sábado, 25 de abril de 2020

SER CRISTIANO EN TIEMPOS DE PANDEMIA: QUÉ NOS ENSEÑA EL EXILIO JUDÍO EN BABILONIA




James Jacques Joseph Tissot, "The Flight of the Prisoners"

Como cristianos, hemos de reconocer en la pandemia un “signo de los tiempos” que nos desafía a recrear las formas en que vivimos nuestra fe. Esto se dice fácil, pero la verdad estamos ante una cuestión donde no existen recetas predeterminadas. Al estar ante circunstancias inéditas en nuestra historia, estamos exigidos de responder con fidelidad creativa y audacia pastoral. Sin embargo, debemos ser precavidos de no caer en la actitud de quienes creen estar “inventando la pólvora”. Nuestra tradición, como cuerpo vivo fundado en Cristo y enriquecido por las generaciones de cristianos que nos precedieron, cuenta con recursos para orientarnos en la difícil tarea de navegar por esta crisis, sin por ello ser ciegos a la radical novedad que emerge ante nuestros ojos.

En esta perspectiva, la tradición del Antiguo Testamento leída desde el momento presente puede darnos pistas sobre cómo ser cristiano en tiempos de pandemia. Para el pueblo de Israel, su experiencia “fundante” fue el exilio en Babilonia durante el siglo VI a.C. La ciudad santa de Jerusalén fue saqueada, el templo de YHWH destruido y las élites del reino de Judá deportadas a la capital del enemigo. Los nobles, los sacerdotes, los intelectuales y los artesanos de Jerusalén fueron despojados de sus posiciones de poder y forzados a reinsertarse en una sociedad extranjera como ciudadanos de segunda clase. Aquellos que eran gente importante en su nación, tuvieron que experimentar la humillación.

El tocar fondo hizo que los exiliados, provenientes de los círculos de poder, se dieran cuenta de que su confianza estaba puesta en “falsas seguridades”. Por décadas habían cerrado sus oídos a las denuncias de los profetas, que denunciaban una práctica religiosa llena de hipocresía y una vida institucional repleta de abusos de poder contra los insignificantes. Pensaron que eran omnipotentes y no tenían por qué dar cuenta de sus actos a nadie, ni siquiera a Dios mismo. Al tocarles estar en el lado de los oprimidos, recordaron su vulnerabilidad y su interdependencia de Dios y de los otros miembros del pueblo. Fue entonces que volvieron a lo esencial: recordaron que eran una nación elegida por YHWH para anunciar la salvación a todas las demás naciones. Dios los había liberado de la esclavitud en Egipto y se había comprometido a amarlos incondicionalmente en el marco de una relación inquebrantable.

Así como los judíos en el exilio, los cristianos en el siglo XXI estamos llamados a examinar nuestras propias “falsas seguridades” y comprometernos a sanar nuestra relación con Dios, los demás y la creacion. Por citar un ejemplo, la crisis de los abusos sexuales en la Iglesia católica reveló que, para muchos, el resguardo de la institución estaba por encima de la vida de los creyentes, varios de ellos niños y niñas, adolescentes y personas vulnerables. Los expertos en el tema insisten que las estructuras organizativas y las relaciones de poder en la Iglesia, sostenidas sobre una sacralización del sacerdocio ministerial y una mentalidad clericalista, constituyen “caldo de cultivo” para más abusos. Hoy la imagen de sacerdotes celebrando la Eucaristía en templos vacíos es un símbolo potente que nos demanda repensar un modelo de Iglesia excesivamente centrado en el sacerdote. Más bien, hemos de revalorar la igualdad en dignidad de todos los bautizados y su participación plena en la misión profética de Jesucristo.

En esa perspectiva, ante la suspensión de las liturgias presenciales, el grueso del pueblo de Dios está obligado a ayunar del culto y la comunión eucarística. Retomando el símil con el exilio judío en Babilonia, esta comunidad también se vio impedida de dar culto a YHWH de la manera tradicional. El Templo de Jerusalén fue destruido y, por tanto, esa dimensión de la vida religiosa judía fue bloqueada. Sin embargo, ante la ausencia del culto, redescubrieron el mensaje revelado por Dios y la historia de su relación con Él. Más aún, decidieron ponerlo por escrito para que los ayudase a sanar sus heridas, reconciliarse con su pasado y convertir el desarraigo en esperanza. El corazón de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) adquirió forma durante este tiempo de prueba. Ante la imposibilidad de ir al Templo, estos creyentes recentraron su experiencia de fe en torno a la Palabra de Dios.

En el fondo, el ayuno del culto es invitación para volver sobre la Palabra de Dios, pero no para solo conocerla intelectualmente. Recentrar la vida de fe en la Palabra es reconocer que nuestras experiencias también son lugar donde Dios se nos da a conocer y nos llama a colaborar en su misión. Pero hemos de estar atentos para abrazar su presencia salvífica en lugares inesperados. Le pasó al profeta Ezequiel, uno de los judíos cautivos en Babilonia. Acostumbrado a restringir la presencia divina al Templo de Jerusalén, la gloria de YHWH se le apareció en el país de Babilonia, concretamente en el barrio donde vivía con otros exiliados junto al río Quebar (Ez. 1: 1-28). Dios se desplazó hacia los márgenes, abandonando la ciudad santa de Jerusalén, para acompañar a su pueblo sufriente.

Sin duda, el testimonio de Ezequiel nos marca dónde debemos situarnos como cristianos ante la pandemia. Es admirable la creatividad pastoral desplegada para sostener el culto y la oración comunitaria por medio de plataformas virtuales. Sin embargo, estoy convencido que la realidad que vivimos nos interpela a proclamar la presencia viva de Dios en todos aquellos que están arriesgando sus vidas para proteger a los vulnerables. Como Iglesia, en varias partes del mundo, estamos sumando a estos esfuerzos. Varios hermanos nuestros están en la primera fila de la batalla contra el coronavirus y las oficinas de Cáritas están contribuyendo a mitigar los efectos de la crisis entre los más pobres.

También, quienes están recluidos en sus casas, pueden participar de este testimonio de una “Iglesia servidora”, expresando solidaridad en gestos cotidianos como dar de comer al hambriento, estar en contacto (virtual) con quienes están solos, auxiliando al vecino adulto mayor y solidarizándose con las historias de aquellos que tienen necesidades tan apremiantes y básicas, por lo que atender la misa es lo último en lo que están pensando. El arzobispo de Lima Carlos Castillo ha dicho que, en medio de la pandemia, Dios nos está convocando a “pasar de un cristianismo de costumbres a uno de testigos”. Pues, en efecto, de eso se trata.

Una versión abreviada de este texto apareció en la edición especial de la revista Signos del mes de abril.

sábado, 11 de abril de 2020

VIVIR MÁS ALLÁ DE LA MUERTE




Escrito con Amirah Orozco

El domingo posterior a la muerte de Jesús un grupo de mujeres que habían acompañado al maestro desde Galilea se acercaron al sepulcro donde sus restos descansaban. Cargaban el dolor de haber sido testigas de la crueldad con que lo habían ejecutado. Teniendo todos los motivos para aislarse por su tristeza o por miedo a posibles represalias, se atrevieron a salir hacia la tumba de Jesús para embalsamar su cuerpo. Era una manera de convertir su desolación en motivo de esperanza, de testimoniar que su amor era más fuerte que el mal. Estas mujeres fueron capaces de no sucumbir al miedo y la desolación. Con este gesto sencillo e inadvertido, afirmaron que podemos vivir más allá del poder de la muerte.

Como tantas mujeres en nuestro mundo, estas amigas del Señor eran un signo de vida en medio del horror del sufrimiento injusto. Pensando encontrarse con un cadáver, hallaron la tumba vacía y la confirmación de que su esperanza no había sido defraudada por Dios: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado” (Lucas 24: 5b). De inmediato, regresaron a compartir esta noticia para renovar la esperanza de toda la comunidad de Jesús.

En estos días de Semana Santa, estamos convocados a recordar tantas realidades donde la amenaza de la muerte pretende dominar la vida de las personas. El paisaje de Ciudad Juárez, en la frontera México-Estados Unidos, está impregnado por cruces rosadas que llevan los nombres de tantísimas mujeres víctimas de feminicidio. Estos símbolos son una denuncia contra tantas formas de violencia que impiden vivir con dignidad a las mujeres de Latinoamérica y del mundo.

Las palabras no alcanzan para describir el sufrimiento que el coronavirus está ocasionando. Esta pandemia ha confrontado a la humanidad con el hecho de que, sin importar nuestras diferencias, nuestras vidas son frágiles. Hoy más que nunca la humanidad entera se puede identificar con el misterio de la Pasión de Jesús. Somos testigos de cómo los cadáveres de las víctimas del COVID-19 se amontonan en los hospitales y las morgues, porque la velocidad con que avanza esta enfermedad desborda a los sistemas de salud pública. Los familiares ni siquiera tienen la oportunidad de despedirse de sus seres queridos fallecidos.

Sin embargo, la Resurrección de Jesús nos invita a reconocer las Buenas Noticias que surgen en medio de la desolación: las madres que colocaron esas cruces en memorias de sus hijas, el personal de salud en todo el mundo que arriesga sus vidas, y las mujeres del Evangelio que fueron a la tumba. Todos ellos y todas ellas son testigos de que Cristo vive entre nosotros.

Al celebrar la Pascua, traigamos a nuestro corazón, los nombres de quienes sabemos son rostro concreto de esperanza en medio de la pandemia y de tantas otras realidades de muerte. Como comunidad cristiana, reconozcamos en los hermanos que hoy ofrecen su vida por cuidar la vida de los demás, la presencia viva de Jesús, el Resucitado. Demos gracias porque podemos contemplar que este misterio no es una idea abstracta. Al contrario, en verdad, Cristo ha resucitado y nos transforma en hombres y mujeres nuevos capaces de vivir más allá de la muerte para ser motivo de esperanza para nuestro mundo atemorizado y herido.


Una versión abreviada de este texto apareció en “The Way of the Cross during COVID-19”, iniciativa de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College

viernes, 27 de marzo de 2020

RECORDANDO A GONZALO PORTOCARRERO


Fuente: Punto Edu, PUCP

Gonzalo Portocarrero partió hace un año. El 21 de marzo de 2019 se apagó una de las voces más lúcidas del Perú contemporáneo. Cuánto se le extraña en estos tiempos críticos que vivimos. Los escritos de Gonzalo tenían el don de integrar claridad de ideas y rigor analítico. Sin dejar de ser crítico, era capaz de proyectar horizontes. Eran una confrontación con las profundas heridas de la sociedad peruana que dificultaban la construcción de una comunidad de ciudadanos con igual dignidad y derechos. A la vez, eran un canto de esperanza que invitaba a los peruanos a ser agentes de su destino y constructores de una sociedad fundada en el amor, la justicia y la fraternidad.

Mucho se podría decir de sus aportes a las Ciencias Sociales en el Perú. Pero prefiero dejar esos balances a quienes son más competentes. Confío en que, luego de la pandemia, haya tiempo de rendirle los homenajes que merece. Más bien, al recordar a Gonzalo, quisiera destacar otro de sus rostros menos conocidos: su profundo calor humano. Lo conocí en 2007, cuando me matriculé en su curso de Sociología en Estudios Generales Letras de la PUCP. Para entonces ya sabía que era un intelectual renombrado y un maestro brillante. Sin embargo, lo que más recuerdo de su curso no son solamente sus clases magistrales, sino su capacidad de inspirar a las personas. Al menos así fue para mí.

Una clase se me acercó en el receso. Yo era de esos alumnos que se sentaban en las últimas filas, así que literal abandonó su cátedra para acercarse al margen del aula. Me preguntó si yo era el Juan Miguel Espinoza que había ganado un concurso de ensayos. Le dije que sí. Me felicitó porque había leído mi trabajo y lo había encontrado interesante. Me animó a seguir escribiendo. Para un chico de 18 años con inquietudes intelectuales, ese gesto fue un hito que me marcó la vida para siempre.

Luego de eso seguimos conversando sobre mis dudas vocacionales y proyectos. Siempre cercano, me escribía invitándome a eventos. Cuando nos cruzábamos me obsequiaba alguno de sus libros. Encontrarlo por el campus de la PUCP era un motivo para disfrutar de su amistad, renovar mi vocación por las letras y una invitación a pensar el país con los pies puestos en la tierra.

Gonzalo es uno de los intelectuales peruanos más destacados de las últimas décadas, pero sobre todo un ser humano ejemplar, un hombre sabio y bondadoso. La manera cómo encaró el cáncer para mí retrata su plena humanidad. A pesar de atravesar mucho sufrimiento, alcanzó encontrar alegría y esperanza en medio de la penumbra, y articular palabras para testimoniar esto a otros.  Conviviendo con el cáncer”, artículo aparecido en El Comercio en marzo de 2017, es lo más bello y verdadero que le leí.

Para mí Gonzalo es un profeta que supo articular interpretaciones de los acontecimientos y los procesos de la sociedad peruana para anunciar por dónde caminar. No obstante, su vocación profética se reflejaba en que era un referente ético que procuraba vivir en coherencia con todo aquello que imaginaba para el Perú. Para que una sociedad avance hacia sus objetivos y fines necesita de modelos que encarnen dichos ideales. Que duda cabe que Gonzalo Portocarrero es un modelo para el país que necesitamos forjar.

viernes, 20 de marzo de 2020

CUARESMA EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS

Fuente: vocero7.org

En la última semana, la expansión global del coronavirus ha trastocado la vida de millones de personas. A lo largo del mundo, muchos comparten la experiencia del distanciamiento social y el aislamiento domiciliario, la imposibilidad de transitar con libertad y la cancelación de actividades públicas, el fallecimiento de seres queridos y un largo etc. Las circunstancias nos obligan a adaptarnos rápidamente ante un evento sin precedentes y para el que nadie estaba preparado.

El miedo se propaga a mayor velocidad que la epidemia. Las cifras de contagios se disparan en varios países y las regulaciones sanitarias se van tornando más estrictas. Pareciera que el mundo está por desplomarse. Por si todo esto no fuera ya bastante, quienes somos creyentes estamos privados de la posibilidad de celebrar comunitariamente nuestra fe. En este escenario, ¿es posible hallar alguna fuente de esperanza?

La crisis del coronavirus coincide con la Cuaresma. Quizás este dato no sea una mera coincidencia y sea posible darle a la crisis un sentido cristiano. Eso sí, debemos evitar caer en fundamentalismos, que interpretan este mal como un "castigo divino" o niegan la gravedad del problema. Entonces, ¿cómo hablar de esto desde los ojos de la fe?

Ante todo, el coronavirus nos confronta con nuestra fragilidad. Somos barro, tal y como nos recuerda el tiempo cuaresmal, pero que la gracia de Dios puede transformar en una obra de arte o en un objeto que haga la vida más vivible. Si Dios nos está queriendo hablar en medio de esta difícil realidad, es para decirnos que estamos ante un desafío que exige que saquemos lo mejor de nosotros mismos.

Las experiencias dolorosas, aunque totalmente indeseables, a veces se convierten en ocasión para volver a lo fundamental. Hoy descubrimos, con más claridad que nunca, la urgencia de afirmar el valor de la vida por encima del dinero y los poderes de este mundo. Frente a la globalización de la indiferencia y el descarte, hoy muchos redescubren cuan interdependientes somos de los demás seres humanos. Somos la única especie del planeta capaz de darle significado a las peores desgracias y orientar su acción para darles solución. Pero solo somos capaces de lograrlo si es que cooperamos unos con los otros.

En estos días, los cristianos reconocemos cuanto necesitamos del amor de Dios y de los hermanos para que nuestra vida tenga sentido. Las peripecias de estos días nos hacen atesorar aquello que damos por obvio. Pero, sobre todo, nos alientan a ser creativos para encontrar nuevas maneras de amar y ser amados. En el fondo de esto trata la Cuaresma: cómo hacemos para crecer en el amor, de tal manera que vivamos más unidos con la fuente de nuestra esperanza, Jesús, aquel que amó a los suyos “hasta el extremo” (Juan 13:1).

Es tiempo para ser testigos de fraternidad y solidaridad. Solo así la esperanza se abrirá camino. Personalmente, estoy profundamente conmovido, porque en medio de las terribles noticias en torno a la epidemia, voy recibiendo numerosas buenas noticias. Personal de salud ofreciendo su vida para salvar la de otros, familias compartiendo juntos en casa, personas preocupadas por cuidar de los vecinos adultos mayores, comerciantes manteniendo sus negocios sin especular con los precios, empresarios arriesgando su capital para asegurar la subsistencia a sus empleados, amigos reuniéndose por medios virtuales para acompañarse, profesores “reinventándose” para que la educación de los niños y jóvenes no se estanque, sacerdotes y laicos/laicas desplegando creatividad para que sus comunidades permanezcan unidas por medio de la oración comunitaria. Cada uno de los que actúa así está siendo un motivo de esperanza en medio de la desolación del coronavirus.

La Cuaresma es camino de preparación para celebrar la Pascua. Es la Pascua el motivo central de la esperanza que proclama la Iglesia: Cristo vence a la muerte y vive para siempre, porque el amor es más fuerte que el mal que habita nuestro mundo. Si enfrentamos la adversidad siguiendo el ejemplo de Cristo, aquel que amó hasta las últimas consecuencias, compartiremos su victoria y lograremos que la vida se abra camino en medio de la muerte.

Como cristianos pasando por los tiempos del coronavirus, estamos llamados a renovar nuestra adhesión al credo de la Iglesia y a encarnarlo en medio de esta penumbra. Allí está nuestra esperanza: en que la acción de Dios salva a través de cada uno de aquellos que vence al miedo para convertirse en un testimonio concreto de fraternidad y solidaridad. Por más difíciles que se vuelvan las cosas, es reconfortante saber que Dios siempre permanece con nosotros inspirándonos a cuidar la vida de los demás.

Definitivamente, esta cuaresma no será una más. Peregrinemos por este camino con valentía, aunque confiados en que, si vivimos como Jesús, nos tocará celebrar el don de la Resurrección, el triunfo de la vida por encima de la muerte.

martes, 3 de marzo de 2020

CUARESMA: TIEMPO DE VOLVER A JESÚS


Cuando hablamos de Cuaresma, probablemente la primera palabra que venga a nuestra cabeza es penitencia. Tenemos que confesarnos, no comer carne los viernes, ayunar, dar limosna, asistir al vía crucis, etc. Sin embargo, es una tentación perderse en estos gestos externos y no captar el sentido de este camino de preparación para la Pascua.

“Desgarren su corazón, no sus vestiduras” dice el profeta Joel (2: 13). Sus palabras son un buen primer paso para entrar en el modo cuaresmal. No en vano la Iglesia nos propone este texto como la primera lectura de la liturgia de Miércoles de Ceniza. Para Joel, lo central no son los signos externos. Estos son expresión de una actitud más profunda. La Cuaresma es una invitación a “desgarrar” nuestro corazón y reconocer que muchas veces no somos coherentes en vivir al estilo de Jesús. Y, por tanto, necesitamos volver a Dios, recentrar nuestra vida en Él.

Pero el reconocer nuestro pecado no debería conducirnos a asfixiarnos en escrúpulos. La culpa por la culpa no nos conduce a nada. Al contrario, para los cristianos, sabernos pecadores frágiles es ocasión para experimentar el amor de Dios como aquella fuerza que nos alienta a convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Quien confía en el Señor, reconoce que su amor es capaz de hacernos renacer de las cenizas cual ave fénix. Su acción en nuestra vida transforma nuestro barro en una obra de arte.



¿Cómo saber si estoy enrumbado en la voluntad de Dios, es decir, ser la mejor versión de mí mismo? Dios nos ha creado para ser imagen viva de su amor incondicional por la humanidad y la creación. ¿Estamos conscientes de ello? ¿Nuestros pensamientos, afectos, acciones están orientadas a ser imagen de Dios en mi entorno? La Cuaresma es oportunidad para examinar si estamos encaminados a vivir esa vocación o, más bien, necesitamos ajustar nuestro estilo de vivir para responder mejor al llamado de Dios.

En ese espíritu, muchos cristianos hacen promesas cuaresmales. Así expresan su compromiso de crecer en la relación con Dios y en su vocación. No obstante, hay que estar alertas de que estas promesas no escondan intenciones desordenadas. No se trata de hacer “intercambios” con Dios para conseguir beneficios. Menos aún, se trata de un entrenamiento para ser el gurú del ayuno, la meditación o la limosna. Todo lo que vivimos en la Cuaresma ha de estar dirigido a crecer en nuestra relación con Dios para ser fieles a la misión que Él nos ha encomendado. En el fondo, en esto consiste el auténtico sentido de este tiempo litúrgico.

Que esta Cuaresma sea un tiempo para abandonar tanta superficialidad que a veces domina nuestras vidas. Que sea oportunidad para ir a lo profundo, reconocer nuestras contradicciones, sanar nuestras heridas, renovar nuestra búsqueda de sentido para la vida. Que sea ocasión para volver a Jesús y renovar nuestro deseo de vivir como él, con autenticidad y esperanza.

domingo, 16 de febrero de 2020

PARA LEER “QUERIDA AMAZONÍA”





A horas de su publicación, la exhortación apostólica pos-sinodal “Querida Amazonía” levantó mucha polémica más por sus omisiones que por sus contenidos. En el espíritu de animar a participar informadamente del debate, comparto un resumen de cinco puntos que me parecen claves para acercarse al documento.

Mirar más a fondo

La ausencia de un pronunciamiento sobre el sacerdocio para hombres casados y el diaconado para las mujeres fue presentado por algunas voces dentro de la Iglesia como el fracaso del sínodo, mientras otras celebraban la preservación del celibato como sello distintivo del ministerio ordenado. Además, fue el tema que la prensa levantó con mayor insistencia. Acertadamente, Mauricio López, secretario ejecutivo de la REPAM, calificó estos planteamientos como unilaterales y reduccionistas, en tanto provienen “desde fuera” de la Amazonía e invisibilizan muchas otras propuestas esenciales que reflejan el sentir directo de los pueblos.

Por tanto, el valor de la exhortación apostólica no puede restringirse al tema de los ministerios eclesiales, aun cuando este sea un asunto relevante. Es necesario mirar el documento con mayor amplitud. “Querida Amazonía” debe examinarse en relación con todo el camino sinodal y la complejidad de la problemática de la Amazonía que abarca la promoción de una ecología integral y el discernimiento de nuevos caminos para la evangelización. La exhortación viene a ser el inicio de una nueva etapa de la conversación y no el punto final.

Estructura de “Querida Amazonía”

La exhortación se organiza en cuatro capítulos. Cada uno de ellos, corresponde con “sueños” del papa Francisco para el futuro de la Amazonía. Primero, el “sueño social” relacionado con la lucha por los derechos de los pueblos originarios y los pobres de la Amazonía para que su voz sea escuchada y su dignidad promovida. Luego, el “sueño cultural” que apela a la preservación de las culturas de los pueblos amazónicos y la valoración de sus maneras de vivir y trabajar. Tercero, el “sueño ecológico” centrado en el cuidado responsable de la naturaleza de los ríos y las selvas de la Amazonía para que las próximas generaciones puedan contar con sus recursos. Finalmente, el “sueño eclesial”, en que anima a la Iglesia a abrazar y escuchar a los pueblos indígenas para abrir nuevos caminos de evangelización que permitan la inculturación plena del Evangelio en esta zona del planeta.



Emergencia de una “nueva hermenéutica” en el magisterio

El papa afirma que la exhortación no pretende reemplazar ni repetir el “Documento Final del Sínodo”, sino ofrecer un marco de reflexión que oriente la recepción de todo el camino sinodal. En ese sentido, para el teólogo venezolano Rafael Luciani, es clave que, en vez de integrarlo a “Querida Amazonía”, Francisco asuma la autonomía del “Documento Final del Sínodo”, invitando a leerlo y aplicarlo. Según Luciani, tal afirmación implicaría que la autoridad de las Iglesias locales en el discernimiento de su misión está por encima de la Curia romana, estableciendo una “nueva dialéctica” entre el peso de un documento de un sínodo regional y el magisterio pontificio.

Justicia para la Amazonía

La exhortación destaca por su reclamo de justicia para la región amazónica y sus pueblos, exigiendo un desarrollo que ni colonice el territorio ni debilite su identidad. Como ha anotado Mauricio López, la cobertura dada al tema de ministerialidad hace perder de vista que “Querida Amazonía” se pronuncia con firmeza respecto a estructuras económicas y macropolíticas, y a la crisis ambiental, que ponen en riesgo esta reserva ecológica del planeta. El documento califica como “injusticia y crimen” los emprendimientos que dañan el medio ambiente y no respetan el derecho de los pueblos originarios al territorio, la autodeterminación y el consentimiento previo.

Además, se insiste en el cuidado de la casa común como responsabilidad global que abarca a los gobiernos y a la ciudadanía. En ese sentido, la encíclica Laudato Si’ constituye un referente clave para “Querida Amazonía” y de todo el camino sinodal por su planteamiento de una interconexión ineludible entre la crisis ecológica y el clamor de los pobres.



Ministerialidad y reforma de la Iglesia

El documento alienta a las comunidades cristianas en la Amazonía en el discernimiento de nuevos caminos para una auténtica inculturación del Evangelio en esta región. En esa perspectiva, “Querida Amazonía” es consciente de la necesidad de nuevos ministerios para encarnar una Iglesia con rostro amazónico. Sin embargo, el “Documento Final del Sínodo” planteó propuestas en el tema (viri probati, diaconado femenino, etc.) que la exhortación no recoge, sin desestimarlas ni legitimarlas. Cuesta interpretar el silencio de Francisco: para algunos significa “cerrar el paso” a estas alternativas, mientras para otros es una “carta abierta” para que los obispos amazónicos insistan en la cuestión. Más aún, desconcierta que el papa invite a buscar “nuevos caminos” y, ante la apremiante realidad de comunidades que no celebran regularmente la Eucaristía por la ausencia de sacerdotes, plantee soluciones tradicionales tales como la generosidad en el envío de misioneros y la oración por las vocaciones sacerdotales.

Al momento, quizás toque escuchar la posición moderada del británico Austen Ivereigh, biógrafo de Bergoglio, para quien el papa está aplicando las reglas del discernimiento espiritual a esta difícil decisión. Ante los enfrentamientos internos que generan estas propuestas, no quiere una salida que imponga una posición como victoriosa sobre la otra. Más bien, el llamado está en intensificar la búsqueda e imaginar una “tercera vía” que responda a la problemática de fondo y reciba un mayor consenso dentro de la Iglesia. En todo caso, este pontificado tiene el mérito de estar generando condiciones para un debate sobre cuestiones que, hasta hace cinco años, se pensaban inmodificables e indiscutibles.

domingo, 9 de febrero de 2020

LA CONVERSIÓN DE BERGOGLIO


En “Two Popes”, Jonathan Pryce personifica de manera formidable a un Jorge Mario Bergoglio que es retratado como el abanderado de la reforma en la Iglesia católica. La figura de Bergoglio se contrapone a la de un Benedicto XVI (Anthony Hopkins) que representa el afán por preservar la milenaria tradición del catolicismo.

Sin embargo, el diálogo que se da entre ambos revela mucho más que sus visiones sobre el presente y el futuro de la Iglesia. La película expresa las alegrías y las esperanzas tanto como los miedos y las angustias de Bergoglio y Benedicto. Al mostrar la fragilidad de los dos hombres más importantes de la historia del catolicismo reciente, Pryce y Hopkins logran que cualquier persona (sin importar su creencia religiosa) sea capaz de identificar en ellos algo del drama de ser humano.

Un buen ejemplo de ello es la manera como el director Fernando Meirelles narra la “historia oscura” de Bergoglio como provincial de los jesuitas argentinos durante la dictadura militar. Ante la confesión de Benedicto sobre sus planes de renuncia y su intención de ser sucedido por el cardenal argentino, Bergoglio se resiste porque reconoce en su pasado una mancha, que puede dañar la institución del papado. En la Argentina, muchos lo etiquetan como uno de los tantos curas que guardó silencio cómplice ante los crímenes contra los Derechos Humanos.

La manera en que Bergoglio recuerda ese tiempo manifiesta una experiencia de conversión auténtica. No intenta justificar su proceder, escudándose en su juventud o en la difícil situación en que le tocó gobernar. No se exculpa, sino que acepta sus responsabilidades con vergüenza y “dolor de corazón”. El “castigo” impuesto por sus compañeros jesuitas -vivir “exiliado” en una ciudad periférica y ejerciendo un ministerio “indigno” para un ex provincial- es descrito por Bergoglio como un tiempo que lo confrontó con la aridez espiritual de no ser capaz de encontrar a Dios en su vida. Pero, en vez de conducirlo al resentimiento, fue una oportunidad para aprender a escuchar al pueblo y a la realidad. Y lo más importante, fue un tiempo para encontrarse con la misericordia de Dios que perdona, sana las heridas y transforma el mal en bien.

Años más tarde, cuando fue convocado al servicio como obispo, Bergoglio estaba dispuesto a ejercer el rol de autoridad desde una actitud muy distinta a la que tuvo como provincial: escuchar antes que decir, servir antes que mandar, “misericordiar” antes que adoctrinar. No podía borrar el pasado, pero sí había aprendido de él para hacer las cosas mejor. Su pecado se convirtió en oportunidad de arrepentimiento sincero, conversión y crecimiento.

La conversión de Bergoglio, bellamente narrada en “Two Popes”, es un testimonio potente en un tiempo en que el cinismo reina. No pocas veces, las autoridades y las personas de a pie se niegan a reconocer sus errores y, más aún, sus delitos. Son pocos los que tienen las agallas de pedir disculpas, aceptar las consecuencias de sus actos o reparar lo dañado. Por otro lado, en un mundo tan polarizado, es una invitación a no sepultar a las personas, sino estar dispuestos a dar segundas oportunidades a aquellos que se manifiestan sinceramente arrepentidos.