domingo, 26 de enero de 2020

SEGUIR LA VOLUNTAD DE DIOS



La vida de un cristiano consiste en realizar la voluntad de Dios. A alguno esto le resultará medio esotérico. ¿Cómo Dios puede decirnos qué espera de nosotros? Sin duda, esta comunicación no se da de manera directa e inmediata, pues seguir la voluntad de Dios es mucho más que recibir órdenes de alguien o cumplir un manual de instrucciones. Para escuchar a Dios necesitamos reconocerle en nuestra interioridad, hablándonos a través de nuestros afectos, deseos, percepciones y pensamientos. Él está presente en todo ello, invitándonos constantemente a elegir hacer de nuestra vida algo memorable.

Descubrir la voluntad de Dios es parte de un proceso de búsqueda permanente. El punto de partida es reconocer todo lo que uno es, en sus luces y sombras, para presentárselo a Dios preguntándole cómo puedo transformar eso que soy en un testimonio de su amor infinito por la humanidad y la creación. Para ello, es vital crecer en el encuentro con Jesús, cuya auténtica humanidad nos revela el camino para vivir conforme al fin por el que Dios nos ha creado. La oración personal y comunitaria, la meditación de los Evangelios y del conjunto de la Biblia, la práctica de los sacramentos (especialmente la Eucaristía) son medios para construir una vida centrada en el misterio de Jesús. Pero todo esto no puede quedarse solo en un saber teórico o en realizar rituales. Para ser realmente cristiana, nuestra experiencia espiritual debe reflejarse en nuestras acciones y, más aún, debe convertirse en una “brújula” que orienta nuestra toma de decisiones.

Un criterio fundamental es reconocer que el llamado de Dios se expresa en las circunstancias históricas de cada comunidad y persona. Nuestro Dios no está al margen de la realidad que vivimos, sino que está íntimamente comprometido con ella. Comparte nuestras alegrías y tristezas, nuestras esperanzas y sufrimientos. En Jesús, se hizo uno de nosotros para convocarnos a su misión: transformar nuestro mundo herido y dividido en un lugar donde reine su amor y, por extensión, donde todas las personas puedan vivir en fraternidad, libertad, justicia y paz. Por ello, reconocer la voluntad de Dios implica aprender a escuchar al mundo. Es en las situaciones concretas de nuestro entorno donde Dios nos llama a servirle de manera concreta y específica. Especialmente, nos pide mirar allí donde nadie quiere ver. Donde abunda la violencia, la desesperanza y el sufrimiento, está Dios clamando porque nos hagamos presentes para sanar lo que está herido, integrar a quienes están excluidos y reconciliar a quienes están enfrentados.

De tal manera, la voluntad de Dios no es algo que descubrimos una vez para siempre. Pensar de esa manera nos lleva a convertir la fe en una “rutina” o, peor aún, en una actitud pasiva de sentarnos “cruzados de brazos”. El seguimiento de Jesús implica un proceso dinámico y una búsqueda que dura toda la vida. Pasa con la voluntad de Dios lo mismo que le pasa a toda persona que avanza en edad. No vemos las cosas de la misma manera cuando tenemos 18 años que cuando superamos los 50 o vamos llegando al final de nuestra existencia. Si no nos renovamos, corremos el riesgo de estancarnos y perdernos en el sinsentido. De esa misma manera, si no revisamos nuestra experiencia con Jesús y la manera cómo le servimos corremos el riesgo de que nuestra fe caiga en la aridez y en la ineficacia. Si no sabemos siempre estar en actitud de volver a Jesús y estar abiertos a la realidad que nos rodea, creeremos estar siguiendo la voluntad de Dios, cuando en realidad solo estaremos realizando nuestros propios deseos y muy posiblemente siendo sordos al llamado de Dios.

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