris tiene varias limitaciones, que espero discutir en una siguiente
nota. Pero está fuera de duda que el promotor de la asamblea, Mons. Castillo, en
comunión con el magisterio del papa Francisco, capta bien por dónde debe empezar
la “conversión pastoral” de la Iglesia de Lima: salir de la rigidez y del
estancamiento en el pasado para abrirnos a los desafíos del
presente como el lugar donde el Señor nos está queriendo decir algo.
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