Lima es la ciudad donde he pasado casi toda mi
vida. Mi cariño por ella es indiscutible, a pesar de que soy consciente de sus
grandes contradicciones y problemas. Hoy es el 485° aniversario de su fundación
y me toca celebrarlo desde muy lejos. Para evitar la nostalgia, volví sobre un
breve texto que escribí para presentar la historia de Lima. Fue preparado para los
participantes del XX Encuentro Latinoamericano de Responsables de Pastoral
Juvenil, cuya sede fue la capital del Perú. Con algunas breves adiciones, lo
comparto como mi homenaje a la “Ciudad de los Reyes”.
A la larga, hacer memoria es una manera de animarnos en la tarea de hacer de Lima un lugar que todos quienes vivimos ahí podamos llamar hogar.
A la larga, hacer memoria es una manera de animarnos en la tarea de hacer de Lima un lugar que todos quienes vivimos ahí podamos llamar hogar.
Lima, fundada el 18 de enero de 1535 por los colonizadores
españoles, ha experimentado profundas transformaciones a lo largo de sus casi
cinco siglos de historia. En la “Ciudad de los Reyes”, llamada así por estar
bajo el patronazgo de los Reyes Magos, habitan más de 10 millones de personas,
representando un tercio de toda la población del Perú. Por tanto, actualmente
la capital de la República es el espacio donde puede apreciarse la diversidad
cultural del país, sus potencialidades y sus contradicciones.
En la época colonial, Lima fue el centro del
poder español en Sudamérica. Allí residía el virrey y una aristocracia criolla que
controlaba la administración colonial y el comercio. Para nutrir al virreinato
de funcionarios públicos y clérigos, en Lima fue fundada en 1551 la Universidad
de San Marcos, el primer centro de estudios superiores de América. El poder
político estaba acompañado de un prestigio espiritual. Santo Toribio de
Mogrovejo, arzobispo de Lima entre 1579 y 1606, es reconocido por haber
estructurado la Iglesia en Sudamérica y potenciado la evangelización de la
población indígena. Asimismo, en la primera mitad del siglo XVII, Lima fue
reconocida por ser un recinto de intensa piedad religiosa, cuyos frutos más
reconocidos son santa Rosa de Lima y san Martín de Porres.
Las guerras de independencia significaron un
nuevo estatus para la ciudad de Lima. De ser la sede de la aristocracia
colonial pasó a convertirse en la capital de la naciente República. Inicialmente,
Lima no experimentó cambios significativos en esta nueva etapa histórica,
debido a la inestabilidad política y las guerras internas entre las élites
regionales del país. Fue recién, hacia mediados del siglo XIX, que las
exportaciones internacionales del guano (un fertilizante hecho del excremento
de aves que se acumulaba estratégicamente al sur de Lima) permitieron
consolidar una élite económica y un aparato estatal centrado en la ciudad
capital. A inicios de 1870, empezó la expansión de la ciudad, al tumbarse las
murallas coloniales y levantarse infraestructura que reflejaba los ímpetus
modernizadores venidos de Europa. Este apogeo se vio interrumpido por la
derrota peruana en la Guerra con Chile. El signo contundente del fracaso fue la
ocupación de Lima por el ejército chileno entre 1881 y 1883.
El periodo de posguerra y el tránsito al nuevo
siglo fue un momento de reconstrucción del aparato institucional y de
crecimiento económico basado en exportaciones de materias primas. Lima concentró
los beneficios de los procesos de modernización, que se fueron acelerando a lo
largo del siglo XX. Desde los años 1920 en adelante, el Estado asumió un rol
preponderante en la ampliación del acceso a infraestructura, educación, salud,
vivienda, servicios que fundamentalmente se concentraron en Lima. Tal situación generó
una centralización del poder político, del desarrollo económico y de las
oportunidades en torno a la capital, en perjuicio de las otras regiones. Para
nadie es novedad que este es un problema aun latente en la actualidad.
La centralización de los beneficios del
desarrollo alimentó la percepción en todo el país de que las oportunidades
laborales abundaban en Lima. Si alguien quería prosperar, tenía que ir a la
capital. A partir de 1940, esto se tradujo en un incremento poblacional que
desbordó las posibilidades reales de vivienda de Lima. En busca de un techo, los
migrantes de origen popular, campesino e indígena no solamente tomaron posesión
de terrenos en las afueras de la ciudad. Lo más importante fue que construyeron
comunidades en las que recrearon sus identidades y tradiciones en una ciudad
que, hasta entonces, se imaginaba como blanca y criolla. Gracias a ello, hoy
Lima tiene un rostro mestizo, que, en medio de heridas y desigualdades
irresueltas, es reflejo pleno de la diversidad cultural del Perú.
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