En la recta final de la campaña electoral, se
ha impuesto una retórica política que recicla el viejo tópico del comunismo.
Por ratos he llegado a pensar que el Perú ha regresado en el tiempo a los
peores años de la Guerra Fría. Pero la verdad es que esta palabra es usada con
mucha ligereza, solo para avivar temores al cambio del sistema
político-económico vigente y a un gobierno de izquierda. No en vano la bandera
principal es evitar que el Perú se convierta en Venezuela, presentando al
chavismo como paradigma del comunismo, pero omitiendo que dicho régimen
político autoritario y populista tiene muchas semejanzas con el fujimorismo de
los noventa y los ofrecimientos electorales de Keiko Fujimori.
Esto no debería llamarnos la atención. Es una
retórica usada por la derecha latinoamericana en campañas electorales previas a
lo largo de toda la región. Sin embargo, lo que sí me ha sorprendido
ingratamente es la facilidad con que obispos, sacerdotes y grupos de laicos se
han plegado a la ola anticomunista. Sin ningún afán de decirte por quién votar,
me parece importante desmenuzar las incongruencias de este discurso, alertar
sobre sus peligros e invitar a una reflexión más seria sobre cómo los católicos
hemos de discernir nuestro voto. Así, comparto mi opinión partiendo de ubicar
por dónde ha ido la discusión y proponiendo cómo reenfocarla hacia una
conversación más constructiva con la sociedad y fiel al Evangelio.
¿Por dónde ha ido la discusión?
En su carta al pueblo de Dios del 25 de mayo, los
obispos afirman que la Iglesia católica “siempre ha rechazado y condenado al
comunismo por ser un sistema perverso que reduce al ser humano a la esfera de
lo económico y restringe las libertades fundamentales de la persona”, citando
la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II, escrita en 1991 en pleno
ocaso de la Unión Soviética y de la Guerra Fría. Es cierto que la carta
contrapone el comunismo al “capitalismo salvaje” y, además, invoca a un voto libre
e informado, consciente de la crisis multidimensional que vive el país y de los
valores fundamentales de la República. Pero esta declaración sin referencias
personales avaló a que algunas autoridades eclesiásticas digan explícitamente que
un católico no puede votar por Pedro Castillo. El arzobispo de Arequipa Javier
del Río, concretamente, en su mensaje semanal del último domingo, llamó a un
“voto libre e informado”, pero sosteniendo que la Iglesia católica no puede
apoyar al profesor Castillo, pues el Ideario de Perú Libre “está abiertamente
reñido con la doctrina y moral católicas” y “es diametralmente opuesta a su
propia fe y a la correcta comprensión del ser humano”. A buen entendedor, pocas
palabras.
¿Tiene algún sustento real esta advertencia a
los fieles sobre la amenaza comunista? Del Río alega que Perú Libre al
definirse como una organización leninista-marxista propaga una ideología atea,
que es contraria a la fe católica. Lo paradójico es que el candidato Castillo
es un cristiano evangélico que defiende visiones tradicionales de la familia,
que lo acercarían a los activistas “pro-vida”, en donde Del Río es una voz
representativa. Sorprende, por eso, que el arzobispo de Arequipa acuse al
candidato Castillo de apoyar la despenalización del aborto, cuando el candidato
abiertamente se ha manifestado en contra.
Aunque el arzobispo especifica que es el
Ideario de Perú Libre el que plantea estos temas, a estas alturas, si algo ha
quedado claro, es que hay una tensión entre el candidato y el partido por el
que postuló. Castillo, quien claramente no esperaba llegar a la segunda vuelta,
ha intentado armar un equipo con cuadros de partidos de izquierda de diversas
canteras y marcado distancia de los líderes duros de Perú Libre y de su ideario
original. Uno tiene el derecho de creerle o no, afirmar que los pasos del
profesor Castillo no son suficientes, así como dudar si realmente en el poder
la coalición de Perú Libre no exigirá introducir parte de su agenda. Lo que no
me parece válido es enjuiciar al candidato, basándose solo en la lectura de un
documento aislado, haciendo afirmaciones tan categóricas sin una mirada
compleja sobre el contexto político.
Aunque llame a un voto informado y responsable,
al final, Del Río direcciona a los católicos a preferir a Keiko Fujimori, sea esto
resultado de una opción consciente o inconsciente. Si un candidato es
presentado tajantemente como contrario a la doctrina católica, ¿realmente hay
algo que discernir? Tal actitud es totalmente irresponsable. Primero, porque
usa el magisterio de la Iglesia como un arma política, haciendo pasar sus
propias preferencias como doctrina. Segundo, porque no es su rol decirles a los
fieles por quién votar o no votar. Las autoridades eclesiásticas pueden ofrecer
criterios y pistas para el discernimiento cristiano ante una decisión tan
importante con el objetivo de formar y empoderar las consciencias de los
católicos. Pero es un abuso de autoridad el pretender suplantar esas
consciencias dándoles una directiva camuflada.
Si prestamos atención a los voceros católicos
del anticomunismo, hay otro aspecto preocupante. El fundamento de sus mensajes
es la desinformación, el miedo y el odio, no la razón, la esperanza o la
caridad. Se han avivado viejas fobias católicas, recordando que los regímenes
comunistas persiguieron a los cristianos y restringieron la libertad religiosa,
cuando eso ya es producto del ayer y no hay condiciones reales para que algo
semejante ocurra en el Perú de hoy. Apelando a una imagen más cercana a nuestra
historia, a Castillo se le quiere asociar con la herencia de Sendero Luminoso y
la violencia terrorista, debido a su retórica de protesta y a presuntos
vínculos de su organización política con el MOVADEF. Pero lo que no se quiere
admitir es que este discurso anticomunista se sostiene sobre la violencia
verbal, las medias verdades y la intimidación, en maneras que no entiendo cómo
pueden ser compatibles con la fe cristiana.
Otro punto es que Perú Libre plantea revisar el
concordato entre el Estado peruano y la Santa Sede. En realidad, algo así podría
ser una oportunidad para repensar constructivamente la relación Iglesia-Estado
y zanjar por las buenas y de una vez por todas críticas anticlericales
infundadas cuya raíz es dicho tratado. Se ha dicho también que Perú Libre considera
a la Iglesia católica como “aliado político, mediático y propagandístico de la
colonización territorial y cultural del Perú”. Sin lugar a duda, es una
simplificación de lo que somos. Pero la respuesta debería sustentarse en argumentos
y testimonio, así como también dar lugar para la autocrítica que nos haga
reconocer nuestros pecados y deudas con la sociedad peruana.
Asimismo, preocupa que esta campaña católica
contra el comunismo hace eco de los discursos de defensa del modelo económico
neoliberal presentándolos como doctrina católica. Se compran acríticamente la
agenda política de la derecha peruana y pretenden vender que solo se puede ser plenamente
católico si uno está alineado con esta tendencia. Esto es rotundamente falso.
Hay cristianos militando en todas las tiendas políticas, incluso en las
izquierdas. Por tanto, la Iglesia católica respeta el pluralismo ideológico y no
toma partido en un contexto electoral, como recordó el arzobispo de Lima CarlosCastillo. Hacer lo contrario es romper la comunión eclesial y promover
confrontaciones entre creyentes basadas en motivaciones políticas e intereses
de poder, que están muy lejos de un espíritu cristiano.
Lo más delicado es que al levantar el fantasma
del comunismo solo se desvía la atención de los problemas reales y se renuncia
a una mirada objetiva y reflexiva sobre el escenario que tenemos delante. Como
apuntó el obispo de Jaén Alfredo Vizcarra, “el resultado de la primera vuelta
es también la expresión del reclamo de muchos peruanos por un cambio hacia un
país que deje de olvidarlos, porque ya están cansados de escuchar promesas”. Los
profetas del anticomunismo no hablan de eso, de las profundas desigualdades y
las causas del descontento social en el Perú. Prefieren ver la realidad desde
ojos estrechos y preocuparse por fantasmas de lo que podría ocurrir en vez de asumir
y pensar el presente en toda su complejidad. En eso, lamentablemente, se suman
al estado de ánimo general en la segunda vuelta, que, en vez de reflexión
sensata, informada y aterrizada ha preferido echar más leña al fuego.
¿Cómo y sobre qué reenfocar la discusión?
La vocación de la Iglesia católica es forjar comunión
allí donde está presente. Por ello, es un anti-testimonio encontrar cristianos
alimentando la aguda polarización que solo nos asfixia. Más bien, en este
contexto, nos toca aportar ofreciendo claves para mirar más allá de lo que nos
divide, captar los desafíos de nuestra realidad, interpretarlos desde los
principios cristianos y proponer salidas que contribuyan al bien común. En la encíclica
Fratelli Tutti del papa Francisco, encontramos valiosas pistas para entrar
en ese camino de esperanza activa, conscientes de los retos del siglo XXI. En
tal sentido, me ha sorprendido lo ausente que ha estado este documento en los
pronunciamientos de los obispos y de otros grupos católicos. Claramente, los católicos
peruanos tenemos como tarea pendiente reflexionar el Perú desde las claves de
la última encíclica papal. Gracias a la Comisión Episcopal de Acción Social (CEAS)
que ha procurado orientarnos en esa senda.
De acuerdo con Fratelli Tutti, urge una
mejor política basada en la fraternidad universal, el bien común y el cuidado de
la vida. Sin embargo, los populismos y el neoliberalismo se presentan como sistemas
políticos que dificultan soñar con un mundo abierto donde todos sean tratados
con dignidad, especialmente los más débiles (FT 155). Por un lado, Francisco
critica el “insano populismo” porque “se convierte en la habilidad de alguien
para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo”,
lo que termina sometiendo todo al servicio de un proyecto personal y de su
perpetuación en el poder (FT 159). Además, trabaja “exacerbando las
inclinaciones más bajas y egoístas de algunos sectores de la población”, busca “el
avasallamiento de las instituciones y de la legalidad” (FT 159), y ofrece
políticas inmediatistas y planes asistencialistas que son soluciones pasajeras
e incompletas (FT 161).
Por otro lado, el Papa denuncia el “dogma de fe
neoliberal” que cree que el mercado lo resuelve todo, calificándolo como un “pensamiento
pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier
desafío que se presente” (FT 168). Es claro que la cultura del goteo o derrame
no resuelve la desigualdad. Puede haber elecciones limpias y formalidad
institucional, pero si los poderes económicos dominan la política, hay algo que
no funciona del todo bien en la democracia y aviva tensiones. En breve, el
sueño de una mejor política implica mirar más allá de los populismos y el
neoliberalismo reinante, sumándose a la acción de los movimientos populares que,
desde los márgenes, están creando alternativas políticas, económicas y
culturales a los sistemas vigentes y gestando un verdadero desarrollo integral (FT
169). ¿Acaso estas ideas de Francisco no resuenan con lo que ocurre en el Perú
de hoy?
Para reenfocar la discusión, también, es necesaria una autocrítica de los pastores. Su rol en un escenario
electoral es animar a que el pueblo “resucite la política, no partidarizar”,
como afirmó el arzobispo Castillo. Más grave aún, difundir discursos de odio y
miedo desnaturaliza el fin de un liderazgo religioso. Y, lamentablemente, ver a
pastores haciendo uso de la fe como arma de batalla política se ha vuelto un
fenómeno global que contribuye con la propagación de populismos autoritarios y
la perpetuación de una economía inhumana. Un ejemplo desafortunado se vio en
las elecciones norteamericanas, como analizó el jesuita James Martin. Tal
situación ha llevado al papa Francisco a denunciar la imprudencia de líderes
religiosos que desatan violencia fundamentalista con sus palabras
incendiarias. Acertadamente, el Papa ha
recordado que quien pastorea almas debe “ser un artesano de la paz, uniendo y
no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del
diálogo y no levantando nuevos muros” (FT 284).
El Perú vive un momento crítico de su historia.
Como cristianos no podemos ser indiferentes y hemos de discernir cómo proceder
ante estas circunstancias desde la convicción que “lo único verdadero y
definitivo es Dios”, como bien dijo el obispo Alfredo Vizcarra. Hoy más que
nunca nos toca escuchar al Espíritu Santo invitándonos a no perder la esperanza.
Cual sea el resultado electoral, Dios permanece con nosotros y nos anima a
seguir encarnando su misión de anunciar la promesa de vida plena y luchar
contra la muerte. No nos perdamos en lo inmediato, sino asumamos la realidad
tal y como esta se presenta, escuchemos la voz del pueblo, formemos nuestras
consciencias con información veraz. Solo así reconoceremos la acción de Dios en
medio de nosotros indicándonos el camino. Haciendo eco de las palabras de
monseñor Vizcarra, confiemos en el Señor y pidamos la gracia de “obrar
teniendo como horizonte no solo el acto electoral, sino toda posibilidad de ir
construyendo la fraternidad universal y la amistad social”. Tal actitud será muy necesaria ante el escenario que se abrirá luego de la segunda vuelta.
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