viernes, 27 de marzo de 2020

RECORDANDO A GONZALO PORTOCARRERO


Fuente: Punto Edu, PUCP

Gonzalo Portocarrero partió hace un año. El 21 de marzo de 2019 se apagó una de las voces más lúcidas del Perú contemporáneo. Cuánto se le extraña en estos tiempos críticos que vivimos. Los escritos de Gonzalo tenían el don de integrar claridad de ideas y rigor analítico. Sin dejar de ser crítico, era capaz de proyectar horizontes. Eran una confrontación con las profundas heridas de la sociedad peruana que dificultaban la construcción de una comunidad de ciudadanos con igual dignidad y derechos. A la vez, eran un canto de esperanza que invitaba a los peruanos a ser agentes de su destino y constructores de una sociedad fundada en el amor, la justicia y la fraternidad.

Mucho se podría decir de sus aportes a las Ciencias Sociales en el Perú. Pero prefiero dejar esos balances a quienes son más competentes. Confío en que, luego de la pandemia, haya tiempo de rendirle los homenajes que merece. Más bien, al recordar a Gonzalo, quisiera destacar otro de sus rostros menos conocidos: su profundo calor humano. Lo conocí en 2007, cuando me matriculé en su curso de Sociología en Estudios Generales Letras de la PUCP. Para entonces ya sabía que era un intelectual renombrado y un maestro brillante. Sin embargo, lo que más recuerdo de su curso no son solamente sus clases magistrales, sino su capacidad de inspirar a las personas. Al menos así fue para mí.

Una clase se me acercó en el receso. Yo era de esos alumnos que se sentaban en las últimas filas, así que literal abandonó su cátedra para acercarse al margen del aula. Me preguntó si yo era el Juan Miguel Espinoza que había ganado un concurso de ensayos. Le dije que sí. Me felicitó porque había leído mi trabajo y lo había encontrado interesante. Me animó a seguir escribiendo. Para un chico de 18 años con inquietudes intelectuales, ese gesto fue un hito que me marcó la vida para siempre.

Luego de eso seguimos conversando sobre mis dudas vocacionales y proyectos. Siempre cercano, me escribía invitándome a eventos. Cuando nos cruzábamos me obsequiaba alguno de sus libros. Encontrarlo por el campus de la PUCP era un motivo para disfrutar de su amistad, renovar mi vocación por las letras y una invitación a pensar el país con los pies puestos en la tierra.

Gonzalo es uno de los intelectuales peruanos más destacados de las últimas décadas, pero sobre todo un ser humano ejemplar, un hombre sabio y bondadoso. La manera cómo encaró el cáncer para mí retrata su plena humanidad. A pesar de atravesar mucho sufrimiento, alcanzó encontrar alegría y esperanza en medio de la penumbra, y articular palabras para testimoniar esto a otros.  Conviviendo con el cáncer”, artículo aparecido en El Comercio en marzo de 2017, es lo más bello y verdadero que le leí.

Para mí Gonzalo es un profeta que supo articular interpretaciones de los acontecimientos y los procesos de la sociedad peruana para anunciar por dónde caminar. No obstante, su vocación profética se reflejaba en que era un referente ético que procuraba vivir en coherencia con todo aquello que imaginaba para el Perú. Para que una sociedad avance hacia sus objetivos y fines necesita de modelos que encarnen dichos ideales. Que duda cabe que Gonzalo Portocarrero es un modelo para el país que necesitamos forjar.

viernes, 20 de marzo de 2020

CUARESMA EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

Fuente: vocero7.org

En la última semana, la expansión global del coronavirus ha trastocado la vida de millones de personas. A lo largo del mundo, muchos comparten la experiencia del distanciamiento social y el aislamiento domiciliario, la imposibilidad de transitar con libertad y la cancelación de actividades públicas, el fallecimiento de seres queridos y un largo etc. Las circunstancias nos obligan a adaptarnos rápidamente ante un evento sin precedentes y para el que nadie estaba preparado.

El miedo se propaga a mayor velocidad que la epidemia. Las cifras de contagios se disparan en varios países y las regulaciones sanitarias se van tornando más estrictas. Pareciera que el mundo está por desplomarse. Por si todo esto no fuera ya bastante, quienes somos creyentes estamos privados de la posibilidad de celebrar comunitariamente nuestra fe. En este escenario, ¿es posible hallar alguna fuente de esperanza?

La crisis del coronavirus coincide con la Cuaresma. Quizás este dato no sea una mera coincidencia y sea posible darle a la crisis un sentido cristiano. Eso sí, debemos evitar caer en fundamentalismos, que interpretan este mal como un "castigo divino" o niegan la gravedad del problema. Entonces, ¿cómo hablar de esto desde los ojos de la fe?

Ante todo, el coronavirus nos confronta con nuestra fragilidad. Somos barro, tal y como nos recuerda el tiempo cuaresmal, pero que la gracia de Dios puede transformar en una obra de arte o en un objeto que haga la vida más vivible. Si Dios nos está queriendo hablar en medio de esta difícil realidad, es para decirnos que estamos ante un desafío que exige que saquemos lo mejor de nosotros mismos.

Las experiencias dolorosas, aunque totalmente indeseables, a veces se convierten en ocasión para volver a lo fundamental. Hoy descubrimos, con más claridad que nunca, la urgencia de afirmar el valor de la vida por encima del dinero y los poderes de este mundo. Frente a la globalización de la indiferencia y el descarte, hoy muchos redescubren cuan interdependientes somos de los demás seres humanos. Somos la única especie del planeta capaz de darle significado a las peores desgracias y orientar su acción para darles solución. Pero solo somos capaces de lograrlo si es que cooperamos unos con los otros.

En estos días, los cristianos reconocemos cuanto necesitamos del amor de Dios y de los hermanos para que nuestra vida tenga sentido. Las peripecias de estos días nos hacen atesorar aquello que damos por obvio. Pero, sobre todo, nos alientan a ser creativos para encontrar nuevas maneras de amar y ser amados. En el fondo de esto trata la Cuaresma: cómo hacemos para crecer en el amor, de tal manera que vivamos más unidos con la fuente de nuestra esperanza, Jesús, aquel que amó a los suyos “hasta el extremo” (Juan 13:1).

Es tiempo para ser testigos de fraternidad y solidaridad. Solo así la esperanza se abrirá camino. Personalmente, estoy profundamente conmovido, porque en medio de las terribles noticias en torno a la epidemia, voy recibiendo numerosas buenas noticias. Personal de salud ofreciendo su vida para salvar la de otros, familias compartiendo juntos en casa, personas preocupadas por cuidar de los vecinos adultos mayores, comerciantes manteniendo sus negocios sin especular con los precios, empresarios arriesgando su capital para asegurar la subsistencia a sus empleados, amigos reuniéndose por medios virtuales para acompañarse, profesores “reinventándose” para que la educación de los niños y jóvenes no se estanque, sacerdotes y laicos/laicas desplegando creatividad para que sus comunidades permanezcan unidas por medio de la oración comunitaria. Cada uno de los que actúa así está siendo un motivo de esperanza en medio de la desolación del coronavirus.

La Cuaresma es camino de preparación para celebrar la Pascua. Es la Pascua el motivo central de la esperanza que proclama la Iglesia: Cristo vence a la muerte y vive para siempre, porque el amor es más fuerte que el mal que habita nuestro mundo. Si enfrentamos la adversidad siguiendo el ejemplo de Cristo, aquel que amó hasta las últimas consecuencias, compartiremos su victoria y lograremos que la vida se abra camino en medio de la muerte.

Como cristianos pasando por los tiempos del coronavirus, estamos llamados a renovar nuestra adhesión al credo de la Iglesia y a encarnarlo en medio de esta penumbra. Allí está nuestra esperanza: en que la acción de Dios salva a través de cada uno de aquellos que vence al miedo para convertirse en un testimonio concreto de fraternidad y solidaridad. Por más difíciles que se vuelvan las cosas, es reconfortante saber que Dios siempre permanece con nosotros inspirándonos a cuidar la vida de los demás.

Definitivamente, esta cuaresma no será una más. Peregrinemos por este camino con valentía, aunque confiados en que, si vivimos como Jesús, nos tocará celebrar el don de la Resurrección, el triunfo de la vida por encima de la muerte.

martes, 3 de marzo de 2020

CUARESMA: TIEMPO DE VOLVER A JESÚS


Cuando hablamos de Cuaresma, probablemente la primera palabra que venga a nuestra cabeza es penitencia. Tenemos que confesarnos, no comer carne los viernes, ayunar, dar limosna, asistir al vía crucis, etc. Sin embargo, es una tentación perderse en estos gestos externos y no captar el sentido de este camino de preparación para la Pascua.

“Desgarren su corazón, no sus vestiduras” dice el profeta Joel (2: 13). Sus palabras son un buen primer paso para entrar en el modo cuaresmal. No en vano la Iglesia nos propone este texto como la primera lectura de la liturgia de Miércoles de Ceniza. Para Joel, lo central no son los signos externos. Estos son expresión de una actitud más profunda. La Cuaresma es una invitación a “desgarrar” nuestro corazón y reconocer que muchas veces no somos coherentes en vivir al estilo de Jesús. Y, por tanto, necesitamos volver a Dios, recentrar nuestra vida en Él.

Pero el reconocer nuestro pecado no debería conducirnos a asfixiarnos en escrúpulos. La culpa por la culpa no nos conduce a nada. Al contrario, para los cristianos, sabernos pecadores frágiles es ocasión para experimentar el amor de Dios como aquella fuerza que nos alienta a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Quien confía en el Señor, reconoce que su amor es capaz de hacernos renacer de las cenizas cual ave fénix. Su acción en nuestra vida transforma nuestro barro en una obra de arte.



¿Cómo saber si estoy enrumbado en la voluntad de Dios, es decir, ser la mejor versión de mí mismo? Dios nos ha creado para ser imagen viva de su amor incondicional por la humanidad y la creación. ¿Estamos conscientes de ello? ¿Nuestros pensamientos, afectos, acciones están orientadas a ser imagen de Dios en mi entorno? La Cuaresma es oportunidad para examinar si estamos encaminados a vivir esa vocación o, más bien, necesitamos ajustar nuestro estilo de vivir para responder mejor al llamado de Dios.

En ese espíritu, muchos cristianos hacen promesas cuaresmales. Así expresan su compromiso de crecer en la relación con Dios y en su vocación. No obstante, hay que estar alertas de que estas promesas no escondan intenciones desordenadas. No se trata de hacer “intercambios” con Dios para conseguir beneficios. Menos aún, se trata de un entrenamiento para ser el gurú del ayuno, la meditación o la limosna. Todo lo que vivimos en la Cuaresma ha de estar dirigido a crecer en nuestra relación con Dios para ser fieles a la misión que Él nos ha encomendado. En el fondo, en esto consiste el auténtico sentido de este tiempo litúrgico.

Que esta Cuaresma sea un tiempo para abandonar tanta superficialidad que a veces domina nuestras vidas. Que sea oportunidad para ir a lo profundo, reconocer nuestras contradicciones, sanar nuestras heridas, renovar nuestra búsqueda de sentido para la vida. Que sea ocasión para volver a Jesús y renovar nuestro deseo de vivir como él, con autenticidad y esperanza.

domingo, 16 de febrero de 2020

PARA LEER “QUERIDA AMAZONÍA”





A horas de su publicación, la exhortación apostólica pos-sinodal “Querida Amazonía” levantó mucha polémica más por sus omisiones que por sus contenidos. En el espíritu de animar a participar informadamente del debate, comparto un resumen de cinco puntos que me parecen claves para acercarse al documento.

Mirar más a fondo

La ausencia de un pronunciamiento sobre el sacerdocio para hombres casados y el diaconado para las mujeres fue presentado por algunas voces dentro de la Iglesia como el fracaso del sínodo, mientras otras celebraban la preservación del celibato como sello distintivo del ministerio ordenado. Además, fue el tema que la prensa levantó con mayor insistencia. Acertadamente, Mauricio López, secretario ejecutivo de la REPAM, calificó estos planteamientos como unilaterales y reduccionistas, en tanto provienen “desde fuera” de la Amazonía e invisibilizan muchas otras propuestas esenciales que reflejan el sentir directo de los pueblos.

Por tanto, el valor de la exhortación apostólica no puede restringirse al tema de los ministerios eclesiales, aun cuando este sea un asunto relevante. Es necesario mirar el documento con mayor amplitud. “Querida Amazonía” debe examinarse en relación con todo el camino sinodal y la complejidad de la problemática de la Amazonía que abarca la promoción de una ecología integral y el discernimiento de nuevos caminos para la evangelización. La exhortación viene a ser el inicio de una nueva etapa de la conversación y no el punto final.

Estructura de “Querida Amazonía”

La exhortación se organiza en cuatro capítulos. Cada uno de ellos, corresponde con “sueños” del papa Francisco para el futuro de la Amazonía. Primero, el “sueño social” relacionado con la lucha por los derechos de los pueblos originarios y los pobres de la Amazonía para que su voz sea escuchada y su dignidad promovida. Luego, el “sueño cultural” que apela a la preservación de las culturas de los pueblos amazónicos y la valoración de sus maneras de vivir y trabajar. Tercero, el “sueño ecológico” centrado en el cuidado responsable de la naturaleza de los ríos y las selvas de la Amazonía para que las próximas generaciones puedan contar con sus recursos. Finalmente, el “sueño eclesial”, en que anima a la Iglesia a abrazar y escuchar a los pueblos indígenas para abrir nuevos caminos de evangelización que permitan la inculturación plena del Evangelio en esta zona del planeta.



Emergencia de una “nueva hermenéutica” en el magisterio

El papa afirma que la exhortación no pretende reemplazar ni repetir el “Documento Final del Sínodo”, sino ofrecer un marco de reflexión que oriente la recepción de todo el camino sinodal. En ese sentido, para el teólogo venezolano Rafael Luciani, es clave que, en vez de integrarlo a “Querida Amazonía”, Francisco asuma la autonomía del “Documento Final del Sínodo”, invitando a leerlo y aplicarlo. Según Luciani, tal afirmación implicaría que la autoridad de las Iglesias locales en el discernimiento de su misión está por encima de la Curia romana, estableciendo una “nueva dialéctica” entre el peso de un documento de un sínodo regional y el magisterio pontificio.

Justicia para la Amazonía

La exhortación destaca por su reclamo de justicia para la región amazónica y sus pueblos, exigiendo un desarrollo que ni colonice el territorio ni debilite su identidad. Como ha anotado Mauricio López, la cobertura dada al tema de ministerialidad hace perder de vista que “Querida Amazonía” se pronuncia con firmeza respecto a estructuras económicas y macropolíticas, y a la crisis ambiental, que ponen en riesgo esta reserva ecológica del planeta. El documento califica como “injusticia y crimen” los emprendimientos que dañan el medio ambiente y no respetan el derecho de los pueblos originarios al territorio, la autodeterminación y el consentimiento previo.

Además, se insiste en el cuidado de la casa común como responsabilidad global que abarca a los gobiernos y a la ciudadanía. En ese sentido, la encíclica Laudato Si’ constituye un referente clave para “Querida Amazonía” y de todo el camino sinodal por su planteamiento de una interconexión ineludible entre la crisis ecológica y el clamor de los pobres.



Ministerialidad y reforma de la Iglesia

El documento alienta a las comunidades cristianas en la Amazonía en el discernimiento de nuevos caminos para una auténtica inculturación del Evangelio en esta región. En esa perspectiva, “Querida Amazonía” es consciente de la necesidad de nuevos ministerios para encarnar una Iglesia con rostro amazónico. Sin embargo, el “Documento Final del Sínodo” planteó propuestas en el tema (viri probati, diaconado femenino, etc.) que la exhortación no recoge, sin desestimarlas ni legitimarlas. Cuesta interpretar el silencio de Francisco: para algunos significa “cerrar el paso” a estas alternativas, mientras para otros es una “carta abierta” para que los obispos amazónicos insistan en la cuestión. Más aún, desconcierta que el papa invite a buscar “nuevos caminos” y, ante la apremiante realidad de comunidades que no celebran regularmente la Eucaristía por la ausencia de sacerdotes, plantee soluciones tradicionales tales como la generosidad en el envío de misioneros y la oración por las vocaciones sacerdotales.

Al momento, quizás toque escuchar la posición moderada del británico Austen Ivereigh, biógrafo de Bergoglio, para quien el papa está aplicando las reglas del discernimiento espiritual a esta difícil decisión. Ante los enfrentamientos internos que generan estas propuestas, no quiere una salida que imponga una posición como victoriosa sobre la otra. Más bien, el llamado está en intensificar la búsqueda e imaginar una “tercera vía” que responda a la problemática de fondo y reciba un mayor consenso dentro de la Iglesia. En todo caso, este pontificado tiene el mérito de estar generando condiciones para un debate sobre cuestiones que, hasta hace cinco años, se pensaban inmodificables e indiscutibles.

domingo, 9 de febrero de 2020

LA CONVERSIÓN DE BERGOGLIO


En “Two Popes”, Jonathan Pryce personifica de manera formidable a un Jorge Mario Bergoglio que es retratado como el abanderado de la reforma en la Iglesia católica. La figura de Bergoglio se contrapone a la de un Benedicto XVI (Anthony Hopkins) que representa el afán por preservar la milenaria tradición del catolicismo.

Sin embargo, el diálogo que se da entre ambos revela mucho más que sus visiones sobre el presente y el futuro de la Iglesia. La película expresa las alegrías y las esperanzas tanto como los miedos y las angustias de Bergoglio y Benedicto. Al mostrar la fragilidad de los dos hombres más importantes de la historia del catolicismo reciente, Pryce y Hopkins logran que cualquier persona (sin importar su creencia religiosa) sea capaz de identificar en ellos algo del drama de ser humano.

Un buen ejemplo de ello es la manera como el director Fernando Meirelles narra la “historia oscura” de Bergoglio como provincial de los jesuitas argentinos durante la dictadura militar. Ante la confesión de Benedicto sobre sus planes de renuncia y su intención de ser sucedido por el cardenal argentino, Bergoglio se resiste porque reconoce en su pasado una mancha, que puede dañar la institución del papado. En la Argentina, muchos lo etiquetan como uno de los tantos curas que guardó silencio cómplice ante los crímenes contra los Derechos Humanos.

La manera en que Bergoglio recuerda ese tiempo manifiesta una experiencia de conversión auténtica. No intenta justificar su proceder, escudándose en su juventud o en la difícil situación en que le tocó gobernar. No se exculpa, sino que acepta sus responsabilidades con vergüenza y “dolor de corazón”. El “castigo” impuesto por sus compañeros jesuitas -vivir “exiliado” en una ciudad periférica y ejerciendo un ministerio “indigno” para un ex provincial- es descrito por Bergoglio como un tiempo que lo confrontó con la aridez espiritual de no ser capaz de encontrar a Dios en su vida. Pero, en vez de conducirlo al resentimiento, fue una oportunidad para aprender a escuchar al pueblo y a la realidad. Y lo más importante, fue un tiempo para encontrarse con la misericordia de Dios que perdona, sana las heridas y transforma el mal en bien.

Años más tarde, cuando fue convocado al servicio como obispo, Bergoglio estaba dispuesto a ejercer el rol de autoridad desde una actitud muy distinta a la que tuvo como provincial: escuchar antes que decir, servir antes que mandar, “misericordiar” antes que adoctrinar. No podía borrar el pasado, pero sí había aprendido de él para hacer las cosas mejor. Su pecado se convirtió en oportunidad de arrepentimiento sincero, conversión y crecimiento.

La conversión de Bergoglio, bellamente narrada en “Two Popes”, es un testimonio potente en un tiempo en que el cinismo reina. No pocas veces, las autoridades y las personas de a pie se niegan a reconocer sus errores y, más aún, sus delitos. Son pocos los que tienen las agallas de pedir disculpas, aceptar las consecuencias de sus actos o reparar lo dañado. Por otro lado, en un mundo tan polarizado, es una invitación a no sepultar a las personas, sino estar dispuestos a dar segundas oportunidades a aquellos que se manifiestan sinceramente arrepentidos.


sábado, 1 de febrero de 2020

SABOREAR LA VIDA

Fuente: ABC

La película “The Two Popes” ha resultado atractiva tanto para creyentes como para no creyentes. Los críticos de cine y los expertos “vaticanólogos” han dado buenos motivos para reconocerla como una obra maestra y un retrato fidedigno de las dinámicas institucionales en la Iglesia católica. Más allá de su valor cinematográfico, la película posee una riqueza de símbolos y palabras que invitan a profundizar en el significado de vivir la fe cristiana hoy.


Fue el personaje de Benedicto XVI, representado por Anthony Hopkins, quien me dejo pensando mucho. Coincido con Víctor Hugo Miranda S.J. en lo potente que resulta que Benedicto XVI, uno de los teólogos más importantes del siglo XX, confiese que no es capaz de escuchar a Dios. En palabras de Víctor Hugo, “esta afirmación de Benedicto es una muestra de vulnerabilidad humana de los líderes religiosos, quienes en ocasiones están cubiertos por una especie de halo de infalibilidad o incapacidad de equivocarse, o de sentirse confundidos. El papa, como cualquier otro ser humano, puede atravesar por un momento difícil y sentirse alejado de Dios.”

Benedicto, tras una difícil batalla interior, transforma su incapacidad de reconocer la presencia de Dios en una oportunidad de conversión. El encuentro con Jorge Bergoglio, si bien inicialmente tenso, lo descentra de sí mismo y le permite mirar la vida de la Iglesia desde otra perspectiva. Poco a poco, el diálogo va siendo ocasión no solo para confirmar su decisión de renunciar al papado, sino también para examinar su propia vivencia de la fe.

En ese sentido, uno de los momentos más conmovedores es cuando Benedicto pide ser confesado por Bergoglio. Sus primeras palabras son pedir perdón por haber “fallado en tener el coraje de saborear la vida en sí misma” y, más bien, haber preferido esconderse en libros y estudio, retirándose del mundo real. En estas palabras, aparece una lúcida lección: no podemos escuchar a Dios si es que no vivimos nuestra humanidad a cabalidad y en interacción con nuestro mundo.

¿Acaso a muchos que nos llamamos cristianos no nos ha pasado alguna vez algo similar? ¿Cuántas veces hemos preferido aislarnos en lo que nos da seguridad por que nos da miedo involucrarnos a fondo con los problemas de nuestro entorno? ¿Cuántas veces hemos dejado de saborear la vida por creer que ser santos es privarnos de todo lo que es humano? Esta representación de Benedicto XVI nos recuerda cuál es el núcleo de la experiencia cristiana, que tan bellamente expresa el evangelista Juan: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10: 10).

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El artículo de Víctor Hugo Miranda S.J. puede consultarse en https://politeama.pe/2020/01/20/dos-miradas-dos-estilos-dos-papas/

lunes, 27 de enero de 2020

PREFERENCIAS APOSTÓLICAS



Si Dios nos hablará en este momento, ¿qué nos pediría? ¿Cuál es la vocación particular a la que nos está llamando? Esas son preguntas que acompañan a un cristiano a lo largo de su peregrinación en este mundo. La meta es que esas inquietudes nos conduzcan a asumir una opción de vida, un proyecto y acciones concretas. Todo ello, sin duda, se alimenta y se actualiza a través de lo que vamos descubriendo conforme nos adentramos en el misterio de Jesús y en la realidad que nos rodea.

Para orientarnos en un camino que puede ser enrevesado es fundamental el discernimiento como camino para tomar decisiones y definir líneas que nos orienten en el servicio a Dios y al mundo. Discernir no es meramente hacer un planeamiento estratégico, sino abrirnos a la escucha atenta de Dios que nos expresa su voluntad a través de las circunstancias nuevas que van emergiendo. Nuestras decisiones deben ser respuesta a ese llamado, que muchas veces nos desafía a ir más allá de lo que damos por certeza. El Dios de los cristianos es experto en remecer el piso y pedirnos abandonar nuestras rutinas y comodidades para responder a los nuevos desafíos con creatividad, valentía y confianza en la eficacia de su amor.

A la larga, todo discernimiento conduce a decisiones que nos inspiran a renovar nuestro compromiso con el anuncio del Evangelio de Jesús. Discernimos con la finalidad de saber cómo servir mejor al mundo en el que vivimos. Un buen ejemplo son las “preferencias apostólicas universales” de los jesuitas, que sintetizan los 4 campos en los cuales reconocen que Dios los llama a colaborar con su misión hoy: 1) mostrar el camino hacia Dios por medio de los Ejercicios Espirituales y el discernimiento, 2) caminar junto a los pobres en una misión de reconciliación y justicia, 3) acompañar a los jóvenes en la creación de un futuro esperanzador y 4) colaborar en el cuidado de la casa común. Esta decisión es fruto de un proceso de discernimiento de 16 meses que ha implicado consultas a sus miembros y el examen de los desafíos contemporáneos en la Iglesia y el mundo.

Sin duda, estas opciones deben concretarse en acciones para que no se queden simplemente en buenas intenciones. Pero para actuar es imprescindible tener un marco de referencia que guíe el quehacer y haga eficaz nuestra acción. Las “preferencias apostólicas” constituyen, por tanto, una brújula para orientar el compromiso por anunciar el Evangelio ante el “cambio de época” que vivimos y que provoca numerosas heridas y conflictos. Al mismo tiempo, son una manera de entrecruzar nuestras preocupaciones con las de otros en la Iglesia y más allá de ella. Saber que no estamos solos en nuestra búsqueda de un mundo más fraterno y justo no solo es motivo de alegría, sino también una invitación a sumar esfuerzos y reconocernos como comunidad de creyentes unidos en la misma fe y encaminados hacia el mismo fin.

Cuán provechoso sería que todos en la Iglesia, a nivel personal y comunitario, nos preguntáramos cuáles son nuestras preferencias apostólicas. Es decir, a qué queremos comprometer decididamente nuestra acción como discípulos misioneros de Jesús en respuesta a los desafíos que nuestra realidad nos presenta. Lo planteo, porque hace poco en una clase me pidieron escribir mis preferencias apostólicas y fundamentar por qué eran importantes para mí y para el conjunto más amplio de la Iglesia. Hacer el ejercicio fue una experiencia gozosa, ya que implicó reencontrarme con los motivos por los que me apasiona seguir a Jesús y mis anhelos de vivir como un cristiano coherente y comprometido. Además, me permitió volver sobre mi historia personal, que, de una u otra manera, estructura aquello a lo que quiero dedicar mi existencia como servicio a otros y a Dios.

Aquí les dejo un resumen de lo que escribí, por si se animan a discernir sus propias “preferencias apostólicas”.
  1. Desarrollar una reflexión teológica que contribuya a “inculturar” el Evangelio en el “cambio de época” que vive nuestro mundo
  2. Acompañar a los jóvenes en el discernimiento de un proyecto de vida fecundo
  3. Construir puentes con los no creyentes para descubrirnos como miembros de una misma familia humana con preocupaciones compartidas
  4. Servir a los pobres y excluidos como camino para re-descubrir el Evangelio y encontrar nuevas respuestas a los desafíos contemporáneos
  5. Cultivar una espiritualidad que testimonie en mis acciones cotidianas la verdad del Evangelio a través del amor al prójimo y a toda la creación