sábado, 18 de enero de 2020

LIMA: UNA BREVE MIRADA A SU HISTORIA



Lima es la ciudad donde he pasado casi toda mi vida. Mi cariño por ella es indiscutible, a pesar de que soy consciente de sus grandes contradicciones y problemas. Hoy es el 485° aniversario de su fundación y me toca celebrarlo desde muy lejos. Para evitar la nostalgia, volví sobre un breve texto que escribí para presentar la historia de Lima. Fue preparado para los participantes del XX Encuentro Latinoamericano de Responsables de Pastoral Juvenil, cuya sede fue la capital del Perú. Con algunas breves adiciones, lo comparto como mi homenaje a la “Ciudad de los Reyes”.

A la larga, hacer memoria es una manera de animarnos en la tarea de hacer de Lima un lugar que todos quienes vivimos ahí podamos llamar hogar.

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Lima, fundada el 18 de enero de 1535 por los colonizadores españoles, ha experimentado profundas transformaciones a lo largo de sus casi cinco siglos de historia. En la “Ciudad de los Reyes”, llamada así por estar bajo el patronazgo de los Reyes Magos, habitan más de 10 millones de personas, representando un tercio de toda la población del Perú. Por tanto, actualmente la capital de la República es el espacio donde puede apreciarse la diversidad cultural del país, sus potencialidades y sus contradicciones.

En la época colonial, Lima fue el centro del poder español en Sudamérica. Allí residía el virrey y una aristocracia criolla que controlaba la administración colonial y el comercio. Para nutrir al virreinato de funcionarios públicos y clérigos, en Lima fue fundada en 1551 la Universidad de San Marcos, el primer centro de estudios superiores de América. El poder político estaba acompañado de un prestigio espiritual. Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima entre 1579 y 1606, es reconocido por haber estructurado la Iglesia en Sudamérica y potenciado la evangelización de la población indígena. Asimismo, en la primera mitad del siglo XVII, Lima fue reconocida por ser un recinto de intensa piedad religiosa, cuyos frutos más reconocidos son santa Rosa de Lima y san Martín de Porres.

Las guerras de independencia significaron un nuevo estatus para la ciudad de Lima. De ser la sede de la aristocracia colonial pasó a convertirse en la capital de la naciente República. Inicialmente, Lima no experimentó cambios significativos en esta nueva etapa histórica, debido a la inestabilidad política y las guerras internas entre las élites regionales del país. Fue recién, hacia mediados del siglo XIX, que las exportaciones internacionales del guano (un fertilizante hecho del excremento de aves que se acumulaba estratégicamente al sur de Lima) permitieron consolidar una élite económica y un aparato estatal centrado en la ciudad capital. A inicios de 1870, empezó la expansión de la ciudad, al tumbarse las murallas coloniales y levantarse infraestructura que reflejaba los ímpetus modernizadores venidos de Europa. Este apogeo se vio interrumpido por la derrota peruana en la Guerra con Chile. El signo contundente del fracaso fue la ocupación de Lima por el ejército chileno entre 1881 y 1883.

El periodo de posguerra y el tránsito al nuevo siglo fue un momento de reconstrucción del aparato institucional y de crecimiento económico basado en exportaciones de materias primas. Lima concentró los beneficios de los procesos de modernización, que se fueron acelerando a lo largo del siglo XX. Desde los años 1920 en adelante, el Estado asumió un rol preponderante en la ampliación del acceso a infraestructura, educación, salud, vivienda, servicios que fundamentalmente se concentraron en Lima. Tal situación generó una centralización del poder político, del desarrollo económico y de las oportunidades en torno a la capital, en perjuicio de las otras regiones. Para nadie es novedad que este es un problema aun latente en la actualidad.

La centralización de los beneficios del desarrollo alimentó la percepción en todo el país de que las oportunidades laborales abundaban en Lima. Si alguien quería prosperar, tenía que ir a la capital. A partir de 1940, esto se tradujo en un incremento poblacional que desbordó las posibilidades reales de vivienda de Lima. En busca de un techo, los migrantes de origen popular, campesino e indígena no solamente tomaron posesión de terrenos en las afueras de la ciudad. Lo más importante fue que construyeron comunidades en las que recrearon sus identidades y tradiciones en una ciudad que, hasta entonces, se imaginaba como blanca y criolla. Gracias a ello, hoy Lima tiene un rostro mestizo, que, en medio de heridas y desigualdades irresueltas, es reflejo pleno de la diversidad cultural del Perú.

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Originalmente publicado en http://noti.pjlatinoamericana.org/?p=44




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