domingo, 16 de febrero de 2020

PARA LEER “QUERIDA AMAZONÍA”





A horas de su publicación, la exhortación apostólica pos-sinodal “Querida Amazonía” levantó mucha polémica más por sus omisiones que por sus contenidos. En el espíritu de animar a participar informadamente del debate, comparto un resumen de cinco puntos que me parecen claves para acercarse al documento.

Mirar más a fondo

La ausencia de un pronunciamiento sobre el sacerdocio para hombres casados y el diaconado para las mujeres fue presentado por algunas voces dentro de la Iglesia como el fracaso del sínodo, mientras otras celebraban la preservación del celibato como sello distintivo del ministerio ordenado. Además, fue el tema que la prensa levantó con mayor insistencia. Acertadamente, Mauricio López, secretario ejecutivo de la REPAM, calificó estos planteamientos como unilaterales y reduccionistas, en tanto provienen “desde fuera” de la Amazonía e invisibilizan muchas otras propuestas esenciales que reflejan el sentir directo de los pueblos.

Por tanto, el valor de la exhortación apostólica no puede restringirse al tema de los ministerios eclesiales, aun cuando este sea un asunto relevante. Es necesario mirar el documento con mayor amplitud. “Querida Amazonía” debe examinarse en relación con todo el camino sinodal y la complejidad de la problemática de la Amazonía que abarca la promoción de una ecología integral y el discernimiento de nuevos caminos para la evangelización. La exhortación viene a ser el inicio de una nueva etapa de la conversación y no el punto final.

Estructura de “Querida Amazonía”

La exhortación se organiza en cuatro capítulos. Cada uno de ellos, corresponde con “sueños” del papa Francisco para el futuro de la Amazonía. Primero, el “sueño social” relacionado con la lucha por los derechos de los pueblos originarios y los pobres de la Amazonía para que su voz sea escuchada y su dignidad promovida. Luego, el “sueño cultural” que apela a la preservación de las culturas de los pueblos amazónicos y la valoración de sus maneras de vivir y trabajar. Tercero, el “sueño ecológico” centrado en el cuidado responsable de la naturaleza de los ríos y las selvas de la Amazonía para que las próximas generaciones puedan contar con sus recursos. Finalmente, el “sueño eclesial”, en que anima a la Iglesia a abrazar y escuchar a los pueblos indígenas para abrir nuevos caminos de evangelización que permitan la inculturación plena del Evangelio en esta zona del planeta.



Emergencia de una “nueva hermenéutica” en el magisterio

El papa afirma que la exhortación no pretende reemplazar ni repetir el “Documento Final del Sínodo”, sino ofrecer un marco de reflexión que oriente la recepción de todo el camino sinodal. En ese sentido, para el teólogo venezolano Rafael Luciani, es clave que, en vez de integrarlo a “Querida Amazonía”, Francisco asuma la autonomía del “Documento Final del Sínodo”, invitando a leerlo y aplicarlo. Según Luciani, tal afirmación implicaría que la autoridad de las Iglesias locales en el discernimiento de su misión está por encima de la Curia romana, estableciendo una “nueva dialéctica” entre el peso de un documento de un sínodo regional y el magisterio pontificio.

Justicia para la Amazonía

La exhortación destaca por su reclamo de justicia para la región amazónica y sus pueblos, exigiendo un desarrollo que ni colonice el territorio ni debilite su identidad. Como ha anotado Mauricio López, la cobertura dada al tema de ministerialidad hace perder de vista que “Querida Amazonía” se pronuncia con firmeza respecto a estructuras económicas y macropolíticas, y a la crisis ambiental, que ponen en riesgo esta reserva ecológica del planeta. El documento califica como “injusticia y crimen” los emprendimientos que dañan el medio ambiente y no respetan el derecho de los pueblos originarios al territorio, la autodeterminación y el consentimiento previo.

Además, se insiste en el cuidado de la casa común como responsabilidad global que abarca a los gobiernos y a la ciudadanía. En ese sentido, la encíclica Laudato Si’ constituye un referente clave para “Querida Amazonía” y de todo el camino sinodal por su planteamiento de una interconexión ineludible entre la crisis ecológica y el clamor de los pobres.



Ministerialidad y reforma de la Iglesia

El documento alienta a las comunidades cristianas en la Amazonía en el discernimiento de nuevos caminos para una auténtica inculturación del Evangelio en esta región. En esa perspectiva, “Querida Amazonía” es consciente de la necesidad de nuevos ministerios para encarnar una Iglesia con rostro amazónico. Sin embargo, el “Documento Final del Sínodo” planteó propuestas en el tema (viri probati, diaconado femenino, etc.) que la exhortación no recoge, sin desestimarlas ni legitimarlas. Cuesta interpretar el silencio de Francisco: para algunos significa “cerrar el paso” a estas alternativas, mientras para otros es una “carta abierta” para que los obispos amazónicos insistan en la cuestión. Más aún, desconcierta que el papa invite a buscar “nuevos caminos” y, ante la apremiante realidad de comunidades que no celebran regularmente la Eucaristía por la ausencia de sacerdotes, plantee soluciones tradicionales tales como la generosidad en el envío de misioneros y la oración por las vocaciones sacerdotales.

Al momento, quizás toque escuchar la posición moderada del británico Austen Ivereigh, biógrafo de Bergoglio, para quien el papa está aplicando las reglas del discernimiento espiritual a esta difícil decisión. Ante los enfrentamientos internos que generan estas propuestas, no quiere una salida que imponga una posición como victoriosa sobre la otra. Más bien, el llamado está en intensificar la búsqueda e imaginar una “tercera vía” que responda a la problemática de fondo y reciba un mayor consenso dentro de la Iglesia. En todo caso, este pontificado tiene el mérito de estar generando condiciones para un debate sobre cuestiones que, hasta hace cinco años, se pensaban inmodificables e indiscutibles.

domingo, 9 de febrero de 2020

LA CONVERSIÓN DE BERGOGLIO


En “Two Popes”, Jonathan Pryce personifica de manera formidable a un Jorge Mario Bergoglio que es retratado como el abanderado de la reforma en la Iglesia católica. La figura de Bergoglio se contrapone a la de un Benedicto XVI (Anthony Hopkins) que representa el afán por preservar la milenaria tradición del catolicismo.

Sin embargo, el diálogo que se da entre ambos revela mucho más que sus visiones sobre el presente y el futuro de la Iglesia. La película expresa las alegrías y las esperanzas tanto como los miedos y las angustias de Bergoglio y Benedicto. Al mostrar la fragilidad de los dos hombres más importantes de la historia del catolicismo reciente, Pryce y Hopkins logran que cualquier persona (sin importar su creencia religiosa) sea capaz de identificar en ellos algo del drama de ser humano.

Un buen ejemplo de ello es la manera como el director Fernando Meirelles narra la “historia oscura” de Bergoglio como provincial de los jesuitas argentinos durante la dictadura militar. Ante la confesión de Benedicto sobre sus planes de renuncia y su intención de ser sucedido por el cardenal argentino, Bergoglio se resiste porque reconoce en su pasado una mancha, que puede dañar la institución del papado. En la Argentina, muchos lo etiquetan como uno de los tantos curas que guardó silencio cómplice ante los crímenes contra los Derechos Humanos.

La manera en que Bergoglio recuerda ese tiempo manifiesta una experiencia de conversión auténtica. No intenta justificar su proceder, escudándose en su juventud o en la difícil situación en que le tocó gobernar. No se exculpa, sino que acepta sus responsabilidades con vergüenza y “dolor de corazón”. El “castigo” impuesto por sus compañeros jesuitas -vivir “exiliado” en una ciudad periférica y ejerciendo un ministerio “indigno” para un ex provincial- es descrito por Bergoglio como un tiempo que lo confrontó con la aridez espiritual de no ser capaz de encontrar a Dios en su vida. Pero, en vez de conducirlo al resentimiento, fue una oportunidad para aprender a escuchar al pueblo y a la realidad. Y lo más importante, fue un tiempo para encontrarse con la misericordia de Dios que perdona, sana las heridas y transforma el mal en bien.

Años más tarde, cuando fue convocado al servicio como obispo, Bergoglio estaba dispuesto a ejercer el rol de autoridad desde una actitud muy distinta a la que tuvo como provincial: escuchar antes que decir, servir antes que mandar, “misericordiar” antes que adoctrinar. No podía borrar el pasado, pero sí había aprendido de él para hacer las cosas mejor. Su pecado se convirtió en oportunidad de arrepentimiento sincero, conversión y crecimiento.

La conversión de Bergoglio, bellamente narrada en “Two Popes”, es un testimonio potente en un tiempo en que el cinismo reina. No pocas veces, las autoridades y las personas de a pie se niegan a reconocer sus errores y, más aún, sus delitos. Son pocos los que tienen las agallas de pedir disculpas, aceptar las consecuencias de sus actos o reparar lo dañado. Por otro lado, en un mundo tan polarizado, es una invitación a no sepultar a las personas, sino estar dispuestos a dar segundas oportunidades a aquellos que se manifiestan sinceramente arrepentidos.


sábado, 1 de febrero de 2020

SABOREAR LA VIDA

Fuente: ABC

La película “The Two Popes” ha resultado atractiva tanto para creyentes como para no creyentes. Los críticos de cine y los expertos “vaticanólogos” han dado buenos motivos para reconocerla como una obra maestra y un retrato fidedigno de las dinámicas institucionales en la Iglesia católica. Más allá de su valor cinematográfico, la película posee una riqueza de símbolos y palabras que invitan a profundizar en el significado de vivir la fe cristiana hoy.


Fue el personaje de Benedicto XVI, representado por Anthony Hopkins, quien me dejo pensando mucho. Coincido con Víctor Hugo Miranda S.J. en lo potente que resulta que Benedicto XVI, uno de los teólogos más importantes del siglo XX, confiese que no es capaz de escuchar a Dios. En palabras de Víctor Hugo, “esta afirmación de Benedicto es una muestra de vulnerabilidad humana de los líderes religiosos, quienes en ocasiones están cubiertos por una especie de halo de infalibilidad o incapacidad de equivocarse, o de sentirse confundidos. El papa, como cualquier otro ser humano, puede atravesar por un momento difícil y sentirse alejado de Dios.”

Benedicto, tras una difícil batalla interior, transforma su incapacidad de reconocer la presencia de Dios en una oportunidad de conversión. El encuentro con Jorge Bergoglio, si bien inicialmente tenso, lo descentra de sí mismo y le permite mirar la vida de la Iglesia desde otra perspectiva. Poco a poco, el diálogo va siendo ocasión no solo para confirmar su decisión de renunciar al papado, sino también para examinar su propia vivencia de la fe.

En ese sentido, uno de los momentos más conmovedores es cuando Benedicto pide ser confesado por Bergoglio. Sus primeras palabras son pedir perdón por haber “fallado en tener el coraje de saborear la vida en sí misma” y, más bien, haber preferido esconderse en libros y estudio, retirándose del mundo real. En estas palabras, aparece una lúcida lección: no podemos escuchar a Dios si es que no vivimos nuestra humanidad a cabalidad y en interacción con nuestro mundo.

¿Acaso a muchos que nos llamamos cristianos no nos ha pasado alguna vez algo similar? ¿Cuántas veces hemos preferido aislarnos en lo que nos da seguridad por que nos da miedo involucrarnos a fondo con los problemas de nuestro entorno? ¿Cuántas veces hemos dejado de saborear la vida por creer que ser santos es privarnos de todo lo que es humano? Esta representación de Benedicto XVI nos recuerda cuál es el núcleo de la experiencia cristiana, que tan bellamente expresa el evangelista Juan: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10: 10).

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El artículo de Víctor Hugo Miranda S.J. puede consultarse en https://politeama.pe/2020/01/20/dos-miradas-dos-estilos-dos-papas/

lunes, 27 de enero de 2020

PREFERENCIAS APOSTÓLICAS



Si Dios nos hablará en este momento, ¿qué nos pediría? ¿Cuál es la vocación particular a la que nos está llamando? Esas son preguntas que acompañan a un cristiano a lo largo de su peregrinación en este mundo. La meta es que esas inquietudes nos conduzcan a asumir una opción de vida, un proyecto y acciones concretas. Todo ello, sin duda, se alimenta y se actualiza a través de lo que vamos descubriendo conforme nos adentramos en el misterio de Jesús y en la realidad que nos rodea.

Para orientarnos en un camino que puede ser enrevesado es fundamental el discernimiento como camino para tomar decisiones y definir líneas que nos orienten en el servicio a Dios y al mundo. Discernir no es meramente hacer un planeamiento estratégico, sino abrirnos a la escucha atenta de Dios que nos expresa su voluntad a través de las circunstancias nuevas que van emergiendo. Nuestras decisiones deben ser respuesta a ese llamado, que muchas veces nos desafía a ir más allá de lo que damos por certeza. El Dios de los cristianos es experto en remecer el piso y pedirnos abandonar nuestras rutinas y comodidades para responder a los nuevos desafíos con creatividad, valentía y confianza en la eficacia de su amor.

A la larga, todo discernimiento conduce a decisiones que nos inspiran a renovar nuestro compromiso con el anuncio del Evangelio de Jesús. Discernimos con la finalidad de saber cómo servir mejor al mundo en el que vivimos. Un buen ejemplo son las “preferencias apostólicas universales” de los jesuitas, que sintetizan los 4 campos en los cuales reconocen que Dios los llama a colaborar con su misión hoy: 1) mostrar el camino hacia Dios por medio de los Ejercicios Espirituales y el discernimiento, 2) caminar junto a los pobres en una misión de reconciliación y justicia, 3) acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador y 4) colaborar en el cuidado de la casa común. Esta decisión es fruto de un proceso de discernimiento de 16 meses que ha implicado consultas a sus miembros y el examen de los desafíos contemporáneos en la Iglesia y el mundo.

Sin duda, estas opciones deben concretarse en acciones para que no se queden simplemente en buenas intenciones. Pero para actuar es imprescindible tener un marco de referencia que guíe el quehacer y haga eficaz nuestra acción. Las “preferencias apostólicas” constituyen, por tanto, una brújula para orientar el compromiso por anunciar el Evangelio ante el “cambio de época” que vivimos y que provoca numerosas heridas y conflictos. Al mismo tiempo, son una manera de entrecruzar nuestras preocupaciones con las de otros en la Iglesia y más allá de ella. Saber que no estamos solos en nuestra búsqueda de un mundo más fraterno y justo no solo es motivo de alegría, sino también una invitación a sumar esfuerzos y reconocernos como comunidad de creyentes unidos en la misma fe y encaminados hacia el mismo fin.

Cuán provechoso sería que todos en la Iglesia, a nivel personal y comunitario, nos preguntáramos cuáles son nuestras preferencias apostólicas. Es decir, a qué queremos comprometer decididamente nuestra acción como discípulos misioneros de Jesús en respuesta a los desafíos que nuestra realidad nos presenta. Lo planteo, porque hace poco en una clase me pidieron escribir mis preferencias apostólicas y fundamentar por qué eran importantes para mí y para el conjunto más amplio de la Iglesia. Hacer el ejercicio fue una experiencia gozosa, ya que implicó reencontrarme con los motivos por los que me apasiona seguir a Jesús y mis anhelos de vivir como un cristiano coherente y comprometido. Además, me permitió volver sobre mi historia personal, que, de una u otra manera, estructura aquello a lo que quiero dedicar mi existencia como servicio a otros y a Dios.

Aquí les dejo un resumen de lo que escribí, por si se animan a discernir sus propias “preferencias apostólicas”.
  1. Desarrollar una reflexión teológica que contribuya a “inculturar” el Evangelio en el “cambio de época” que vive nuestro mundo
  2. Acompañar a los jóvenes en el discernimiento de un proyecto de vida fecundo
  3. Construir puentes con los no creyentes para descubrirnos como miembros de una misma familia humana con preocupaciones compartidas
  4. Servir a los pobres y excluidos como camino para re-descubrir el Evangelio y encontrar nuevas respuestas a los desafíos contemporáneos
  5. Cultivar una espiritualidad que testimonie en mis acciones cotidianas la verdad del Evangelio a través del amor al prójimo y a toda la creación


domingo, 26 de enero de 2020

SEGUIR LA VOLUNTAD DE DIOS



La vida de un cristiano consiste en realizar la voluntad de Dios. A alguno esto le resultará medio esotérico. ¿Cómo Dios puede decirnos qué espera de nosotros? Sin duda, esta comunicación no se da de manera directa e inmediata, pues seguir la voluntad de Dios es mucho más que recibir órdenes de alguien o cumplir un manual de instrucciones. Para escuchar a Dios necesitamos reconocerle en nuestra interioridad, hablándonos a través de nuestros afectos, deseos, percepciones y pensamientos. Él está presente en todo ello, invitándonos constantemente a elegir hacer de nuestra vida algo memorable.

Descubrir la voluntad de Dios es parte de un proceso de búsqueda permanente. El punto de partida es reconocer todo lo que uno es, en sus luces y sombras, para presentárselo a Dios preguntándole cómo puedo transformar eso que soy en un testimonio de su amor infinito por la humanidad y la creación. Para ello, es vital crecer en el encuentro con Jesús, cuya auténtica humanidad nos revela el camino para vivir conforme al fin por el que Dios nos ha creado. La oración personal y comunitaria, la meditación de los Evangelios y del conjunto de la Biblia, la práctica de los sacramentos (especialmente la Eucaristía) son medios para construir una vida centrada en el misterio de Jesús. Pero todo esto no puede quedarse solo en un saber teórico o en realizar rituales. Para ser realmente cristiana, nuestra experiencia espiritual debe reflejarse en nuestras acciones y, más aún, debe convertirse en una “brújula” que orienta nuestra toma de decisiones.

Un criterio fundamental es reconocer que el llamado de Dios se expresa en las circunstancias históricas de cada comunidad y persona. Nuestro Dios no está al margen de la realidad que vivimos, sino que está íntimamente comprometido con ella. Comparte nuestras alegrías y tristezas, nuestras esperanzas y sufrimientos. En Jesús, se hizo uno de nosotros para convocarnos a su misión: transformar nuestro mundo herido y dividido en un lugar donde reine su amor y, por extensión, donde todas las personas puedan vivir en fraternidad, libertad, justicia y paz. Por ello, reconocer la voluntad de Dios implica aprender a escuchar al mundo. Es en las situaciones concretas de nuestro entorno donde Dios nos llama a servirle de manera concreta y específica. Especialmente, nos pide mirar allí donde nadie quiere ver. Donde abunda la violencia, la desesperanza y el sufrimiento, está Dios clamando porque nos hagamos presentes para sanar lo que está herido, integrar a quienes están excluidos y reconciliar a quienes están enfrentados.

De tal manera, la voluntad de Dios no es algo que descubrimos una vez para siempre. Pensar de esa manera nos lleva a convertir la fe en una “rutina” o, peor aún, en una actitud pasiva de sentarnos “cruzados de brazos”. El seguimiento de Jesús implica un proceso dinámico y una búsqueda que dura toda la vida. Pasa con la voluntad de Dios lo mismo que le pasa a toda persona que avanza en edad. No vemos las cosas de la misma manera cuando tenemos 18 años que cuando superamos los 50 o vamos llegando al final de nuestra existencia. Si no nos renovamos, corremos el riesgo de estancarnos y perdernos en el sinsentido. De esa misma manera, si no revisamos nuestra experiencia con Jesús y la manera cómo le servimos corremos el riesgo de que nuestra fe caiga en la aridez y en la ineficacia. Si no sabemos siempre estar en actitud de volver a Jesús y estar abiertos a la realidad que nos rodea, creeremos estar siguiendo la voluntad de Dios, cuando en realidad solo estaremos realizando nuestros propios deseos y muy posiblemente siendo sordos al llamado de Dios.

sábado, 18 de enero de 2020

LIMA: UNA BREVE MIRADA A SU HISTORIA



Lima es la ciudad donde he pasado casi toda mi vida. Mi cariño por ella es indiscutible, a pesar de que soy consciente de sus grandes contradicciones y problemas. Hoy es el 485° aniversario de su fundación y me toca celebrarlo desde muy lejos. Para evitar la nostalgia, volví sobre un breve texto que escribí para presentar la historia de Lima. Fue preparado para los participantes del XX Encuentro Latinoamericano de Responsables de Pastoral Juvenil, cuya sede fue la capital del Perú. Con algunas breves adiciones, lo comparto como mi homenaje a la “Ciudad de los Reyes”.

A la larga, hacer memoria es una manera de animarnos en la tarea de hacer de Lima un lugar que todos quienes vivimos ahí podamos llamar hogar.

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Lima, fundada el 18 de enero de 1535 por los colonizadores españoles, ha experimentado profundas transformaciones a lo largo de sus casi cinco siglos de historia. En la “Ciudad de los Reyes”, llamada así por estar bajo el patronazgo de los Reyes Magos, habitan más de 10 millones de personas, representando un tercio de toda la población del Perú. Por tanto, actualmente la capital de la República es el espacio donde puede apreciarse la diversidad cultural del país, sus potencialidades y sus contradicciones.

En la época colonial, Lima fue el centro del poder español en Sudamérica. Allí residía el virrey y una aristocracia criolla que controlaba la administración colonial y el comercio. Para nutrir al virreinato de funcionarios públicos y clérigos, en Lima fue fundada en 1551 la Universidad de San Marcos, el primer centro de estudios superiores de América. El poder político estaba acompañado de un prestigio espiritual. Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima entre 1579 y 1606, es reconocido por haber estructurado la Iglesia en Sudamérica y potenciado la evangelización de la población indígena. Asimismo, en la primera mitad del siglo XVII, Lima fue reconocida por ser un recinto de intensa piedad religiosa, cuyos frutos más reconocidos son santa Rosa de Lima y san Martín de Porres.

Las guerras de independencia significaron un nuevo estatus para la ciudad de Lima. De ser la sede de la aristocracia colonial pasó a convertirse en la capital de la naciente República. Inicialmente, Lima no experimentó cambios significativos en esta nueva etapa histórica, debido a la inestabilidad política y las guerras internas entre las élites regionales del país. Fue recién, hacia mediados del siglo XIX, que las exportaciones internacionales del guano (un fertilizante hecho del excremento de aves que se acumulaba estratégicamente al sur de Lima) permitieron consolidar una élite económica y un aparato estatal centrado en la ciudad capital. A inicios de 1870, empezó la expansión de la ciudad, al tumbarse las murallas coloniales y levantarse infraestructura que reflejaba los ímpetus modernizadores venidos de Europa. Este apogeo se vio interrumpido por la derrota peruana en la Guerra con Chile. El signo contundente del fracaso fue la ocupación de Lima por el ejército chileno entre 1881 y 1883.

El periodo de posguerra y el tránsito al nuevo siglo fue un momento de reconstrucción del aparato institucional y de crecimiento económico basado en exportaciones de materias primas. Lima concentró los beneficios de los procesos de modernización, que se fueron acelerando a lo largo del siglo XX. Desde los años 1920 en adelante, el Estado asumió un rol preponderante en la ampliación del acceso a infraestructura, educación, salud, vivienda, servicios que fundamentalmente se concentraron en Lima. Tal situación generó una centralización del poder político, del desarrollo económico y de las oportunidades en torno a la capital, en perjuicio de las otras regiones. Para nadie es novedad que este es un problema aun latente en la actualidad.

La centralización de los beneficios del desarrollo alimentó la percepción en todo el país de que las oportunidades laborales abundaban en Lima. Si alguien quería prosperar, tenía que ir a la capital. A partir de 1940, esto se tradujo en un incremento poblacional que desbordó las posibilidades reales de vivienda de Lima. En busca de un techo, los migrantes de origen popular, campesino e indígena no solamente tomaron posesión de terrenos en las afueras de la ciudad. Lo más importante fue que construyeron comunidades en las que recrearon sus identidades y tradiciones en una ciudad que, hasta entonces, se imaginaba como blanca y criolla. Gracias a ello, hoy Lima tiene un rostro mestizo, que, en medio de heridas y desigualdades irresueltas, es reflejo pleno de la diversidad cultural del Perú.

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Originalmente publicado en http://noti.pjlatinoamericana.org/?p=44




domingo, 5 de enero de 2020

DE LA RIGIDEZ A LA ESCUCHA: A PROPÓSITO DE LA ASAMBLEA ARQUIDIOCESANA DE LIMA



La arquidiócesis de Lima celebrará una asamblea pastoral del 6 al 8 de enero. El anuncio ha despertado el escepticismo y la resistencia de varias personas en redes sociales. En sus comentarios, expresan preocupación por que el resultado de la reunión traicione las verdades de fe que han acompañado a la Iglesia en sus dos mil años de peregrinación en la historia.

En el fondo, estos mensajes son solo una vitrina que expresa una incomprensión más amplia dentro de la Iglesia. A muchos católicos les cuesta procesar que las cosas cambian. Encuentran cómodo pensar la fe como una sustancia inmutable, que permanece tal cual y que debe ser transmitida tal y como la recibimos. En nuestro “mundo líquido”, donde nada parece ser permanente, para muchos la idea de una “fe de innegociables” es una defensa ante lo que no se entiende y un “salvavidas” al riesgo del desarraigo. Desde esta mirada, aquellos creyentes que, como Mons. Carlos Castillo, arzobispo de Lima, plantean la necesidad de reformas para transmitir la fe desde lenguajes nuevos son percibidos como “peligrosos” para la conservación de la Iglesia.

Esta mentalidad eclesial tiene serias limitaciones, pues reduce la fe a costumbres o doctrinas que se repiten de una generación a otra, así como a una guerra entre los “puros” y los “impuros”. El riesgo de este estilo pastoral es que la fe y la Iglesia dejen de tener significado para la vida real de las personas. En su introducción al Instrumentum laboris para la asamblea arquidiocesana, el arzobispo Castillo acierta en que la tarea fundamental para la Iglesia de Lima es salir de la “rigidez” de pensar que en la Iglesia las cosas deben seguir haciéndose como siempre se han hecho.

En sus palabras, Castillo afirma que “la fe no puede ser sólo una costumbre que se repite ritualmente, sino de inserción del alegre anuncio (“kerigmática”), en la trama concreta y experiencial de vidas personales y sociales que cambian en una historia compleja y sinuosa, y que requieren de respuestas oportunas y adecuadas donde brille la luz y se esclarezca la oscuridad”.

Yendo más allá, la mentalidad de “rigidez” que se resiste al cambio se sostiene en una verdad a medias. Es indiscutible que le debemos fidelidad al depósito de la fe revelado por Dios a través de Jesucristo. Este permanece como fundamento y brújula para todas las generaciones de cristianos. Sin embargo, esto no niega que nuestras maneras de comprender las verdades reveladas por Dios cambian, porque la humanidad ha cambiado a lo largo del tiempo. No es lo mismo ser cristiano en la Palestina del siglo I y en la Europa medieval, que en las periferias o en las grandes urbes del siglo XXI. Cada tiempo y espacio plantea sus propios desafíos a la comunidad de cristianos, que no constituyen una amenaza, sino una invitación a comprender nuevas situaciones desde los ojos de la fe.

Asimismo, la mirada a nuestra realidad nos permite comprender dimensiones del depósito de la fe que no habíamos prestado atención antes. A veces tendemos a olvidar que el misterio de Dios sobrepasa nuestra razón y nuestra experiencia, por lo cual es inagotable y siempre abierto a nuevas maneras de acercársele. Por tanto, anunciar la fe es fidelidad a nuestra tradición y, simultáneamente, apertura a las novedades que Dios nos comunica en nuestra existencia como seres humanos.

La única manera que tenemos para conocer a este Dios infinito es a través de nuestra vivencia humana, la cual siempre estará condicionada por la historia, la cultura, las relaciones sociales. Si los cristianos deseamos ser fieles a nuestra fe, no podemos escapar al hecho concreto que, en la escucha de nuestra realidad, descubrimos qué nos está pidiendo Dios en el momento concreto en el que vivimos. Este discernimiento no pone en riesgo el depósito de la fe; al contrario, lo enriquece. Nuestra tradición orienta estos procesos de búsqueda, y a la vez, se va nutriendo de lo que cada generación cristiana va reflexionando sobre cómo Dios les habla desde su experiencia humana y los desafía a actualizar el anuncio de la buena noticia de Jesús.

La asamblea de la arquidiócesis de Lima es una buena ocasión para ponernos a la escucha del Dios que se revela en la vida de nuestra ciudad y nos llama a colaborar con su misión. El Instrumentum laboris tiene varias limitaciones, que espero discutir en una siguiente nota. Pero está fuera de duda que el promotor de la asamblea, Mons. Castillo, en comunión con el magisterio del papa Francisco, capta bien por dónde debe empezar la “conversión pastoral” de la Iglesia de Lima: salir de la rigidez y del estancamiento en el pasado para abrirnos a los desafíos del presente como el lugar donde el Señor nos está queriendo decir algo.