sábado, 5 de junio de 2021

LA IGLESIA CATÓLICA Y EL "COMUNISMO" DE PEDRO CASTILLO

 


En la recta final de la campaña electoral, se ha impuesto una retórica política que recicla el viejo tópico del comunismo. Por ratos he llegado a pensar que el Perú ha regresado en el tiempo a los peores años de la Guerra Fría. Pero la verdad es que esta palabra es usada con mucha ligereza, solo para avivar temores al cambio del sistema político-económico vigente y a un gobierno de izquierda. No en vano la bandera principal es evitar que el Perú se convierta en Venezuela, presentando al chavismo como paradigma del comunismo, pero omitiendo que dicho régimen político autoritario y populista tiene muchas semejanzas con el fujimorismo de los noventa y los ofrecimientos electorales de Keiko Fujimori.

Esto no debería llamarnos la atención. Es una retórica usada por la derecha latinoamericana en campañas electorales previas a lo largo de toda la región. Sin embargo, lo que sí me ha sorprendido ingratamente es la facilidad con que obispos, sacerdotes y grupos de laicos se han plegado a la ola anticomunista. Sin ningún afán de decirte por quién votar, me parece importante desmenuzar las incongruencias de este discurso, alertar sobre sus peligros e invitar a una reflexión más seria sobre cómo los católicos hemos de discernir nuestro voto. Así, comparto mi opinión partiendo de ubicar por dónde ha ido la discusión y proponiendo cómo reenfocarla hacia una conversación más constructiva con la sociedad y fiel al Evangelio.

¿Por dónde ha ido la discusión?

En su carta al pueblo de Dios del 25 de mayo, los obispos afirman que la Iglesia católica “siempre ha rechazado y condenado al comunismo por ser un sistema perverso que reduce al ser humano a la esfera de lo económico y restringe las libertades fundamentales de la persona”, citando la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II, escrita en 1991 en pleno ocaso de la Unión Soviética y de la Guerra Fría. Es cierto que la carta contrapone el comunismo al “capitalismo salvaje” y, además, invoca a un voto libre e informado, consciente de la crisis multidimensional que vive el país y de los valores fundamentales de la República. Pero esta declaración sin referencias personales avaló a que algunas autoridades eclesiásticas digan explícitamente que un católico no puede votar por Pedro Castillo. El arzobispo de Arequipa Javier del Río, concretamente, en su mensaje semanal del último domingo, llamó a un “voto libre e informado”, pero sosteniendo que la Iglesia católica no puede apoyar al profesor Castillo, pues el Ideario de Perú Libre “está abiertamente reñido con la doctrina y moral católicas” y “es diametralmente opuesta a su propia fe y a la correcta comprensión del ser humano”. A buen entendedor, pocas palabras.

¿Tiene algún sustento real esta advertencia a los fieles sobre la amenaza comunista? Del Río alega que Perú Libre al definirse como una organización leninista-marxista propaga una ideología atea, que es contraria a la fe católica. Lo paradójico es que el candidato Castillo es un cristiano evangélico que defiende visiones tradicionales de la familia, que lo acercarían a los activistas “pro-vida”, en donde Del Río es una voz representativa. Sorprende, por eso, que el arzobispo de Arequipa acuse al candidato Castillo de apoyar la despenalización del aborto, cuando el candidato abiertamente se ha manifestado en contra.

Aunque el arzobispo especifica que es el Ideario de Perú Libre el que plantea estos temas, a estas alturas, si algo ha quedado claro, es que hay una tensión entre el candidato y el partido por el que postuló. Castillo, quien claramente no esperaba llegar a la segunda vuelta, ha intentado armar un equipo con cuadros de partidos de izquierda de diversas canteras y marcado distancia de los líderes duros de Perú Libre y de su ideario original. Uno tiene el derecho de creerle o no, afirmar que los pasos del profesor Castillo no son suficientes, así como dudar si realmente en el poder la coalición de Perú Libre no exigirá introducir parte de su agenda. Lo que no me parece válido es enjuiciar al candidato, basándose solo en la lectura de un documento aislado, haciendo afirmaciones tan categóricas sin una mirada compleja sobre el contexto político.

Aunque llame a un voto informado y responsable, al final, Del Río direcciona a los católicos a preferir a Keiko Fujimori, sea esto resultado de una opción consciente o inconsciente. Si un candidato es presentado tajantemente como contrario a la doctrina católica, ¿realmente hay algo que discernir? Tal actitud es totalmente irresponsable. Primero, porque usa el magisterio de la Iglesia como un arma política, haciendo pasar sus propias preferencias como doctrina. Segundo, porque no es su rol decirles a los fieles por quién votar o no votar. Las autoridades eclesiásticas pueden ofrecer criterios y pistas para el discernimiento cristiano ante una decisión tan importante con el objetivo de formar y empoderar las consciencias de los católicos. Pero es un abuso de autoridad el pretender suplantar esas consciencias dándoles una directiva camuflada.

Si prestamos atención a los voceros católicos del anticomunismo, hay otro aspecto preocupante. El fundamento de sus mensajes es la desinformación, el miedo y el odio, no la razón, la esperanza o la caridad. Se han avivado viejas fobias católicas, recordando que los regímenes comunistas persiguieron a los cristianos y restringieron la libertad religiosa, cuando eso ya es producto del ayer y no hay condiciones reales para que algo semejante ocurra en el Perú de hoy. Apelando a una imagen más cercana a nuestra historia, a Castillo se le quiere asociar con la herencia de Sendero Luminoso y la violencia terrorista, debido a su retórica de protesta y a presuntos vínculos de su organización política con el MOVADEF. Pero lo que no se quiere admitir es que este discurso anticomunista se sostiene sobre la violencia verbal, las medias verdades y la intimidación, en maneras que no entiendo cómo pueden ser compatibles con la fe cristiana. 

Otro punto es que Perú Libre plantea revisar el concordato entre el Estado peruano y la Santa Sede. En realidad, algo así podría ser una oportunidad para repensar constructivamente la relación Iglesia-Estado y zanjar por las buenas y de una vez por todas críticas anticlericales infundadas cuya raíz es dicho tratado. Se ha dicho también que Perú Libre considera a la Iglesia católica como “aliado político, mediático y propagandístico de la colonización territorial y cultural del Perú”. Sin lugar a duda, es una simplificación de lo que somos. Pero la respuesta debería sustentarse en argumentos y testimonio, así como también dar lugar para la autocrítica que nos haga reconocer nuestros pecados y deudas con la sociedad peruana.

Asimismo, preocupa que esta campaña católica contra el comunismo hace eco de los discursos de defensa del modelo económico neoliberal presentándolos como doctrina católica. Se compran acríticamente la agenda política de la derecha peruana y pretenden vender que solo se puede ser plenamente católico si uno está alineado con esta tendencia. Esto es rotundamente falso. Hay cristianos militando en todas las tiendas políticas, incluso en las izquierdas. Por tanto, la Iglesia católica respeta el pluralismo ideológico y no toma partido en un contexto electoral, como recordó el arzobispo de Lima CarlosCastillo. Hacer lo contrario es romper la comunión eclesial y promover confrontaciones entre creyentes basadas en motivaciones políticas e intereses de poder, que están muy lejos de un espíritu cristiano. 

Lo más delicado es que al levantar el fantasma del comunismo solo se desvía la atención de los problemas reales y se renuncia a una mirada objetiva y reflexiva sobre el escenario que tenemos delante. Como apuntó el obispo de Jaén Alfredo Vizcarra, “el resultado de la primera vuelta es también la expresión del reclamo de muchos peruanos por un cambio hacia un país que deje de olvidarlos, porque ya están cansados de escuchar promesas”. Los profetas del anticomunismo no hablan de eso, de las profundas desigualdades y las causas del descontento social en el Perú. Prefieren ver la realidad desde ojos estrechos y preocuparse por fantasmas de lo que podría ocurrir en vez de asumir y pensar el presente en toda su complejidad. En eso, lamentablemente, se suman al estado de ánimo general en la segunda vuelta, que, en vez de reflexión sensata, informada y aterrizada ha preferido echar más leña al fuego.

¿Cómo y sobre qué reenfocar la discusión?

La vocación de la Iglesia católica es forjar comunión allí donde está presente. Por ello, es un anti-testimonio encontrar cristianos alimentando la aguda polarización que solo nos asfixia. Más bien, en este contexto, nos toca aportar ofreciendo claves para mirar más allá de lo que nos divide, captar los desafíos de nuestra realidad, interpretarlos desde los principios cristianos y proponer salidas que contribuyan al bien común. En la encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco, encontramos valiosas pistas para entrar en ese camino de esperanza activa, conscientes de los retos del siglo XXI. En tal sentido, me ha sorprendido lo ausente que ha estado este documento en los pronunciamientos de los obispos y de otros grupos católicos. Claramente, los católicos peruanos tenemos como tarea pendiente reflexionar el Perú desde las claves de la última encíclica papal. Gracias a la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS) que ha procurado orientarnos en esa senda.

De acuerdo con Fratelli Tutti, urge una mejor política basada en la fraternidad universal, el bien común y el cuidado de la vida. Sin embargo, los populismos y el neoliberalismo se presentan como sistemas políticos que dificultan soñar con un mundo abierto donde todos sean tratados con dignidad, especialmente los más débiles (FT 155). Por un lado, Francisco critica el “insano populismo” porque “se convierte en la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo”, lo que termina sometiendo todo al servicio de un proyecto personal y de su perpetuación en el poder (FT 159). Además, trabaja “exacerbando las inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población”, busca “el avasallamiento de las instituciones y de la legalidad” (FT 159), y ofrece políticas inmediatistas y planes asistencialistas que son soluciones pasajeras e incompletas (FT 161).  

Por otro lado, el Papa denuncia el “dogma de fe neoliberal” que cree que el mercado lo resuelve todo, calificándolo como un “pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente” (FT 168). Es claro que la cultura del goteo o derrame no resuelve la desigualdad. Puede haber elecciones limpias y formalidad institucional, pero si los poderes económicos dominan la política, hay algo que no funciona del todo bien en la democracia y aviva tensiones. En breve, el sueño de una mejor política implica mirar más allá de los populismos y el neoliberalismo reinante, sumándose a la acción de los movimientos populares que, desde los márgenes, están creando alternativas políticas, económicas y culturales a los sistemas vigentes y gestando un verdadero desarrollo integral (FT 169). ¿Acaso estas ideas de Francisco no resuenan con lo que ocurre en el Perú de hoy?

Para reenfocar la discusión, también, es necesaria una autocrítica de los pastores. Su rol en un escenario electoral es animar a que el pueblo “resucite la política, no partidarizar”, como afirmó el arzobispo Castillo. Más grave aún, difundir discursos de odio y miedo desnaturaliza el fin de un liderazgo religioso. Y, lamentablemente, ver a pastores haciendo uso de la fe como arma de batalla política se ha vuelto un fenómeno global que contribuye con la propagación de populismos autoritarios y la perpetuación de una economía inhumana. Un ejemplo desafortunado se vio en las elecciones norteamericanas, como analizó el jesuita James Martin. Tal situación ha llevado al papa Francisco a denunciar la imprudencia de líderes religiosos que desatan violencia fundamentalista con sus palabras incendiarias.  Acertadamente, el Papa ha recordado que quien pastorea almas debe “ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (FT 284).

El Perú vive un momento crítico de su historia. Como cristianos no podemos ser indiferentes y hemos de discernir cómo proceder ante estas circunstancias desde la convicción que “lo único verdadero y definitivo es Dios”, como bien dijo el obispo Alfredo Vizcarra. Hoy más que nunca nos toca escuchar al Espíritu Santo invitándonos a no perder la esperanza. Cual sea el resultado electoral, Dios permanece con nosotros y nos anima a seguir encarnando su misión de anunciar la promesa de vida plena y luchar contra la muerte. No nos perdamos en lo inmediato, sino asumamos la realidad tal y como esta se presenta, escuchemos la voz del pueblo, formemos nuestras consciencias con información veraz. Solo así reconoceremos la acción de Dios en medio de nosotros indicándonos el camino. Haciendo eco de las palabras de monseñor Vizcarra, confiemos en el Señor y pidamos la gracia de “obrar teniendo como horizonte no solo el acto electoral, sino toda posibilidad de ir construyendo la fraternidad universal y la amistad social”. Tal actitud será muy necesaria ante el escenario que se abrirá luego de la segunda vuelta.

 


 

sábado, 29 de mayo de 2021

LA MISIÓN DEL LAICADO Y LA CRISIS DE LA COVID-19

 Curso virtual de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (Perú) se propone ser un espacio de diálogo, reflexión y acción sobre los retos de la crisis actual

 


El tiempo de la COVID-19 no nos ha sido ajeno a los miembros del pueblo de Dios. En todas partes del mundo, cristianas y cristianos hemos experimentado los sufrimientos y las esperanzas de la actual crisis. Inspirados en el Evangelio, muchos han respondido con generosidad, creatividad y audacia a las heridas generadas por la pandemia. Parroquias, Caritas diocesanas, movimientos eclesiales, hogares cristianos y tantos otros espacios de Iglesia se convirtieron en hospitales de campaña, como gusta decir el papa Francisco.

En medio de circunstancias tan desafiantes, estoy seguro de que Dios ha estado obrando en el corazón de muchos, cristalizando vocaciones al servicio de la fraternidad universal y el reconocimiento de la dignidad de todos. Sin lugar a duda, los frutos en la Iglesia y más allá de ella son abundantes. Pero para que estos compromisos alcancen su madurez y no se estanquen en el presentismo es fundamental generar espacios para reflexionar, examinar críticamente y expandir lo que venimos haciendo a la luz de la fe en el Dios revelado en Jesús.

En ese espíritu, la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (Perú) ha lanzado el curso virtual “La misión del laicado y la crisis de la COVID-19”. Este quiere ser un espacio de diálogo, reflexión y acción entre laicas y laicos sobre su compromiso cristiano ante los desafíos del momento actual. A nivel de contenidos, se propone poner en conversación las experiencias de los participantes con las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del papa Francisco, elaborando juntos criterios ético-teológicos para interpretar la crisis, discernir respuestas personales o comunitarias, e imaginar nuevos caminos de evangelización.

Para animar esta conversación, el curso cuenta con distinguidos expositores provenientes de diversos países latinoamericanos: las teólogas Consuelo Vélez (Colombia), Sandra Arenas (Chile) y Soledad del Villar (Chile), y los teólogos Carlos Schickendantz (Argentina), Rafael Luciani (Venezuela) y Raúl Pariamachi (Perú). Las presentaciones serán combinadas con trabajos grupales y personales cuya finalidad es apropiarse de los contenidos teológicos desde la propia experiencia, dando profundidad a lo que se viene haciendo o planteando propuestas para comprometerse con el entorno.

Por su dimensión teológica, el curso se propone disponernos a la escucha de la acción de Dios aconteciendo en medio de la pandemia, en nuestros contextos locales y en nosotros mismos. En primer lugar, es una invitación a escuchar la realidad. Vivimos un cambio de época y la pandemia de la COVID 19 sólo lo ha confirmado. Esa convicción que el Papa Francisco repite constantemente resuena más que nunca en un mundo en duelo, fracturado y en proceso de recomposición. En el último año, hemos sido golpeados por tantas muertes tempranas y despojo de la dignidad humana en todas partes del globo, mostrando las contradicciones del sistema político-económico vigente y profundizado sus desigualdades. Pero también hemos sido testigos de la esperanza activa que ha movilizado a comunidades en sus luchas por resistir a las otras pandemias sociales, honrar las memorias de sus difuntos e imaginar caminos para sanar nuestro mundo enfermo. En medio de todo eso, nos toca discernir dónde está Dios y a qué nos llama.

En segundo lugar, el curso quiere ser una plataforma de escucha y encuentro entre laicos y laicas para historizar nuestra vocación como pueblo sacerdotal y miembros del cuerpo de Cristo en medio de una de las crisis más graves de la humanidad. El papa Francisco, en continuidad con Vaticano II, nos convoca a construir una Iglesia misionera y sinodal, donde los laicos seamos plenamente sujetos eclesiales, donde nuestra voz sea escuchada y nuestro aporte reconocido. En tal sentido, los compromisos laicales son una fuente para reconocer el dinamismo del Espíritu Santo actuando en el pueblo de Dios y encausar la conversión de la Iglesia hacia la mayor gloria de Dios y el servicio de la humanidad.

La reflexión-acción de laicas y laicos tiene un valor imprescindible para encarnar el reinado de Dios aquí y ahora, así como para orientar el camino de la Iglesia en el cambio de época que vivimos. Tal contribución es fundamental cuando la Iglesia latinoamericana está en marcha a su Primera Asamblea Eclesial, que se propone crecer en la consciencia de que todos somos discípulos-misioneros en salida para así todos juntos soñar nuevos caminos de evangelización en el mundo de la post-pandemia. En tal sentido, esperamos este curso sea un granito de arena para que más laicos tengan más herramientas para aportar en el camino sinodal y misionero de la Iglesia del tercer milenio desde su rostro particular latinoamericano.

 

 

 

 

 

 

viernes, 28 de mayo de 2021

¿VOTO CATÓLICO? UNA REFLEXIÓN SOBRE FE Y ELECCIONES

                                                                                Fuente: Diócesis de Chillán

A inicios de mayo, escribí por invitación del boletín Signos del IBC una columna aclarando un poco la relación entre fe y elecciones desde la perspectiva católica. Me siento animado a compartirlo por aquí dado que el tema ha seguido generando discusión por intervenciones de sacerdotes, laicos y de la propia Conferencia Episcopal Peruana contra el comunismo que estaría representado por el candidato Pedro Castillo. Ojalá ayude a mirar más allá de las simplificaciones y dogmatismos en que algunos quieren encasillar el voto de los católicos. Espero el tiempo me dé para proponer una lectura más elaborada sobre lo que la doctrina social de la Iglesia tiene que decir respecto a esta campaña electoral, pero mientras tanto voy dejando este granito de arena a la conversación.

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El factor religioso está apareciendo bastante en la última campaña electoral. Más allá de la necesidad de analizar esta situación en términos sociológicos y políticos, considero estos sucesos son una invitación a reflexionar sobre qué significa que los católicos debemos considerar nuestra fe al ejercer nuestro deber-derecho a elegir nuestras autoridades.

LA IGLESIA NO TIENE CANDIDATO

Un error frecuente es pensar que la Iglesia católica apoya a determinados candidatos, como sí lo hacen otras comunidades de fe. De hecho, algunos hablan de un “voto católico”, pero ciertamente esto es un malentendido. Si bien es cierto que la Iglesia sostiene principios y enseñanzas respecto a la vida política y los asuntos públicos, ella aspira ser independiente y autónoma de los sistemas políticos para realizar su misión con libertad (GS 76). Respeta las normas civiles, coopera con la construcción del bien común y alienta a los fieles laicos a tener un compromiso ciudadano activo y responsable. Pero no debe pretender dirigir los destinos políticos del país a través de un partido autoproclamado católico. Por ello, prohíbe al clero y a miembros de institutos de vida consagrada hacer proselitismo por partidos políticos o postular a puestos de representación política (CIC 285§3, 287§2).

Por ello, fue desconcertante ver videos de clérigos llamando a votar por candidatos “católicos”, quebrando el principio de neutralidad que debe orientar su comportamiento en elecciones. El ministerio sacerdotal y las celebraciones litúrgicas no pueden utilizarse como instrumento de campaña. Además, fuimos testigos de asociaciones de laicos simpatizantes del candidato Rafael López Aliaga que pretendían imponer a su candidato al resto de la comunidad eclesial. Es su derecho darle su voto y hacer campaña por su agrupación política, pero lo que constituye una conducta inadecuada es pretender presentar el apoyo a este candidato como un mandamiento divino. Por momentos, incluso, se percibía una idealización de este líder que parecía olvidar que, como católicos, adoramos a Dios y no a políticos.

LA PRIMACÍA DE LA PROPIA CONCIENCIA

En breve, el hecho de ser católico no obliga a votar por un candidato determinado. Las autoridades de la Iglesia no pueden decirles a los fieles a quién deben apoyar. Al contrario, deben respetar la primacía de la propia conciencia moral, que cada creyente posee como don de Dios. Como insiste el papa Francisco, en la Iglesia, debemos buscar formar conciencias, no reemplazarlas. En tal sentido, el Derecho Canónico reconoce que todos los fieles gozan de libertad de opinión, en aquello que no es contenido de las verdades fundamentales de fe, como, por ejemplo, las preferencias políticas. Dicho derecho debe ser ejercido con responsabilidad, auténtico deseo de búsqueda de la verdad, respeto por los demás y procurando el bien común (CIC 209§1, 212§1,3). Pero implica que a los fieles no se les puede imponer opiniones o directivas, ya que tienen el derecho de que su conciencia sea respetada.

CRITERIOS PARA LO QUE VIENE

Las comunidades católicas debemos favorecer espacios de discernimiento para que todos sus miembros cultiven una consciencia informada y decidan un voto responsable. Para ello, contamos con las Sagradas Escrituras y la enseñanza social de la Iglesia como criterios éticos para interpretar nuestra realidad y evaluar propuestas políticas. No obstante, hay que tener cuidado de que el depósito de la fe no se convierta en un arma de batalla política o instrumento para expandir miedo y odio. La fe auténtica es dinamizada por la caridad, que, en elecciones, debe vivirse como valoración de la verdad, búsqueda del bien común, respeto de los adversarios y apertura al diálogo.

Para evitar abusos, el jesuita James Martin nos propone tres pasos para que nuestra fe oriente a un voto informado y responsable: 1) conocer los Evangelios, 2) entender la enseñanza de la Iglesia y 3) estudiar todos los asuntos públicos importantes. El tercero es quizás importante de recalcar. No se puede decidir el voto sin considerar los problemas que enfrentamos como sociedad, que son múltiples y complejos. Es una tentación centrarnos solo en un aspecto, desconociendo que hay muchos otros temas a considerar, o apoyar propuestas que nos venden soluciones fáciles, las cuales suelen ser inviables. Asimismo, es bueno recordar que ningún candidato es perfecto. Ninguno es capaz de recoger toda la enseñanza cristiana. Habrá temas en que lo haga más y otros en que menos. Por eso, toca discernir el conjunto de los planes de gobierno para ver cuáles dialogan mejor con los valores del Evangelio y cuáles consideramos responden mejor a las urgencias del país.

Nuestro voto debe ser manifestación de nuestra condición de discípulos de Jesús aquí y ahora. Así que asumamos esta responsabilidad ciudadana con la madurez del caso. Nuestra decisión electoral debe ser fruto del ejercicio de nuestra conciencia y expresión de nuestro amor por el Perú y nuestros hermanos.

sábado, 10 de abril de 2021

ANTE LA DESESPERANZA ELECTORAL

Mañana iremos a votar en un momento donde el Perú se asfixia por la COVID-19 y sus efectos. Cuando más necesitábamos de diálogo y propuestas responsables, la campaña electoral ha polarizado y nos ha impedido hablar de lo que realmente importa para resucitar al país. Con una que otra excepción, los candidatos han usado la frustración acumulada para formar sectas, irradiar mentiras, insultar a los adversarios y reforzar las ideologías que nos impiden reconocer la agudeza de nuestros problemas. Lo que menos hemos escuchado es discursos donde el cuidado de las personas esté al centro, que lloren con las familias de los más de 100 mil fallecidos por la pandemia, que se solidaricen con quienes hacen colas interminables por oxígeno medicinal, los desempleados y todos quienes sufren las consecuencias de la tragedia que vivimos.

Cuando más necesitábamos candidatos afirmando la vida y los derechos fundamentales, lo que hemos visto es el reino de discursos de muerte, miedo y odio, presentes en más de una propuesta política. El fundamentalismo "pro-vida", que camufla como defensa de la familia y la religión una ideología autoritaria aferrada a una tradición sin importarle los problemas reales de las personas. El fundamentalismo neoliberal, que vocifera por la defensa de un modelo económico que ha mantenido las desigualdades, privilegiando a unos pocos y descartando a muchos. Los mesianismos populistas de derechas e izquierdas, que dicen actuar por el pueblo, pero solo esconden autoritarismo y ambición de poder sin interés alguno por construir vínculo real con las personas y elaborar planes concretos y viables. Las pocas alternativas democráticas con proyectos políticos, aun cuando han recibido ataques desproporcionados, es cierto que han tenido una gran dificultad para conectar con la gente y transmitir esperanza.

Los peruanos no nos merecemos esta clase política. Pero es cierto también que la polarización y el deterioro institucional solo son reflejo de un tejido social herido y dividido, que la pandemia ha visibilizado y recrudecido. Somos una sociedad donde día a día todos no nos reconocemos como ciudadanos y muchos son tratados como sujetos descartados. Pensando en el futuro, que honestamente no se ve muy prometedor, las elecciones confirman que es desde la base social donde hay que empezar a resucitar al Perú. Quizás la esperanza que anhelamos por un Perú resucitado hoy no encontrará su respuesta en el resultado electoral. Toca empezar a construirlo desde lo cotidiano y lo local, generando espacios para encontrarnos, mirarnos a la cara, reconocernos como iguales, abrirnos a la realidad y pensar juntos cómo responder ante los agobiantes problemas nacionales.

El cambio empieza con una semilla que si se cuida da fruto abundante. Cual sea el gobierno que salga elegido, lo que viene es un tiempo para sembrar, cuidar y sanar la vida que tanto se ha descuidado en nuestro país. Y, en esto, todos, seamos de izquierdas o derechas, tenemos algo que aportar y algo de lo cual convertirnos. La esperanza que anhelamos no caerá del cielo, como dice Gustavo Gutiérrez, somos nosotros los llamados a construirla. Y la esperanza verdadera, aquella que construye y no destruye, implica poner a las personas y sus necesidades al centro, poniéndolas por encima de nuestras ideas y creencias. El servicio nunca es ideológico, como dice el papa Francisco, porque servimos a personas y no a ideas. Recordar eso es una urgencia ante la crisis que vive el Perú. Quien tenga oídos que oiga.


sábado, 20 de marzo de 2021

LUIS BAMBARÉN GASTELUMENDI, S.J.

Fuente: Archivo de Servicios Educativos El Agustino


La partida del jesuita Luis Bambarén Gastelumendi enluta a la Iglesia peruana y latinoamericana. Bambarén era de los últimos obispos que quedaban vivos de esa primera generación que vivió el Concilio Vaticano II y Medellín. Su vida grafica la terca apuesta de muchos cristianos en Latinoamérica por edificar una Iglesia pobre y al lado de los pobres, coherente con el Evangelio de Jesucristo, recinto de justicia, paz y reconciliación, comprometida con la vida plena para nuestros pueblos.

Nacido en Yungay (Ancash) en 1928, Bambarén tempranamente se trasladó a Lima, donde realizó sus estudios escolares en el colegio de la Inmaculada. Allí conoció a la Compañía de Jesús, a la que ingresó un 20 de abril de 1944 para iniciar el noviciado. El resto de su formación la hizo entre España y el Perú, siendo ordenado sacerdote en 1958. Sus primeros encargos pastorales fueron como profesor del Colegio de la Inmaculada en Lima y, luego, en el Colegio San Ignacio de Piura.

Por los años 1960, entre los jesuitas ya florecía una consciencia social y Bambarén se formó en este ambiente. Por eso, tanto en la Inmaculada como en el San Ignacio -ambos colegios de élite-, promovió que los estudiantes tuvieran experiencias de cercanía con el mundo de los pobres. Además, en 1964, creó el Instituto de Mecánica Agrícola en Piura como un centro de educación técnica para hombres del campo.

En 1968, el cardenal Juan Landázuri lo convocó para que fuera su obispo auxiliar en una Lima que crecía rápidamente. En signo de su opción por los pobres, pidió ser ordenado obispo en la parroquia San Martín de Porres, ubicada en uno de los nuevos barrios populares de la capital. Este evento marcó su misión, pues estuvo encargado de coordinar el trabajo pastoral en las zonas periféricas de Lima, donde los pobres levantaban sus viviendas en medio del desierto o los cerros. Al recorrer este camino, sumó esfuerzos con sus hermanos obispos auxiliares Germán Schmitz M.S.C. y Augusto Beuzeville, así como numerosas congregaciones religiosas, movimientos laicales y comunidades cristianas de base.

Testimonio de Bambarén sobre la pastoral social en Lima Norte

Las precarias condiciones de vida y el origen informal de estos asentamientos hicieron que en la opinión pública limeña fueran llamados despectivamente “barriadas” o “invasiones”. A Bambarén le pareció que esta manera de hablar deshumanizaba a hombres y mujeres que con mucho esfuerzo sacaban adelante a sus familias y buscaban forjarse un futuro mejor. Por eso, popularizó hablar de estos espacios como “pueblos jóvenes”, resaltando que eran comunidades que estaban luchando por ser agentes de su destino y construir una nueva ciudad.

Pero su apoyo no se quedó en el plano retórico. Su contacto directo con los “pueblos jóvenes” lo convirtió en aliado de las organizaciones vecinales en sus luchas por una vivienda digna. Esto se hizo visible cuando en 1971 fue arrestado por orden del ministro del Interior, el general Guillermo Artola, por solidarizarse con un grupo que había ocupado terrenos en Pamplona Alta. El intento de la Policía por desalojarlos había dejado como saldo un muerto, y Bambarén se hizo presente y celebró una misa por el fallecido. El incidente derivó no solo en la rápida liberación de Bambarén, sino en la reubicación de estas familias en lo que hoy es Villa El Salvador, distrito reconocido por su fuerte organización vecinal y autogestión popular, en donde se forjó la lideresa María Elena Moyano. Por gestos como este fue bautizado como el “obispo de los pueblos jóvenes”.

Bambarén y la historia de Villa El Salvador

Otro de sus grandes aportes fue constituir la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS), apoyado inicialmente por Ricardo Antoncich S.J. y luego por Ernesto Alayza Mujica. Durante las décadas de 1970 y 1980, CEAS fue una plataforma desde donde la Iglesia católica se conectó con los movimientos sociales y colaboró en afirmar una cultura democrática y de defensa de los derechos fundamentales de los pobres. Sus equipos de profesionales laicos contribuyeron a articular el trabajo social de la Iglesia, fortalecer a diversas organizaciones sociales y generar reflexión teológica y ética sobre la realidad nacional. 

En 1978, fue transferido para dirigir la entonces Prelatura de Chimbote, que se convirtió en diócesis en 1983. Allí le tocó vivir los años de la violencia política y resistir la acción asesina de Sendero Luminoso del lado de jóvenes y asociaciones vecinales. Como en otras partes del Perú, las parroquias de la diócesis de Chimbote fueron espacios comunitarios que trabajaron para resguardar a la población, defender los derechos humanos y detener el avance de Sendero. Como consecuencia de esta apuesta diocesana fueron asesinados tres sacerdotes de la diócesis, los franciscanos polacos Miguel Tomaszek y Zbiniew Strzalkowski, y el diocesano italiano Sandro Dordi. Ellos son hoy beatos mártires reconocidos por la Iglesia universal.

Entre 1998 y 2002, fue presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, teniendo un rol destacado en la caída del régimen fujimorista y la transición democrática. Tras la crisis política generada por el fraude electoral del año 2000, participó en la mesa de diálogo convocada por la OEA para intentar encontrar una salida democrática entre el gobierno de Alberto Fujimori y las fuerzas de oposición. Asimismo, fue observador en la Comisión de la Verdad y Reconciliación y participante en la firma del Acuerdo Nacional de 2002. Como obispo emérito, de vuelta en Lima, asumió la causa de preservar el Puericultorio Pérez Araníbar para los niños huérfanos. 

En esos procesos y en muchos otros conflictos sociales, puso al servicio del Perú sus habilidades para facilitar el diálogo y la concertación, como lo ha destacado Víctor Caballero en su nota de remembranza. No obstante, ese talante concertador no le impidió expresar sus posiciones firmes a favor de las causas justas, la defensa de los pobres, la Comisión de la Verdad o la teología de la liberación. Pero quizás su apuesta más terca fue ser un pastor cercano a su pueblo y comprometido con formar ciudadanos libres y servidores de la nación. Por donde fuera que pasó, es así como se le recuerda.

Demos gracias a Dios por tanto bien sembrado por el ministerio pastoral y el compromiso ciudadano de monseñor Bambarén. Pero, sobre todo, dejémonos inspirar por su testimonio profético. Su vida tiene mucho que enseñarnos a quienes hoy seguimos soñando con un Perú más justo y fraterno y una Iglesia empapada de Evangelio y solidaria con los últimos.

Para conocer a Mons. Bambarén, puede consultarse esta entrevista publicada por DESCO.

Bambarén sobre Teología de la liberación y el papa Francisco